Downton Abbey – Crítica

Para un fan de Downton Abbey, escuchar las notas pianísticas del score de la serie creada por Julian Fellowes es una experiencia sublime. Más aún cuando su musicalidad ilustra las imágenes captadas por una cámara que se desliza con grandilocuencia por la lujosa mansión que resguarda a los Grantham, Crawley y a su servidumbre. Esta conjunción audiovisual anticipa la emoción de una anécdota final para la familia que padeció tragedias y vivió alegrías durante seis años en la pantalla chica.

Downton Abbey es como un largo –y buen– episodio, fiel a la esencia de la serie en tono, estructura y peripecias, el cual sirve para poner punto final a la yuxtaposición de la vida de esta familia con sucesos históricos de relevancia desde principios hasta mediados del siglo XX. Los vimos lidiar con el hundimiento del Titanic, la Primera Guerra del Mundial y el inicio del resquebrajamiento monárquico.

Hugh Bonneville y Elizabeth McGovern interpretan, tal vez por última ocasión a Lord y Lady Grantham en Downton Abbey.

Y, por encima de todo, atestiguamos el arribo de un progreso hambriento de consumir los ánimos y estilos de vida aristocráticos. La película significa, entonces, un cierre digno para los personajes, pese a que algunas tramas lo hacen con mayor aplomo y otras en un claro servicio a los fans, como esa acelerada subtrama con toque romántico.

Poco sorprende esta continuidad, si se toma en cuenta que Michael Engler, quien ya había dirigido algunos episodios de la serie, es quien está al frente de la cinta. Además, el guion nuevamente es de Fellowes, quien narra la manera en que Downton Abbey se prepara para recibir visitas reales. Ni más ni menos que los reyes de Inglaterra pisarán el mismo suelo y dormirán bajo el mismo techo que Lady Mary (Michelle Dockery), Lady Edith (Laura Carmichael), los Bates, Branson (Allen Leech) y hasta Thomas Barrow (Robert James-Collier). Mientras la servidumbre siente cumplir con una encomienda divina y se enfrenta a contratiempos externos e inesperados, Mary se replantea su propósito al frente de la propiedad; Lady Violet se empecina en soterrar una vieja afrenta; Edith cuestiona sus actividades cotidianas, y Barrow comienza un camino de aceptación de sí mismo y su homosexualidad desde un punto de conciliación y no de resentimiento o agresión.

Anna tiene un poco más de reflectores que Mr. Bates en esta ocasión.

Como los conflictos se trazan con especificidad, no todos los personajes tienen la oportunidad de desenvolverse a cuadro, o al menos no con profundidad. Ciertas presencias se limitan a proveer apoyo dramático o tener uno o dos diálogos inconsecuentes. Cuando se trata de personajes terciarios el inconveniente es nimio, pero cuando eso le ocurre a quines durante más de un lustro se ganaron los corazones de los fanáticos, queda un ligero sabor de decepción.

En medio de sus fastuosos escenarios, diseño de producción sublime y vestuarios de ensueño, Downton Abbey retoma su papel diseccionador en torno a fenómenos sociales, históricos, de clase y género gracias al periplo de una familia acomodada. Vuelve a resaltar algunas excentricidades –y trivialidades también– derivadas del poder y dinero, así como el papel de la mujer en un mundo cada vez más abierto y listo para cuestionar la tradición. Se atreve a revivir prejuicios que se antojaban superados y a condimentarlos con disconformidades políticas históricas, en medio de un aire donde el lujo y las buenas costumbres deslumbran sin estorbar al raciocinio.

Probablemente quienes no hayan seguido la serie encuentren un poco complejo el entendimiento de la trama, porque hay poco desarrollo de los personajes, lo cual ya ocurrió a lo largo de seis temporadas en la pantalla chica.

Mabel Salinas No soy la Madre de los Dragones, pero sí de @Enlabutaca; desde ahí y en Cine PREMIERE estoy en contacto con las buenas historias. Melómana, seriéfila, cinéfila, profesora universitaria, y amante de las bellas artes. Algún día escribiré una novela de ciencia ficción. ¡Unagui!