Cuando los hijos regresan – Crítica
Protagonizada por Fernando Luján, Cuando los hijos regresan es una comedia repetitiva, en la que una misma situación se explota incontables veces hasta que pierde el encanto.
Si el título Cuando los hijos regresan les recuerda a los filmes Cuando los hijos se van –tanto la versión de 1941 de Juan Bustillo Oro, como la de 1968 dirigida por Julián Soler– no es casualidad. No sólo a través del título, sino también de su temática, el crítico, investigador, guionista y director Hugo Lara Chávez –quien coescribió la historia junto con Claudia González-Rubio– busca homenajear aquellos legados y darles la vuelta bajo una lupa modernizadora. Ambas versiones de antaño se centraban en una familia donde ciertas rencillas, malentendidos y “trampas” ocasionaban que los hijos dejaran las casas paternas, en buena medida porque incumplían con las expectativas de unos progenitores que tenían un camino trazado para ellos o atentaban contra las normas sociales y morales de la época. De cierta forma, la opresión era la culpable del distanciamiento familiar y la migración de los jóvenes.
Lara le da la vuelta a la premisa. Aquí no tenemos a unos padres que con su férrea conducta ahuyentan a sus hijos, aunque en el fondo les cause dolor. Más bien, en un tono paródico, los personajes de Fernando Luján y Carmen Maura están desesperados por finalmente quedarse solos y reencender su vida amorosa. Sin embargo, cuando parece que su treintón Benjamín (Francisco de la Reguera) finalmente abrirá las alas y conseguirá trabajo, la calamidad golpea a sus demás hijos, interpretados por Cecilia Suárez y Erick Elías. Todos terminan viviendo bajo el mismo techo y con “equipaje” de más.
La película estrenada en el Festival Internacional de Cine de Morelia tiene un claro mensaje pro independencia y realización personal, pero también enfatiza la importancia de madurar y tomar responsabilidad por los propios actos o equivocaciones, lo cual parece embonar a la perfección en una sociedad inundada por «ninis», jóvenes incapaces de ver por su futuro y adultos en busca de cobijo tras el fracaso profesional o personal. Sin embargo, aunque la intención es notoria, el problema es cómo se maquila.
A diferencia de los melodramas que la inspiraron, Cuando los hijos regresan, ópera prima de Lara, es una comedia repetitiva, en la que una misma situación se explota incontables veces hasta que pierde el encanto –como en el caso de cierto invitado foráneo o las intervenciones de un miembro del ramo de las mudanzas que dice el mismo diálogo en más de una ocasión–. Asimismo, algunas acciones de los personajes devienen más del cliché del que parten que del hecho de que se hayan trazado adecuadamente –particularmente en el caso del personaje de Irene Azuela, que aunque es una mujer antipática y egoísta, su actuar no tiene fundamento lógico–. Igualmente, algunos giros que ocurren en el tercer acto tampoco se plantearon de tal forma que escalaran orgánicamente y parecen resultado de una salida fácil, un distractor, un mero acto de magia.
No obstante, es una feel good movie que avanza bien durante los dos primeros actos, y aunque decae en el tercero, por su tono complaciente embona adecuadamente con la temporada decembrina y probablemente conectará con los espectadores que disfrutan historias positivas como en su momento ocurrió con El estudiante.