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Cine

El primer hombre en la luna – Crítica

09-04-2021, 11:59:00 AM Por:
El primer hombre en la luna – Crítica

La tercera película de Damien Chazelle es una exploración del personaje de Neil Armstrong que usa a la pérdida y el dolor como motores emocionales de la narrativa.

Cine PREMIERE: 3.5
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Una misma película puede ser muchas para cada espectador. Exploración de sentimientos, experimentación visual, espectáculo maravillante. Lo mismo cualquier historia: cada relato está irremediablemente unido a la forma en que el narrador entiende su tema. Para Damien Chazelle –en ésta, apenas su tercera película y la que dirige después del megaéxito de La La Land–, la historia de la carrera espacial y de los hombres y mujeres que la hicieron posible, es la de aquel primer hombre en la luna: Neil Armstrong. Su acercamiento a él está matizado por la pérdida rodeada de silencios melancólicos, al margen de gente tomando los riesgos más inimaginables posibles.

El primer hombre en la luna comienza con una secuencia que deja claras las intenciones del realizador más joven en ganar el premio de la Academia a Mejor director. Un piloto temerario prueba los alcances del avión-cohete North American X-15 llevándolo prácticamente a los límites de la atmósfera. Nosotros estamos dentro de la cabina con él, la pantalla se sacude de una forma espeluznante y, de repente, tanto el pequeño vehículo en el que viaja, como la misma pantalla que lo proyecta, parecen estar a punto de deshacerse. La fragilidad de los artefactos que usan estos aventureros del espacio será un tema recurrente durante l0s próximos 141 minutos.

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Claire Foy destaca como Janet Armstrong, una mujer que, al igual que su esposo Neil, tuvo que sacrificar mucho por la misión.

Una vez arriba, suspendido a la merced de las fuerzas naturales (con «Isaac Newton en el asiento del piloto», como diría el Jim Lovell de Tom Hanks en Apollo 13), Chazelle nos presenta mejor a su protagonista, un hombre que en cualquier otra cinta pronunciaría en este momento alguna línea «de guion», como sucede en aquella de Ron Howard. Sin embargo, el Neil de Chazelle no lo hace. Se limita a hacer su trabajo. No es coincidencia que esta secuencia, como otras, esté fotografiada en 16 mm: no sólo luce como un documental, nosotros no vemos nada que no esté viendo el personaje. El restrictivo cuadro nos recordará lo encerrados que estamos.

Entonces, en lugar de decir algo «para el trailer«, el Neil Armstrong de Ryan Gosling sólo espera paciente sus siguientes instrucciones. Gosling –con esos ojos expresivos y semblante que delata un mundo interior extensísimo–, nos dibuja a un personaje de pocas palabras que tiene la misma facilidad para lidiar con sus emociones, que la que tuvo la perrita Laika para tomar los controles de su nave y regresar a la seguridad de la Tierra. Poco tiempo después, dentro de la narrativa, nos enteramos de que el temerario Neil Armstrong y su esposa Janet (Claire Foy) pierden a su hija de dos años, víctima de un tumor cerebral. Y es entonces que la verdadera visión de Chazelle sobre la misión de Neil Armstrong se vuelve clara. De repente, el tono meditativo de la cinta, la  aparente inatención al peligro y la expresividad reprimida en la mirada de Gosling cobran sentido: ésta historia no es una de grandes héroes con grandes ambiciones de trascendencia. Es una historia de dolor, de nostalgia, sobre la pérdida, y sobre enfrentar al peligro de frente como una forma de terapia tanatológica.

Dicho esto, existe un punto débil en la cinta: la visión romantizada del mundo interior de Armstrong. Quizás el rostro de Ryan Gosling, con esa mirada suave y de melancolía reflexiva –que parece escudriñar el mundo a su alrededor–, que tan bien le ha funcionado para encarnar al Piloto de Drive y al agente K de Blade Runner 2049, aquí más bien distrae del estoicismo pragmático que siempre ha definido a Neil Armstrong.

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Ryan Gosling, Corey Stoll y Lukas Haas dan vida cinematográfica a Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Mike Collins: la tripulación del Apollo 11 en El primer hombre en la luna.

Tanto Chazelle como su guionista, Josh Singer (The Post: Los oscuros secretos del Pentágono, En primera plana) le apuestan al duelo como herramienta de empuje narrativo. Incluso la muerte de otros miembros de la NASA son tratados como meros impulsores y recordatorios del dolor que rodea a Armstrong. En la vida real, las misiones Apollo fueron un esfuerzo en conjunto: la razón por la cual unos nombres han destacado por sobre otros ha sido en buena parte un capricho mediático de buscar héroes y forzar paralelismos con los exploradores de antaño. Ni Neil Armstrong, ni Buzz Aldrin (con todo y su famosa arrogancia, aquí capturada de manera fantástica por Corey Stoll), ni Gus Grissom, Mike Collins, Pete Conrad o Gene Kranz eran Magallanes, Marco Polo o James Cook. Armstrong no agarró su nave ni decidió un día lanzarse al vacío: fue un engrane –un ingeniero talentoso, claro– dentro una máquina calculada que se puso una meta, diseñó un plan y lo ejecutó. Querer hacer de Neil Armstrong el protagonista de una historia que él no protagonizó por sí solo en la vida real, se siente, por momentos, demasiado forzado. Es una oportunidad desaprovechada para mostrar lo que las misiones Apollo y la carrera espacial realmente fueron: el triunfo del ingenio humano, de la voluntad y del trabajo en equipo.

Aun así, cada encuadre y decisión estilística de El primer hombre en la luna están perfectamente pensados para generar una emoción y discurso específicos, así sea el encierro y la precariedad con los 16mm o la soledad y magnitud del vacío con los impresionantes minutos en IMAX de la secuencia final. No hay duda de que Chazelle sabe perfectamente lo que está haciendo, y esto implicó, también, rodearse de gente talentosa que contribuyera a su visión. Además de haberse aliado por primera vez con Singer como guionista, ésta es su segunda colaboración con el fotógrafo Linus Sandgren y su cuarta con el músico Justin Hurwitz. Éste último creó un score melancólico y meditativo, interpretado con instrumentos –particularmente el theremín– que históricamente han musicalizado las aventuras de ciencia ficción más implausibles (como El día que la Tierra se detuvo, por ejemplo). El mensaje tanto visual como auditivo es claro: hemos visto y escuchado este tipo de historias en el cine antes, pero en esta ocasión la vemos sin las convenciones usuales del cine «del espacio».

Dejando las necesidades (o caprichos) de empuje narrativo a un lado, la película es una clase maestra en técnica. Damien Chazelle tiene 33 años, pero su manejo y control del lenguaje cinematográfico es apabullante: ha intercambiado la visceralidad de Whiplash y los sueños de La La Land, por el control y el rigor, para replicar la realidad con estricta autenticidad. Difícilmente calificaríamos a El primer hombre en la luna como la cinta más sólida en su corta carrera, pero no es arriesgado especular que estamos frente a un chico que en algunos años bien podría acompañar a Steven Spielberg y Christopher Nolan en el lugar que hoy custodian prácticamente solos: el de los entretenedores-autores de Hollywood.

autor Escritor, director de cine y director editorial en ésta, su amigable vecina publicación de cine, Cine PREMIERE. Nunca perderá la esperanza de una segunda temporada de Studio 60 on the Sunset Strip y Firefly.
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