Griselda: el narco también es mujer – Crítica de la serie
Predecible como la marea, el valor de esta serie radica en el placer que da ver a una mujer ganar en un mundo de hombres.
Pablo Escobar -el fundador del poderosísimo Cartel de Medellín- alguna vez declaró que él nunca tuvo temor de hombre alguno, si acaso de una mujer, y esa mujer se llamó Griselda Blanco.
Integrante de la cúpula del Cartel de Medellín, Griselda fue pionera del tráfico de cocaína en Miami durante la década de los setenta y ochenta. La leyenda dice (¿qué sería de las historias de narcos sin sus leyendas?) que el secreto de su éxito se debió a su estrategia de venta. La mujer (a la cual claramente no le faltaba inteligencia) hizo de la cocaína una droga de gente poderosa con dinero y no un producto de consumo para las clases bajas. ¿Cómo lo logró? Acudiendo a fiestas de millonarios y repartiendo muestras de su producto, la cocaína colombiana, famosa por su calidad y su pureza.
Con tan sólo estos dos datos, ya es suficiente para generar interés por un personaje que bien pudo salir de alguna novela criminal. Netflix lo sabe, y tras el éxito obtenido por series como Narcos y sus derivados, ahora prueban suerte con Griselda, la serie.
El primer gran acierto, que trasciende a la pantalla por su personalidad entrona, su figura curvilínea, su acento al hablar y por la fama que le precede al protagonizar por años la serie Modern Family, es la inclusión en el reparto de la colombiana Sofía Vergara. Ella interpreta a una sexy e inteligente Griselda Blanco. ¿Quién no querría ver eso?
Si no está roto no lo arregles: al mando del proyecto llamaron de nueva cuenta a otro colombiano, Andrés Báiz, cuya carrera como director se ha forjado (y con éxito) contando historias de narcos en la televisión. Se trata del mismo director de exitosísimas series como El Cártel, Infiltrados, Narcos, Narcos México y hasta del muy polémico remake colombiano de Breaking Bad: Metástasis.
A esta mezcla de talento, se suma un diseño de producción (a cargo del alemán Knut Loewe) absolutamente entregado al detalle apabullante en su reproducción de aquella década. Autos, peinados, ropa, teléfonos, hasta la copiadora es de aquella época. Absolutamente impresionante.
Al final, cerramos con la lente a cargo de Armando Salas (el mismo de Ozark), quien aporta un diseño visual colorido, con encuadres interesantes que elevan la tensión y privilegian la imagen de su ruda protagonista, la mujer que camina no como novia de alguien, sino como la jefa de todos.
La fórmula la conocemos y la historia es previsible. Pero el guion a ocho manos por parte de Doug Miro, Eric Newman, Carlo Bernard e Ingrid Escajeda, le da un poco la vuelta a la típica bioserie. Griselda inicia la aventura no con la infancia del personaje, ni tampoco con sus inicios en el narcotráfico, sino en la primera gran crisis que la obliga a abandonar Colombia rumbo a Miami.
Con tres hijos, sin nada de dinero, pero con un kilo de coca en la maleta, Griselda se las ingenia para empezar de nuevo desde cero. Así se enfrenta a los carteles locales, pero principalmente al machismo recalcitrante de la época.
Y es que resulta que hasta para ser una criminal las mujeres tienen que trabajar doble. No obstante las buenas ideas de negocio de Griselda, el mundo de hombres que controla el narco la desprecia y minimiza.
Bienvenida pues Griselda al mundo de las series de narcos, mismas que le han ganado tantas críticas a Netflix. Aunque se trate de la misma historia que hemos visto ya tantas veces, siempre es reconfortante ver a una mujer ganar en un mundo de hombres. Griselda lo hará, así sea antes de que la arresten.