Una Aventura de Verano: Goodbye, DonGlees! – Crítica de la película
Atsuko Ishizuka celebra los encuentros y experiencias mundanas que pueden marcarnos para toda la vida.
Han pasado cuatro años desde que la prolífica directora Atsuko Ishizuka y el mítico estudio Madhouse conquistaron los corazones de la audiencia global con la magistral serie original A Place Further Than the Universe. Ahora, el mismo equipo creativo se ha reunido para llevar a la pantalla grande un nuevo relato coming-of-age marcado por un viaje que sacudirá para siempre las vidas de sus jóvenes protagonistas. Sin embargo, Una Aventura de Verano: Goodbye, DonGlees! no repite la fórmula que ya les otorgó buenos dividendos, sino que encuentra un ángulo fresco para dejar al público con otras valiosas reflexiones que trascienden cualquier frontera. Porque incluso una aventura mundana puede tonarse en una experiencia trascendental cuando la compartimos con las personas indicadas.
Nuestra travesía inicia con Roma y “Toto”, un dúo de amigos inadaptados de un pequeño pueblo en el Japón campestre, quienes se hacen llamar a sí mismos “DonGlees”. Ambos se alistan para disfrutar las vacaciones de verano de su primer año de preparatoria luego de varios meses apartados, pero su reunión tomará un giro imprevisto con la adición a la pandilla del impetuoso y enigmático “Drop”. Después de ser acusados de provocar un incendio forestal, el trío se adentrará en el bosque para recuperar un dron que podría demostrar su inocencia. Y de algún modo, esa búsqueda les conducirá hasta los arrebatadores paisajes de Islandia.
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Contrario a lo que el departamento de marketing ha empujado con fuerza desde que fue anunciada, Goodbye, DonGlees! es una película sorprendentemente moderada en términos de sus ambiciones narrativas. La mayor parte de la trama se desarrolla en territorio japonés y, en realidad, funciona mucho mejor cuando se mantiene fiel a ese planteamiento inicial: capturar, sin artificios, la magia de una pieza de historia invaluable entre amigos. En este caso, la última hazaña veraniega de un trío adolescente que nos resulta tan ordinaria, terrenal y cercana, como nostálgica, emotiva e hilarante. Una odisea espontánea que nace de la imprudencia y los malentendidos, donde el destino u objetivo final se vuelven irrelevantes, pues lo que importa realmente son los aprendizajes, las perspectivas renovadas y los recuerdos que emanarán de aquel tiempo compartido.
El encanto en la dirección y el guion escrito por la propia Ishizuka radica en la sencillez, el naturalismo y la sensibilidad con que construye los dos primeros tercios de una cinta que descansa en su despliegue sincero de camaradería. Dos caras de una misma moneda, Roma y Toto tienen grandes ambiciones para sus respectivos futuros, pero se sienten estancados ante las inseguridades, la incertidumbre y los sentimientos agridulces que conlleva el crecer. Aunque los días despreocupados de travesuras y bufoneo de “DonGlees” estén contados, Drop intervendrá para recordarles la importancia de asumir riesgos y superar los arrepentimientos, de crear pruebas fehacientes de nuestro paso por este mundo.
Desafortunadamente, Goodbye, DonGlees! no termina comprometiéndose al cien por ciento con su humilde propuesta dramática, y queda la impresión de que el tercer acto surge como una respuesta autoindulgente por el temor de no resultar una apuesta lo suficientemente atractiva en el plano comercial. Así, tenemos un desenlace que escala de un modo bastante atropellado para entregar parcialmente la aventura grandilocuente con tintes fantásticos y escalas internacionales que se había promocionado. Si bien, éste ata casi todos los cabos sueltos y redondea algunos temas centrales, Ishizuka parece consiente de la discordancia con el resto de la cinta e intenta mitigar el impacto al revelar los principales giros argumentales desde el primer minuto. Eso no cambia el hecho que la ruptura narrativa es tan abrupta que el clímax parece extraído de una película completamente distinta.
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Hablando del apartado técnico, había altas expectativas en torno a lo que la directora de The Pet Girl of Sakurasou y la franquicia No Game, No Life podría ofrecer en su primera película original. Y la realizadora cuadragenaria nos deleita con un retrato altamente inmersivo, vívido y realista de la naturaleza, con altos contrastes de tonos verdes y ocres que acentúan el crepúsculo de la juventud. Asimismo, los personajes gozan de una expresividad que solo puede darte una producción cinematográfica. Esto no resulta sorpresivo si consideramos que el largometraje más reciente de Madhouse le reunió con varios de sus colaboradores recurrentes, en especial, aquellos que la acompañaron en A Place Further Than the Universe. Ejemplos destacados incluyen a Takahiro Yoshimatsu de vuelta como diseñador de personajes y director de animación; Yūki Kawashita como director de fotografía; Ayano Okamoto como directora de arte o Harue Ono como diseñadora de color.
El elenco japonés, por su parte, presume a figuras como Natsuki Hanae (Tanjiro Kamado en Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba) como Roma, Yūki Kaji (Eren Jaeger en Attack on Titan) como Toto y Ayumu Murase (Shoyo Hinata en Haikyū!!) como Drop. Aunque el doblaje latino tampoco tiene nada que envidarle con las voces de Iván Bastidas (Tanjiro en Demon Slayer), Miguel Ángel Leal (Eren en Attack on Titan) y Héctor Ireta de Alba (Armin Arlet en Atack on Titan) en los mismos papeles, respectivamente. Por otro lado, Yoshiaki Fujisawa vuelve con otro precioso soundtrack cargado de añoranza después de trabajar también en Yorimoi, mientras que la banda Alexandros proporcionó el tema musical “Rock the World”.
Puede que Goodbye, DonGlees! diste de ser el hit universal que se esperaba de este equipo creativo considerando el último proyecto en su portafolio. No obstante, si nos brinda una muestra del potencial de una autora cuyos dones merecen más oportunidades para brillar en la pantalla grande con su propia idiosincrasia.
A partir de una aventura juvenil, Atsuko Ishizuka celebra los auténticos tesoros que esconde este mundo: los encuentros milagrosos y las experiencias aparentemente triviales que nos reafirman, que nos transforman, que nos marcan para toda la vida. Pues la huella que dejamos en las personas prevalece mucho después de que hayamos partido.
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