El último pueblo sobre la tierra: Tatiana Huezo captura la fragilidad del campo en El Eco
La cineasta salvadoreña llegó al FICM en 2023 para presentar por primera vez en México su documental El Eco, ganador del premio a Mejor documental en la pasada Berlinale.
Sentada frente a un cartel del 21 Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), Tatiana Huezo se rehúsa a enfermarse. Antes de empezar a platicar conmigo, la cineasta salvadoreña abre una cajita de analgésicos y se toma una pastilla. Por primera vez, el público mexicano tendrá la oportunidad de ver su documental El Eco, después de ser premiado en Berlín y de haber recorrido otros países, por lo que la directora de 51 años no está dispuesta a dejar que su garganta arruine la ocasión. Además, no se tratará de un público del todo desconocido: sus personajes, los habitantes de la comunidad rural de El Eco, han viajado 9 horas de camino desde Puebla hasta Morelia para ver el resultado final del filme; es decir, para verse representados en la pantalla grande. Será la primera vez que estas familias van a una sala de cine. «Me he guardado para estrenar aquí, en este festival», comparte la realizadora. «Estoy muy nerviosa. Porque aunque la película se ha presentado en muchas países, para mí lo más importante es ver cómo ellos reciben la película. Sí me impone mucho».
El Eco es un retrato de la vida y de sus ciclos. El protagonista del filme es el pueblo, un territorio de pocos habitantes que está a 300 metros de altura,y en donde el viento es fuerte y transporta murmullos y sonidos. Tatiana Huezo y su cinefotógrafo Ernesto Pardo capturan la vida cotidiana de tres familias, pero lo hacen sobre todo desde la experiencia de las infancias, los niños y las niñas que crecen en este lugar y que reciben la herencia del cuidado de la tierra. Es una película sobre lo que significa el paso del tiempo, y especialmente sobre la transferencia de conocimientos. Las nuevas generaciones de El Eco aprenden desde temprana edad a ser guardianes de la vida y de la naturaleza que les rodea.
Tatiana Huezo acepta que el mundo de las infancias es un tema que la atraviesa. Su película anterior, Noche de fuego –la primera ficción de su carrera–, narra la vida de tres niñas que crecen en medio de la violencia. Su juventud, amistad e ilusiones generan una suerte de resistencia frente al miedo constante de ser raptadas por los grupos del crimen organizado. En El Eco, la etapa de la infancia es igualmente frágil y, de cierta forma, también resiste. Es un estado suspendido, siempre a punto de desaparecer. La cineasta sabía desde el inicio del proyecto que deseaba seguir explorando esa etapa de ternura, de magia y de los misterios de crecer. Comparte que sus experiencias como madre de una niña de 12 años, quien está a punto de dejar la niñez, la han dotado de una disposición particular para ello.
«Siento que esta película tiene una enorme nostalgia, una que sentí durante todo el tiempo que estuve filmando ahí», explica Tatiana. «Sentí lo fugaz que es ese momento de la existencia, la infancia. Qué frágil, qué importante, cómo se queda guardado y luego qué lejos se queda de nosotros».
Pero la fragilidad que su cámara retrata en El Eco también tiene que ver con lo que se vive en el campo mexicano: una forma de vida vulnerable, ligada a la naturaleza y a la defensa del territorio, amenazada constantemente por el despojo y la precariedad. Sus personajes heredan el respeto y los lazos con la tierra, en un contexto que probablemente los obligará a migrar eventualmente a las ciudades o al norte de la frontera hacia Estado Unidos.
«Percibí una enorme fragilidad todo el tiempo, mientras visité este lugar a lo largo de cuatro años», señala la directora, «una fragilidad en la existencia de esta forma de vida campesina, que de alguna manera está sitiada por diferentes factores que la ponen en peligro. El saqueo de sus recursos naturales, el ahogo económico y hasta el cambio climático. Yo me di cuenta lo extremo que hay de una estación a otra, y cómo eso define la existencia de los habitantes, de su animales. Me tocó ver granizadas que arrasaron con sus milpas y luego el momento de la sequía, que es crítico. Entonces, sí había algo que me transmitía una enorme fragilidad. Pensaba: en cualquier momento esto desaparece, esto se rompe. Pienso que las comunidades campesinos son los últimos guardianes del territorio y los niños son conscientes de este peligro».
A eso se sumó la incertidumbre del rodaje. El Eco es la primera película que la cineasta filma sin tener un guion o una escaleta previa. Su obra documental siempre se ha caracterizado por el uso de mecanismos propios de la ficción, como el esbozo de un arco dramático antes de filmar: una ancla narrativa alrededor de la cual se puede construir el filme. Sin embargo, en esta ocasión se lanzó a captar pequeños instantes de la vida de sus personajes, sin ningún tipo de historia previamente trazada. «Me sentí muy perdida. No tenía certeza», confiesa riendo. «Sabía que había muchos momentos fascinantes, pero pensaba: a lo mejor mi película no se trata de nada, a lo mejor estos momentos de la vida cotidiana no son suficientes. Aunque lo que sí me pasaba es que en muchos momentos sentía golpes en la panza, o se me brotaba agua en los ojos. Decía: aquí hay una sensación grande. Iba teniendo esas pequeñas certezas».
Finalmente, para la cineasta y el cinefotógrafo Ernesto Pardo, la forma adecuada de captar la esencia de El Eco era mirarlo como si fuera el asentamiento de los primeros habitantes de la tierra, o los últimos. «En esa fragilidad había algo antiguo, primigenio. Le decía a Ernesto: vamos a contar a El Eco como si fuera el último pueblo sobre la tierra, porque esta forma de vida está en peligro. Y desde ahí miramos».
Adentro del eco
El Eco es un pueblo de vientos, de crujido de árboles, de animales que respiran, que gimen y de personas que viven entre relatos orales de brujas y fantasmas. Para Tatiana Huezo era esencial que el sonido de la película adquiriera protagonismo narrativo. «Le dije a Lena [Esquenazi, diseñadora de sonido], no te fíes de que va a ser sencilla a nivel sonoro. El sonido es la mitad de esta película», explica la cineasta.
A fin de potenciar los ambientes, la cineasta y la diseñadora sonora buscaron sonidos de metales: el movimiento de un columpio, el rechinido de las puertas. «Yo quería también vincularme a los animales, tal como los habitantes están vinculados a ellos. Todos los gestos corporales debían sonar: los estornudos y la tos de las ovejas, la respiración del perro, las chicharras. Vamos a potenciarlos para sentirlos vivos. Quería humanizarlos. Era mirar el paisaje, un ente vivo que había que potenciar y que se transforma visualmente y sonoramente».
De acuerdo con la cineasta, nunca había rodado tanto como lo hizo con esta película, aunque sí tuvo muy claro cuándo era hora de cerrar el documental: «La película terminó con el ciclo de la sequía, había algo muy claro que marcaba el calendario: los ciclos del tiempo. Supe que empezamos a rodar con la lluvia y quería que la película terminara en el momento más difícil de esta población, es decir la sequía. Quería hacer sentir a la audiencia que, a pesar de las adversidades, estos niños han adquirido una tremenda fortaleza y que saldrían adelante. Sus padres les han dado el sentido de identidad que tienen. Los han forjado».
El Eco recibió el premio a Mejor documental en la 73ª edición de la Berlinale y en la 21ª edición del Festival Internacional de Cine de Morelia. Asimismo, ganó tres premios en la 66ª edición de los Ariel: Mejor largometraje documental, Fotografía y Música.
¿Dónde ver El Eco de Tatiana Huezo?
El documental mexicano estás disponible a través de Netflix.