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Historia del cine: Origen y pioneros del séptimo arte

12-08-2024, 1:00:00 PM Por:
Historia del cine: Origen y pioneros del séptimo arte

Conoce acerca de los orígenes del cine, cuáles fueron sus antecedentes y quiénes fueron los pioneros que sedimentaron su historia.

Desde los orígenes de la civilización, el ser humano ha tenido la insaciable necesidad de contar historias y aprehender todo aquello que le rodea, a través de mecanismos de abstracción, como lo es la palabra y la imagen. En lo visual, este impulso de emular la realidad, de manera cada vez más fidedigna, condujo a que los pintores impresionistas del siglo XIX fundamentaran su trabajo en hacer lienzos más parecidos a lo que ve el ojo humano. Sin embargo, aquélla era una época de celeridad descomunal, heredera de la Revolución Industrial y donde la cotidianidad ya no era sólo luz, color y forma, sino también un exceso de movimiento. La representación de la sociedad moderna exigía también captar ese dinamismo y fue en ese contexto que la historia del cine empezó a escribirse.

¿Cómo surgió el cine?

Bien sabido es que el cine no podría haber existido sin la fotografía. A lo largo del siglo XIX, la segunda estuvo sujeta a un sinnúmero de avances técnicos que hicieron posible retratar personas o paisajes con insólita rapidez, y ligado a ello, descomponer en distintas imágenes el caminar de un hombre o el trotar de un caballo. Pero vamos por partes.

En 1826, cuando el pionero Joseph Nicéphore Niépce tomó la fotografía conocida como Vista desde la ventana en Le Gras por medio de una cámara oscura, se necesitaron ocho horas de exposición ininterrumpida. Trece años después, el inventor Louis Daguerre presentó el daguerrotipo, un proceso fotográfico más complejo y que consiguió reducir el tiempo de exposición a media hora. De ahí en adelante, la impresión de imágenes en un soporte fotosensible devino más y más veloz, al grado de finalmente requerir menos de un segundo. Fue entonces cuando surgió la cronofotografía, un paso más hacia el cine dado por mentes visionarias, como las del británico Eadweard Muybridge y el francés Étienne Jules Marey, en las décadas de 1870 y 1880.

A grandes rasgos, la cronofotografía consiste en realizar una serie de fotografías secuenciales de un objeto o sujeto en movimiento, en aras de captar las diferentes fases de su desplazamiento. Esto hizo Muybridge, por ejemplo, al retratar un caballo galopante mediante veinticuatro cámaras alineadas en paralelo a una pista de carreras, las cuales se activaban por separado al momento de que el animal pasaba frente a ellas. Este fotógrafo tuvo incluso el ingenio de juntar las imágenes resultantes y copiarlas en un disco de cristal de 16 pulgadas que, al iluminarlo y hacerlo girar manualmente en un aparato denominado zoopraxiscopio, permitía que las distintas siluetas del potro dieran la ilusión de dinamismo. ¡Realmente se le veía galopar!

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El zoopraxiscopio se fundamentaba en la persistencia retiniana; es decir, esa cualidad del ojo humano de aferrarse a una imagen durante una fracción de segundo, antes de desaparecer por completo de nuestra retina. De ahí que, a través del aparato de Muybridge, un observador siguiera viendo la imagen “A” cuando ya tenía frente a sus ojos la imagen “B” y así sucesivamente, lo cual facilitaba que el cerebro asociara una con la otra y, en este caso, lo interpretara como movimiento.

Dicho ilusión óptica fue esencial para el advenimiento del cine, al igual que la rápida exposición fotográfica. No obstante, aún hacían falta algunas innovaciones tecnológicas para acabar de darle forma. Por un lado, no fue sino hasta 1889 que la Eastman Company (predecesora de Kodak) renunció a las placas de cristal como soporte fotográfico y patentó una cinta de celuloide flexible, fotosensible y transparente, que Thomas Alva Edison empezó a utilizar para sus propias exploraciones de la imagen en movimiento. La tira de celuloide de 35 milímetros de ancho y con perforaciones para su arrastre fue la base del kinetoscopio, un dispositivo de gran tamaño ideado por Edison y presentado públicamente en 1894, el cual permitía ver películas, pero únicamente a través de una mirilla individual.

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A pesar de los avances suscitados en EE.UU., había todavía que subir otro peldaño y hacer de las películas una experiencia colectiva. Llegaron entonces los hermanos franceses Louis y Auguste Lumière, quienes en 1895 patentaron el cinematógrafo, un aparato que no sólo tomaba fotografías secuenciales y las imprimía en una misma tira de celuloide (“filmar”) sino que también proyectaba las imágenes filmadas en pantalla grande; todo con ayuda de un mecanismo que se activaba manualmente. Esta revolucionaria invención fue un engranaje definitivo para que el séptimo arte floreciera.

¿Cómo eran las primeras películas?

Dos años antes de la presentación del cinematógrafo en París, Edison produjo en EE.UU. sus primeras películas que, como ya dijimos, no fueron concebidas para ser proyectadas en una gran pantalla, sino sólo exhibidas mediante un kinetoscopio. En 1893, el inventor nacido en Ohio encomendó a su ayudante William Kennedy Dickson la creación de una cámara que hiciera cronofotografías a base de celuloide. Ese mismo año, fundó el que se considera el primer estudio cinematográfico de la historia, conocido coloquialmente como “Black Maria”, debido a que era una edificación completamente pintada de negro. Presumía también la particularidad de tener un techo plegable que permitía la entrada de luz natural (esencial para la filmación) y una plataforma giratoria que posibilitaba seguir al sol durante el día.

Las películas que ahí se rodaban eran breves apariciones de gimnastas, acróbatas, contorsionistas, boxeadores y bailarinas que actuaban ante la cámara. Se conservan, por ejemplo, un par de cintas estelarizadas por la danzante Annabelle Moore. Una de ellas, titulada Baile de la serpentina de Annabelle (1895), incluso fue pintada a mano para que tuviera color y cautivara aún más a quienes pagaban por usar el kinetoscopio. Con Edison, las películas eran ante todo un negocio; uno que, desde su perspectiva, resultaba más rentable como atracción individual y no como espectáculo que debiera ser apreciado colectivamente. Claro que no tardó en reconocer su error, una vez que supo del invento de los Lumière que estaba complaciendo a las masas.

Las “vistas” de los Lumière

En diciembre de 1895, cuando los hermanos Lumière empezaron a proyectar públicamente sus películas en el Grand Café de París, ciertamente no se hablaba de edición ni de desplazamientos de cámara. Realmente no importaba que éstas gozaran de un único plano fijo. Su gran atractivo era que, aunque fueran monocromáticas y duraran menos de un minuto, mostraban ante decenas de atónitos espectadores lo que parecía una simple fotografía, pero dotada de movimiento. Tema aparte que otras reacciones pudieran ser la risa o el miedo, en este caso propiciadas por las míticas cintas El regador regado (1895) y La llegada del tren (1895).

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Lejos de pensar en las posibilidades de un naciente lenguaje cinematográfico, lo que más interesaba a los Lumière era capturar “vistas” de la vida cotidiana. A diferencia de los rodajes de Edison en espacios cerrados, ellos hacían siempre tomas del exterior. La salida de los obreros de la fábrica Lumière (1895), la primerísima película filmada por estos inventores del cinematógrafo, ya ponía en evidencia su tendencia a lo meramente documental. A su parecer, el cine era un instrumento de la investigación científica; una herramienta para registrar acontecimientos y brindar un reflejo fiel de la sociedad.

Los Lumière incluso enviaron operadores de cámara fuera de Francia para que levantaran imagen en distintos países y regiones del mundo. A México, el cinematógrafo llegó en 1896 y ahí se filmaron una treintena de películas, de las cuales varias retrataban al entonces presidente Porfirio Díaz.

Cineasta pioneros y sus aportes al arte cinematográfico

Alice Guy

La francesa Alice Guy (1873-1968) es considerada por muchos especialistas la primera mujer cineasta de la historia. En 1895, ella se desempeñaba como secretaria del entonces fabricante de equipo fotográfico León Gaumont cuando atestiguó de primera mano el maravilloso cinematógrafo de los Lumière. Gracias a la insistencia de Guy fue que Gaumont —estudio fílmico francés que sobrevive hasta nuestros días— aceptó incursionar en la producción de películas y accedió a que aquella directora en ciernes tomara las riendas de innumerables títulos. Se cree que el debut de Guy como realizadora fue El hada de las coles, una cinta estrenada en 1896 y que devino una de las primerísimas obras cinematográficas de ficción.

Más tarde, Guy migró a EE.UU. con su esposo Herbert Blaché (un operador de cámara británico) y en 1910 fundaron su casa productora Solax Company, que según datos de National Geographic, cobijó alrededor de mil películas de género cómico, western, drama y ciencia ficción.

Georges Méliès

Ilusionista y hombre de teatro, el parisino Georges Méliès (1861-1938) supo que en el cinematógrafo se hallaba el truco de magia definitivo. Aunque comenzó haciendo “vistas” al igual que los Lumière y muchos otros entusiastas del cine, poco tardó en priorizar el rodaje de historias fantásticas al interior de un estudio que —a diferencia del de Edison— estaba hecho enteramente de cristal.

Por medio de sus películas, Méliès se convirtió en un exquisito pionero de la puesta en escena, pero también de los efectos especiales, debido a su manera tan ingeniosa de manipular el celuloide. Descubrió las bondades de la sobreimpresión (técnica que le permitió “multiplicarse” en pantalla para la cinta El hombre orquesta) o el útil recurso de detener momentáneamente la cámara y realizar muy precisas modificaciones a la situación retratada antes de retomar la filmación. En Fausto y Margarita, este truco condujo a que de un fotograma al otro, una bella mujer se transformara mágicamente en diablo.

Escuela de Brighton

En Inglaterra, a la par de Méliès, surgieron otros cineastas igualmente experimentales y deseos de hacer del cine más que un simple testimonio de eventos mundanos. Miembros de una agrupación conocida como “Escuela de Brighton”, entre ellos figuraba George Albert Smith (1864-1959), londinense que incursionó en la sobreimpresión y en el uso de los close-ups, además de que desarrolló el primer proceso de coloración cinematográfica conocido como Kinemacolor, consistente en el empleo de filtros verdes y rojos para la filmación y proyección de películas. Su cinta Dos payasos es un ejemplo temprano de aquella innovadora técnica.

Dentro de la misma alineación inglesa, asimismo destaca James Williamson (1855-1933), quien mediante montaje alternado, elaboró películas compuestas de múltiples planos y perspectivas, ya fuera con fines documentales (Regatas de Henley) o con clara intención dramática (Ataque a una misión de China). También se le reconoce por ser uno de los pioneros en el uso del travelling. Ya no son sólo las imágenes las que se mueven, sino también la cámara.

Ferdinand Zecca

Inspirado en lo hecho por Méliès y los cineastas de Gran Bretaña, el francés Ferdinand Zecca (1864-1947) se propuso empujar el cine más allá de cualquier límite, tanto formal como temáticamente. Para comienzos del siglo XX, este realizador ya se había convertido en la mano derecha de la compañía Pathé Frères, y estando a su servicio, confeccionó películas que retomaban trucos ya utilizados previamente por otros cineastas, pero con la mirada puesta en hacerlas más extensas, con estructuras narrativas más complejas y temáticas mucho más adultas.

La película Historia de un crimen, dirigida por Zecca y estrenada en 1901, es considerada por Pathé como el primer drama de la historia del cine. Aparte se le señala como uno de los primeros ejemplos de uso de flashback en el séptimo arte. Dos años después, arribó La vida y la pasión de Jesucristo, codirigida por Zecca y cuyo rollo medía alrededor de 700 metros, lo cual era sumamente insólito para la época.

Edwin S. Porter

En EE.UU., Thomas Alva Edison no se quedó de brazos cruzados y echó a andar la maquinaria para conquistar la emergente industria cinematográfica del país. Su casa productora Edison Studios no flaqueó en seguirle el paso a los grandes avances que se reportaban desde Europa y uno de sus mayores aciertos fue indudablemente incluir dentro de sus filas a Edwin S. Porter (1870-1941), quien en la primera década del siglo XX habría de convertirse en el director estadounidense más influyente de la época.

Por supuesto, la obra maestra de Porter fue Asalto y robo de un tren (1903), cinta madre del género western y donde (al igual que con Zecca) confluyen una variedad de encuadres, desplazamientos e intercalaciones de montaje —recursos formales que venían popularizándose desde años antes— para enriquecer la que se ha calificado como “la primera película importante con argumento de ficción del cine americano”, según expone Román Gubern en su libro Historia del cine.

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El cine… ¿arte, negocio, entretenimiento?

Desde las primeras cintas, ya se habría un enorme abanico de posibilidades. Para algunos, la imagen en movimiento inmediatamente significó la semilla de una nueva industria, donde las atractivas y dinámicas situaciones impresas en celuloide serían en esencia una mercancía. Afortunadamente, la mentalidad del negocio no fue la única pavimentó el camino del quehacer fílmico. Los Lumière invitaban a emplear su cinematógrafo para capturar vistazos a la vida moderna. Por otro lado, surgieron también aquellos espíritus aventureros que no conformes con sólo plantar la cámara y ponerla a rodar, notaron el potencial casi divino de las películas de transformar ante nuestros ojos una realidad en movimiento. Había ahí un vasto lenguaje que explorar y que por más de cien años no ha hecho más que evolucionar.

autor Tengo muy mala memoria. Por solidaridad con mis recuerdos, opto por perderme también. De preferencia, en una sala de cine.
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