El Hombre del Norte – Crítica de la película
El detalle en cada cuadro esté presente mientras que la adaptación de una leyenda clásica se revitaliza.
Es un hecho que la industria en Hollywood está cambiando. El que una película como El Hombre del Norte llegue a las salas de cine, con ese reparto, esa manufactura y esa profundidad en su narrativa, es prácticamente producto de una alineación astral vikinga.
Robert Eggers forma parte de una generación de directores de género estadounidenses que han demostrado que una nueva narrativa no es ajena al público masivo. Jordan Peele, de la mano de Universal, y Ari Aster, con A24, se han encargado de revitalizar el cine de Estados Unidos al seguir apostando por la experiencia teatral. En el caso de la tercera película de Eggers, El Hombre del Norte, ésta es un evento inmersivo desde sus primeros segundos.
Una voz grave y la imagen de un volcán humeante son nuestro primer contacto con la historia trágica de venganza de Amleth. Dicho relato está basado, en cierta medida, en la saga escrita por el historiador medieval danés Saxo Grammaticus en su Gesta Danorum.
Lo más natural al conocer un poco sobre la historia de Amleth, es que resulta familiar a la tragedia de Hamlet. Y lo cierto es que Shakespeare basó su historia en partes de los escritos de Grammaticus. En El Hombre del Norte el joven Amleth observa cómo su padre es asesinado a manos de tío Fjölnir. Luego logra escapar haciéndoles creer que ha muerto. Mientras se aleja de la isla en una balsa, repite estas palabras:
Voy a vengarte padre, voy a salvarte madre. Voy a matarte Fjölnir.
Estos eventos ocurren en poco más de 20 minutos de iniciada la película, pero Eggers se encarga de presentarnos toda una forma de vida vikinga. Incluso se da el lujo de proyectar un ritual en el que Amleth debe dejar la niñez para convertirse en un hombre con la ayuda de su padre (Ethan Hawke) y Heimir el Tonto (Willem Dafoe).
Ya en su etapa adulta, el camino de Amleth (Alexander Skärsgard) naturalmente va a recordar elementos de historias de venganza. Pero prácticamente estamos ante uno de los primeros relatos sobre el camino del héroe hacia su destino, su vendetta.
Desde el ya mencionado Hamlet hasta El conde de Monte Cristo, la venganza ha jugado un papel importante en las historias clásicas sobre la redención y la justicia. Para Eggers esto es importante con un personaje que prácticamente debe dejar a un lado su comportamiento animal más básico. Incluso así lo conocemos como un Berserker, guerrero que pelea semidesnudo sólo con pieles de animales. Simplemente tiene que esperar al momento exacto para cobrar venganza y cumplir esa promesa que le hizo a su padre, a su madre y hasta el criminal de su tío.
Es entonces donde la línea entre cine de autor y producción de estudio se mezcla, mostrando un resultado como pocas veces vemos en pantalla. En la década de los 60 era común ver en Hollywood superproducciones épicas como Cleopatra o Ben-Hur. A finales de los 90 e inicios del Siglo XXI regresó el género épico brevemente con Corazón valiente y Gladiador, cintas épicas donde precisamente la venganza y justicia juegan un papel importante.
Naturalmente todo eso cambia con dos eventos que han modificado el panorama. Las franquicias son las que mandan, con presupuestos grandes o pequeños, pero siempre favoreciendo a los títulos conocidos. Y, por otro lado, el streaming ya ha seducido a más público. Es por ello que algo como El Hombre del Norte es sumamente raro, por no decir único, de ver en pantalla. La visión de un director como Eggers, con una fijación por la historia y los detalles. Y, por otro lado, que una película de ese presupuesto y tamaño se haya producido.
Cada elemento dentro de la película no es gratuito y se ven en la pantalla cada uno de los presumiblemente 90 millones de dólares gastados. La historia de un vikingo en busca de venganza puede caer en el más obvio de los clichés. Un hombre convertido en bestia, sanguinario, con sólo un objetivo. Y aunque esto es en esencia lo que la masculinidad podía reflejar en aquella época, Eggers junto con Skärsgard entregan un Amleth que comunica poco con sus palabras pero mucho con sus acciones. Él está dispuesto a cumplir su destino. Pero eso no lo deshumaniza, eso no lo vuelve un animal -aunque así lo haga la sociedad que lo rodea-. El amor por su madre lo mantiene también alerta de la gente que lo rodea, los esclavos con los que convive y los amigos que ve caer.
El Amleth de Skärsgard desde que lo vemos de niño es noble y bondadoso, es testigo de una muerte que a cualquiera lo dejaría mal psicológicamente (de hecho en la historia escrita por Grammaticus, Amleth finge demencia y así logra estar cerca de su tío para planear su venganza) pero que incluso con todo ese dolor, aún existe humanidad en él. Al igual que Olga (Anya Taylor-Joy), quien sufre de los estragos de la sociedad vikinga, eso no la deshumaniza ni la convierte en una dama en desgracia, su personaje da pelea y busca tan sólo un lugar en el mundo.
Y aunque la historia pueda ser por muchos conocida, Eggers y Sjón logran una dinámica interesante a lo largo de sus actos. Con el ritmo necesario en cada uno de ellos y con algunos giros de tuerca que algunos ya verán venir, la experiencia cinematográfica no disminuye. Al contrario, una vez presentado el verdadero rostro del destino de Amleth, no hay vuelta atrás. La historia toma una dirección hacia la vorágine y acción dignas de cualquier venganza vikinga. En medio de un volcán en lava ardiente y un destino que cumplir.
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