La brigada de cocina – Crítica (Tour de Cine Francés 2022)
La brigada de cocina no es una película que hable sobre comida ni cómo se prepara. Eso es un simple pretexto para contrabandear un emotivo y sólido (pero nada aleccionador) ejemplo de cómo hacer una correcta gestión del talento.
Integrarse a un equipo nuevo siempre es desafiante. Sin embargo, si ese equipo está conformado por personas que comparten tu misma pasión, el proceso de entrada será más llevadero. Sí, esto ya se ha dicho incontables veces. Y sí, ya se ha mostrado muchas veces en el cine. Pero casi no se ha hecho como en La brigada de cocina, cinta cuya mayor virtud es que convierte numerosas fórmulas trilladas en una narrativa perfectamente bien delineada que es creíble en todo momento y que nos recuerda que con nuestras acciones podemos cambiar las vidas de quienes nos rodean.
En esta feel-good movie, está al centro Cathy Marie (Audrey Lamy). Ella es la sous chef en un aclamado y prestigioso restaurante. Tras un pleito con la dueña del lugar, la protagonista es despedida y se ve obligada a buscar un nuevo empleo, así que llega a un albergue para migrantes que se tienen que quedar en Francia para evitar ser deportados a sus respectivas naciones. La paga es aceptable y Cathy puede dormir ahí, entonces acepta el puesto.
No hace falta entrar en detalles sobre lo que sucede después porque, básicamente, no es nada nuevo. Basta decir que, al ritmo de melodías optimistas, la estelar les enseña a los jóvenes la magia de la cocina, Al principio ella acepta renuente su puesto y al final ha cambiado su forma de ver la vida. Todos felices.
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Sin embargo, lo que es notable de la película es cómo a pesar de contar con una estructura narrativa tan de “libro de texto”, sale airosa con su objetivo de sacudirnos las entrañas y al mismo tiempo hacernos esbozar una sonrisa. El director, Louis-Julien Petit, hace todo lo que puede para evitar que el todo se perciba como algo tedioso y trillado, empezando por la forma en la que moldea a sus personajes, haciéndolos reaccionar a lo que les sucede sin tanto drama. Aunque eso no quiere decir que el guion (escrito por el propio Petit junto a Liza Benguigui-Duquesne y Sophie Bensadoun) se olvida de darles conflictos que los humanicen.
De hecho, si La brigada de cocina resulta redonda es gracias a que debajo de su manufactura comercial se atreve a contrabandear algo que se ve poco en estos días: una historia de amistad encabezada por personas que muestran sus sentimientos sin filtro, cuestión que encaja a la perfección con el diseño de producción minimalista (a cargo de Arnaud Bounlort y Cécile Deleu).
Pero esta hermosa naturalidad también se aborda desde la narrativa. El pasado complicado de los protagonistas y sus sentimientos son tratados en todo momento y se hace una exploración de sus sentimientos como migrantes, pero sin caer en el exceso de lecciones moralinas. Cathy no quiere trabajar en el albergue, pero no porque no esté dispuesta a lidiar con las vidas de los habitantes. Aquí nadie cambia como consecuencia del choque cultural. El hecho de que todos vengan de países con culturas diferentes no es un recurso que se use para construir el optimismo. Eso se da por sentado y, por consiguiente, resulta refrescante para la fórmula. Todos somos diferentes, aunque podamos hacer lo mismo. No hay espacio para la discriminación de ningún tipo. ¿Tienes la motivación para hacer algo? ¡Estás dentro del grupo!
En ese sentido, el filme triunfa, pues no utiliza sus convenciones para lo usual. Tan es así que ni siquiera la comida tiene importancia. Vamos, sólo hay dos escenas dedicadas a mostrar el arte de crear un platillo. Lo que en realidad se quiere decir es que se deben apreciar las capacidades de todas las personas que integran un equipo. Abrir las puertas de una nueva realidad a alguien más debería ser lo más normal del mundo. Pero hay que mantenerlas abiertas. Jamás se deben cerrar.
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