Km 31-2
La secuela de Lemon Films goza de una cuidada producción pero con los baches propios de una carretera descuidada.
Tras diez años, finalmente llegó la que fuera en su momento muy esperada secuela de uno de los mayores éxitos de Lemon Films: KM31. Y no, no se llama Kilómetro 32. Seguimos en el 31 porque, efectivamente, la segunda parte comienza justo donde dejamos la primera y luego corte a…
Han pasado siete años de los eventos de KM31 y el oficial Martín Ugalde (Carlos Aragón) comienza a investigar una serie de casos sobre niños desaparecidos alrededor de la zona de Río Mixcoac y Río Churubusco en la Ciudad de México. De pronto comienza a unir las piezas y se da cuenta de que tiene que ver con el caso de Ágata y Catalina (ambas interpretadas por Iliana Fox)…
La producción de Kilómetro 31-2 no le pide nada a cualquier cinta de género: su diseño de producción es cuidado con un audio que sin duda aprovecha las escenas de suspenso, mientras que tenemos un plano secuencia que recorre con sumo detalle –y repito, sumo detalle– una antigua casa de la Ciudad de México en una noche lluviosa. El último acto saca provecho de los años que tuvieron que esperar los Rovzar para lograr que sus efectos visuales fueran lo esperado por el equipo de producción.
Sin embargo, nos encontramos con una película oscura, y no en términos de historia, sino en la imagen. Y claro, es una convención del género nunca toparnos con colores vivos o brillantes, pero en el caso de este filme, esa oscuridad llega por momentos al punto de no dejarnos distinguir lo que está sucediendo. Tenemos una interesante secuencia que utiliza un centenar de cámaras antiguas para crear un momento de interesante tensión, pero que se pierde entre tanta oscuridad.
Quizás el problema central de KM 31-2 es que nunca termina por mostrar todo lo que promete en su guion. Encontramos secuencias donde los personajes hablan sobre los terribles y atemorizantes eventos que están ocurriendo (o aquellos por venir), pero sus miedos se quedan en eso: en palabras. Aquellos temores rara vez se materializan en secuencias igualmente terroríficas y aquellos que lo intentan se pierden en extrañas y oscuras tomas donde la acción es difícil de distinguir.
Ejemplo de ello es el ya mencionado innecesariamente largo plano secuencia del recorrido de la casa, donde la cámara nos lleva por cada rincón del lugar mientras escuchamos la lluvia interminable. Para cuando alcanzamos la mitad de la secuencia, la única pregunta que tenemos es cuándo acabará y cómo. Y cuando por fin termina, nuestra atención -y tensión- ya se perdieron en alguna habitación.
Al final, la manufactura de la cinta sigue mostrando que Lemon Films produce un cine con un alto nivel de cuidado al detalle. Sin embargo, es en otros apartados como la edición, iluminación y especialmente guion, que Kilómetro 31-2 más que navegarse por una carretera bien construida, es un trayecto con más baches que pavimento.