Día del atentado
De excelente factura y con un elenco de lujo, Patriots Day peca de "patriotitis" innecesaria y desaprovecha la precisa ejecución de todos sus elementos.
Quizás uno de los atentados más devastadores de los últimos tiempos en Estados Unidos –después del perpetrado aquel 11 de septiembre de 2001 en las Torres Gemelas de Nueva York–, fue el ocurrido el 15 de Abril de 2013 durante el maratón de Boston. Aunque la cobertura mediática a nivel mundial no fue de igual magnitud a lo ocurrido en la Gran Manzana, dentro del país afectado sí se dio un despliegue sin precedentes por dar con los culpables, mismo que despertó lo mejor de una nación que hoy se encuentra enfrentando un proceso de antagonismo global que hace fácil olvidar esos momentos de ejemplar unión.
Es precisamente ese espíritu el que el director Peter Berg logra capturar con maestría en los primeros minutos de Día del atentado, que llega pocos años después de lo ocurrido en Boston, como recordatorio de uno de los momentos más significativos de la ciudadanía estadounidense en la era de Barack Obama.
Protagonizada por Mark Wahlberg como el oficial de policía Tommy Saunders, esta segunda colaboración al hilo del actor con Berg (ambos estrenaron Horizonte profundo también en 2016) es sin duda un extraordinario trabajo cinematográfico de acción y suspenso, que lamentablemente se ve opacado por sobrados (y torpes) esfuerzos de forzado patriotismo (aunque no sorprende, dado que el título en inglés es justamente Patriots Day).
En los primeros minutos del filme, Berg nos lleva en un sobrio montaje a través de los eventos previos a la detonación de las bombas en la línea final del maratón, presentándonos las vidas de los ciudadanos comunes y corrientes que más tarde se verían afectados. Es aquí que la película establece los respectivos lazos familiares de sus protagonistas, generalmente mostrando la rutinaria despedida matutina, aquí dramatizada por las sabidas consecuencias que aquel día sufrieron muchas de esas personas.
De repente, en medio de la rutina y la obsesión por el orden que caracteriza a Estados Unidos y sus instituciones, los titulares se tornan de rojo. La reconstrucción del atentado en la pantalla es inquietante, con el director y sus actores siempre al límite del amarillismo, aunque nunca rebasando el buen gusto sin dejar de lado el shock value que acompaña algo tan estremecedor. Y mejora aún más cuando, minutos después de lo ocurrido, la historia opta por llevarnos a conocer el otro lado de la moneda, con la cotidiana existencia de quienes perpetraron el crimen, contrastando con el caos y la devastación de sus actos. Entonces, si hay tanto que celebrar de Día del atentado, ¿por qué aun así me atrevo a decir que se trata de una película con deficiencias notables?
En lo técnico la película no tiene lugar para “pero” alguno, con un excelente manejo del suspenso y la acertada actuación de Wahlberg al frente de un elenco estelar, que incluye a J.K. Simmons, John Goodman, Michelle Monaghan, además del fantástico trío formado por Alex Wolff y Themos Melikidze como los hermanos Tsarnaev, acompañados del poderoso trabajo de Melissa Benoist como la esposa de uno de ellos. El problema de Día del atentado recae principal y lamentablemente en sus buenas intenciones. Con una historia demasiado preocupada por enaltecer el espíritu americano, Berg y compañía se exceden en el sentimentalismo melodramático de algunos diálogos, que por momentos parecen salidos de alguna película para la televisión, diluyendo así el efecto conmovedor de sus mejores momentos, en los que las acciones de sus personajes transmiten más emociones que cualquier diálogo tramposo que llega a salir de sus bocas.
Y aunque el resultado final funciona en el entendido de que se trata de una versión ficcionalizada de los hechos, donde el personaje de Mark Wahlberg es en realidad un conglomerado de varios policías presentes durante el atentado en cuestión, la película se siente como una oportunidad perdida por homenajear el espíritu humano como algo que rebasa fronteras. Caso contrario a una película como la reciente Sully: Hazaña en el Hudson (2016) de Clint Eastwood, cuya fortaleza no recaía en la obsesión pro yankee hollywoodense, sino en el retrato preciso del profesionalismo salvando vidas más allá de cualquier postura política de panfleto.