El tercer asesinato – Crítica
Sus incógnitas sin resolver y planteamiento sobre la búsqueda de la verdad resonará en la mente de quien se atreva a entrar en su ruptura de convenciones argumentales y formales.
En la misma semana en que el cineasta japonés Hirokazu Koreeda presentó en Cannes Shoplifters, su duodécimo largometraje de ficción –recordemos que comenzó su carrera dentro del género documental–, llega a las salas de cine mexicanas El tercer asesinato, un drama cargado de misterio con semillitas de thriller y nuevamente centrado en una temática recurrente en su filmografía. Durante más de una década, Koreeda ha desgranado el significado la familia y, principalmente, en qué consiste la paternidad dentro del marco de situaciones vengativas (Hana), de duelo (Still Walking), desgarradoras (De tal padre, tal hijo) o de los percances de la manutención y el desapego (Tras la tormenta).
El enfoque de su nueva cinta abre con un panorama de horror, pero no un horror sobrenatural, sino humano. Un individuo mata a otro tras golpearlo en la cabeza y posteriormente le prende fuego al lado de un río. El objetivo de la cinta no es buscar al culpable –porque en la siguiente secuencia ya está encarcelado–, sino mostrar los dilemas éticos que sus tres abogados –particularmente uno interpretado por Masaharu Fukuyama, con quien Koreeda se reúne tras De tal padre, tal hijo– deben dilucidar para actuar en consecuencia mientras se investiga la verdad. En esa verdad yacen las aportaciones familiares y paternales de los personajes, pero es imposible adentrarse en ellas sin revelar aspectos fundamentales de la trama.
Sin precipitadas escenas de acción, sino más bien a través de la cotidianidad, el ritmo pausado y los acentos dramáticos tan característicos de su estilo, Koreeda mantiene una tensión constante como lo hace Bennett Miller en otro filme criminal: Capote. La quintaesencia de este complejo drama de corte (courtroom drama) nipón es desgranar las motivaciones así como los hechos cometidos por Misumi (Kôji Yakusho), el acusado, asesino del presidente de la fábrica donde trabaja. Sus antecedentes delictivos y su manía por cambiar su versión de los hechos, lo convierten en un sujeto indigno de confianza tanto dentro como fuera del cuadro.
Gracias a estas sutilezas y como el hábil artífice que es, Koreeda juega con los prejuicios de su protagonista y de nosotros mismos. Como el culpable –pues él mismo confesó su responsabilidad– ha matado anteriormente y parece mentir –¿o tal vez manipular?–, ante nuestros ojos es voluble, volátil; ante nuestros ojos su culpabilidad está garantizada y, por ello, el director nos confronta con nuestro propio sistema de creencias. Este importante representante japonés cuestiona la corrección moral de defender aquello que a todas luces parece indefendible; la ya muy retratada intromisión de los hombres de derecho para evitar que quienes han vulnerado la ley paguen sus actos, o el remordimiento que este proceder puede generar: ¿es correcto liberar a un supuesto asesino o cuando menos reducir su sentencia?
Tal como Misumi parece jugar con Shigemori, el abogado interpretado por Masaharu Fukuyama, Koreeda replica el ejercicio con el espectador, no sólo a partir de sus preconcepciones, pues igualmente difumina la línea entre realidad y especulación. Siembra preguntas y dosifica sus respuestas, escondidas entre sutilezas estéticas –una constante de la película es la inclusión de reflejos–, las cuales enriquecen su discurso y fortalecen el subtexto. Esta historia, sus incógnitas sin resolver y su planteamiento sobre la búsqueda de la verdad resonará por días en la mente de quien se atreva a entrar en su ruptura de convenciones argumentales y formales.