El sol también es una estrella – Crítica
La cinta intenta intercambiar la incredulidad romántica del género young adult por enigmas filosóficos, pero termina por regresar al abrazo confortable de los clichés.
Basada en la aclamada novela homónima de Nicola Yoon (Todo, todo), el filme sigue la historia de Natasha Kingsley (Yara Shahidi), quien tiene un día para cambiar su destino. Su familia, quien había pasado los últimos años viviendo ilegalmente en la ciudad de Nueva York, está a punto de ser deportada de regreso a Jamaica. Natasha tiene una última oportunidad de evitar que esto suceda y pide la ayuda de Jeremy Martinez (John Leguizamo) un abogado experto en estos casos. Sin embargo, Kingsley nunca imaginó que ese mismo día conocería a Daniel Bae (Charles Melton), un encantador chico coreano americano enfocado en cumplir el sueño de sus padres y convertirse en doctor.
Natasha y Daniel no podrían ser más diferentes: ella sueña con estudiar astronomía en la universidad y ve la vida (y en particular las relaciones románticas) a través de una perspectiva lógica, pragmática y hasta científica. “Son tus hormonas y químicos en el cuerpo los que producen eso que llamamos amor”, explica con incredulidad. Él, cuya verdadera aspiración en la vida es convertirse en poeta, es un romántico incurable y está convencido de que puede comprobarle a Natasha que estaban destinados a conocerse, solo le pide un día para probar su hipótesis.
A través de Natasha, la cinta intenta alejarse de la incredulidad de la relaciones románticas que comúnmente vemos en el género YA e intercambia la noción de los amantes predestinados y “el amor lo conquista todo” por enigmas filosóficos y el método científico como fórmula infalible para probar cualquier cosa, incluso los sentimientos. Sin embargo, tras intentar inyectar algo de sustancia con este concepto y plasmarlo presuntuosamente con frases del astrónomo Carl Sagan como “somos como mariposas que revolotean por un día y piensan que es para siempre”, el filme no puede evitar regresar al abrazo confortable de los clichés. Y esta cinta los tiene todos: desde ese típico momento donde los personajes se miran por el rabillo del ojo y titubean antes de tomarse de la mano hasta esos momentos pausados donde se pierden en la mirada del otro.
El día que pasan juntos en la Gran Manzana también es presentado a través de esta misma mirada estereotípica. Lugares emblemáticos como la Estatua de la Libertad y Grand Central Station tienen sus esperados cameos. Sin embargo, es cuando la historia se desarrolla dentro de la cotidianidad de las ajetreadas calles de esta mega urbe –un parque en medio de la nada, un karaoke coreano, la hora pico del metro– que la trama y la radiante cinematografía de Autumn Durald Arkapaw brillan en todo su esplendor.
Lo que salva a El sol también es una estrella de la implosión es el contexto donde se desarrollan los personajes que ofrece una ligera crítica a las políticas de inmigración por las cuales se rige Estados Unidos en la actualidad. A lo largo de la trama, la directora Ry Russo-Young (Si no despierto) inserta montajes con estética retro de las historias de inmigración de las familias de los protagonistas: Daniel es hijo de inmigrantes coreanos en búsqueda del sueño americano. Natasha es hija de inmigrantes jamaicanos cuya familia entera está a punto de ser deportada después de una redada. Los personajes encuentran una conexión profunda mientras intentan navegar este biculturalismo que les exige ser fieles a sus raíces y leales a ese país que le ha dado tanto. Sin duda, es refrescante ver a este tipo de personajes con este bagaje al frente de una comedia romántica para adultos jóvenes. Y gracias a la química y las interpretaciones de Yara Shahidi (Blackish) y Charles Melton (Riverdale) que fluyen orgánicamente, es fácil dejarse llevar por esos arrebatos románticos de los romances juveniles y olvidar –por momentos– el sabor de la decepción que El sol también es una estrella deja al final del día.