Hari Sama y la verdadera resistencia
A propósito de su documental Sunka Raku: Alegría evanescente, el cineasta mexicano Hari Sama nos revela el secreto que siempre marcará su cine y que incita a la libertad interior.
El cine de Hari Sama se ha caracterizado por una búsqueda constante de espacio, en circunstancias en las que parecería que no podría haberlo. Sus historias, de hecho, habitan ahí: en esos milímetros de vida interior que sobreviven, en los que aparentemente no cabe ya nada, pero en donde sus personajes heridos se las arreglan para encontrar libertad de transformación. En una entrevista en 2012, a propósito de su regreso al cine con la película autobiográfica El sueño de Lú, el cineasta mexicano nos compartió la filosofía del duelo que hablaba de esto mismo, y que le permitió convertir en imágenes sus propias experiencias personales de pérdida: “Lo más increíble que tenemos los seres humanos es la capacidad de darle espacio interno a un dolor grande que no se va y de vivir otras cosas al mismo tiempo. Eso pasó con la película: a mí me empezó a caber el dolor, pero también me cupo el cineasta”.
La idea proviene de un concepto zapoteco. Mientras el grueso de las personas usualmente aconsejan fortaleza en momentos de pérdida, allá en la sierra es común que se deseé «Yel Xhenlash»; es decir, que haya lugar para la pena, pero también para que habiten ahí otras cosas. El sueño de Lú lo exploró de forma directa a través de la cotidianidad de una madre (Úrsula Pruneda) que ha perdido a su hijo y que lucha por lograr que “le quepa” el dolor. Sin embargo, esta perspectiva centrada en los “acomodos” internos –aun cuando no se trate de un dolor como ése– ha permeado y se ha reafirmado en los dos trabajos posteriores de Sama: el largometraje de ficción Despertar el polvo (2013); y ahora en su documental Sunka Raku: Alegría evanescente, el cual sigue las búsquedas interiores que llevaron a un hombre a erigir casas de té japonés en el Ajusco.
“A Roberto Behar yo lo conozco de hace muchos años”, nos platica el realizador sobre su peculiar protagonista. “Yo siempre he tenido una atracción grande hacia oriente y hacia Japón, pero no se terminó de cuajar hasta que perdí a mi hija hace 12 años, y ahí sentí una necesidad de recolocar mi búsqueda. Me convertí en el primer alumno de Roberto en la práctica de la ceremonia del té y durante un par de años subí todos los lunes al Ajusco para tomar clases de eso con él. Ahí me fui dando cuenta del nivel de complejidad de esta persona, y de que esas casas son la obra de una vida entera, llena de detalles impresionantes. Cosas como que todo está lleno de nudos, por ejemplo. En la arquitectura japonesa no hay clavos así que en ese lugar hay un millón de nudos”.
Convencido de que para entender el valor de esas pacíficas e improbables construcciones –“esculturas hechas en 40 años”– era necesario entender primero a la persona que las construyó, Sama teje una biografía de un personaje excéntrico, atormentado por su pasado e inquieto, que se toma su tiempo –toda una vida– para encontrar su lugar. De clavecinista a publicista, de publicista a aficionado a la halconería, de halconero a experto en la ceremonia japonesa del té, Roberto es en esencia un nómada interno, cuya vida va dibujándose en cuatro estaciones, por medio de sus testimonios y de sus allegados. Al igual que otros personajes de Sama, sus procesos introspectivos están fuera del ajetreo que exige la vida moderna, en donde cualquier proceso debe ser rápido y, sobre todo, externo.
“Vivir con ese tiempo, para hacer las cosas como se deben hacer de acuerdo a nuestra propia perspectiva es de una riqueza que carecemos en el mundo contemporáneo”, nos dice el cineasta, y confiesa riendo el impulso que en parte lo llevó a elegir imágenes pausadas de naturaleza como acompañantes de los testimonios a la cámara. “También la hice así por eso. Ah, ¿no tienes tiempo de ponerte a contemplar nada? Pues ahí te van tomas de un jardín para que te lo des. De cierta forma te estoy obligando a contemplar el jardín”.
Proveniente de una infancia de continuos abusos en el Internado México, el personaje al centro de Sunka Raku es para el cineasta la metáfora perfecta de que cualquiera puede cambiar y encontrar densidad en la vulnerabilidad, pasar de cualquier realidad áspera y estrecha hacia una consciencia de sí mismo que lo libere. “Así como podemos tener un plano de 10 minutos de una catástrofe humanitaria, también puedes contemplar las flores. La realidad ofrece eso. Víctimas de atrocidades siempre hablan de haber sobrevivido por una cuestión de perspectivar lo que hay a la mano y elevar la consciencia”.
–Que, en esencia, es nuevamente encontrar espacios en un lugar y circunstancia «chiquitos» –le decimos al realizador.
“¡Exactamente! Yo creo que de eso se va a tratar todo mi cine”, nos responde el cineasta. “De eso se trata la vida. Todo el tiempo estoy en círculo buscando los espacios. Incluso en mi película anterior, Despertar el polvo, que es bastante violenta y que filmamos en la colonia Campamento 2 de Octubre: un lugar donde parece que no hay espacios, pero yo siento que aún ahí los hay. Porque el juego del universo siempre está arriconándote para que los encuentres en ti. Entre más afuera de ti estés, entre más solidifiques la experiencia del afuera por encima de lo que tienes adentro, menos espacio sentirás”.
Atento a desarrollar personajes que, como Roberto y Lú, aprenden a morar en sí mismos –en sus muy particulares y diferentes opresiones–, el trabajo de Hari Sama se presenta, de cierta forma, como un cine de resistencia individual. El verdadero rebelde es quien, primero, encuentra transformación y cabida adentro, quien ejercita y expande su libertad interior de cara al dolor, violencia o cualquier tipo de adversidad. “Ésa es la verdadera revolución. Se piensa que para resistir se debe ir hacia afuera, uno tiene que ir a agredir o matar a alguien, que va a ser sustuido por alguien más. Pero eso no funciona mucho. Siento que mucho del cine que a mí me gusta tiene esta obsesión con presentar las realidades sin espacio, muchas de las películas mexicanas que triunfan en el exterior son así. Entonces sí siento algo de responsabilidad de mostrar los espacios en el mío, porque los hay en toda circunstancia. La verdad es que sigo sintiendo que el sol se permea a través de las ventanas y que la única forma de verlo es ir al interior”, nos dice el cineasta.
Hari Sama pronto lanzará en las redes sociales el cortometraje Ya nadie toca el trombón, que ha visitado ya varios festivales y que, a través del acercamiento con una familia, explora el dolor alrededor de la desaparición de los 43 normalistas. Además, confiesa que también ha empezado a trabajar en un proyecto que tocará el tema de la llamada Deep Web.
“Me gusta hacer cine que me ponga a mí en riesgo, que me vulnere, y eso me vuelve más honesto en la forma de comunicarme con el público”, señala el cineasta.