Huérfanos de Brooklyn – Crítica
Un detective con síndrome de Tourette se convierte en un héroe improbable del cine negro en el segundo esfuerzo directorial de Edward Norton.
Para Edward Norton, guionista, director productor y protagonista de Huérfanos de Brooklyn, todo comenzó hace 20 años cuando leyó el libro homónimo de Jonathan Lethem.
Como miles de lectores alrededor del mundo, Norton quedó enganchado con la novela. El magnetismo que causa esta historia se debe al protagonista de nombre Lionel Essrog. Él es un detective con un caso severo de síndrome de Tourette. Él no descansará hasta resolver el asesinato de su mejor amigo y mentor Frank Minna (Bruce Willis). Esta búsqueda implacable por descubrir al asesino de Frank lo llevará a desenterrar un caso de corrupción política e injusticia social en el gobierno de Nueva York. También le llevará a formar una alianza con dos personajes improbables. Una secretaria que lucha en contra de la gentrificación llamada Laura Rose (Gugu Mbatha-Raw) y un extraño hombre llamado Paul Randolph (Willem Defoe).
Esta película es apenas el segundo esfuerzo como director del nominado al Oscar Edward Norton –Más que amigos, una comedia romántica, fue su debut en el 2000–. Para hacer esta historia suya, Norton se alejó de las páginas del libro y tomó la decisión de ambientar la película en los años cincuenta. La historia original del libro está situada en los 90. Si bien algunos de los fanáticos del libro están escandalizados con este cambio, desarrollar la historia en este periodo funciona muy bien con una trama que se alimenta del misterio y la intriga.
El argumento de la película se desarrolla entre el bullicio de los bares ocultos de las calles de Harlem donde el jazz y la ginebra fluyen libremente, las persecuciones se llevan a cabo en autos clásicos y todos los personajes portan elegantemente fedoras y tirantes. La atmósfera creada por estos elementos es efectiva y envolvente. En esta misma nota, la cadencia y gravedad del jazz como elemento base del soundtrack se convierten en una gran –e inesperada– herramienta que aumenta el suspenso en la cinta cuando los diálogos o la acción se quedan cortos.
Para curar aún más la historia, Norton se inspiró en el libro The Power Broker de Robert Caro. Con éste completó y agregó capas al villano de la historia, Moses Randolph. Moses es interpretado por un fugaz pero efectivo Alec Baldwin. Él es un urbanista con la ambición de crear el Nueva York que siempre soñó. Pero sus decisiones están alimentadas por el hambre de poder y el racismo.
A Huérfanos de Brooklyn hay que tenerle paciencia. Este drama policial es un ejercicio satisfactorio del cine negro contemporáneo. Pero el gran misterio por resolver está muy enredado y toma demasiados giros inesperados durante las dos horas y media que dura el largometraje. Así es natural perderse entre tanta información. Además de los diálogos atiborrados que intentan parchar un guion defectuoso.
Sin embargo, es precisamente este caos lo que hace que Essrog sea un personaje tan interesante. Además de que Norton brinda una interpretación poderosa. Para Lionel, la misión de encontrar las piezas de este rompecabezas desencadena lo peor de su enfermedad y los tics más incontrolables e inapropiados. Sin embargo, al mismo tiempo, descubrir la verdad y poner cada pieza en su lugar actúa como una medicina para su “mente rota” (como él la llama) y sus pensamientos se vuelven más agudos, profundos y perspicaces. Su síndrome es su mejor y peor atributo, y ser testigo de como este personaje se desarrolla y se desenvuelve en la pantalla es sin duda un placer y el elemento más destacable de Huérfanos de Brooklyn.
Huérfanos de Brooklyn está disponible en Amazon Prime Video.