Aquaman 2: El reino perdido – Crítica de la película

En su salto a la pantalla grande, Aquaman ha batallado por conectar con el público. Por lo general, siempre se dicen dos cosas sobre el personaje: que sus poderes son sosos y aburridos, o que la personalidad que le da Jason Momoa a su interpretación del héroe dista mucho de la de su contraparte afable en los cómics. A pesar de esto, su primera cinta en solitario se convirtió en la más exitosa del universo extendido de DC. No es difícil entender por qué, en medio del escepticismo levantado por el rey de Atlantis, muchas personas voltearon a ver el proyecto que le cedía los reflectores. En aquella película de 2018, lo importante era entregar una genuina sensación de asombro. La buena noticia es que esta preocupación sigue presente en la película Aquaman 2: El reino perdido, secuela en la que la autoconsciencia lo es todo.

Arthur Curry no era un buen personaje cuando, como consecuencia de las obsesiones creativas de Zack Snyder, se le retrataba como un borracho atormentado y alejado de la sociedad, que sólo aparecía en regiones nórdicas para ser venerado como a una deidad. En el esfuerzo por darle “realismo”, se diluía el gran potencial que tenía el súper creado por Mort Weisinger y Paul Norris en la década de los 40. Por suerte, James Wan tomó las riendas del arco narrativo del hombre acuático, cambiando las reglas que ya se habían establecido y llevando al protagonista a un nivel más adecuado para el universo en el que se desenvuelve.

Para esta segunda parte, Wan –quien no teme exagerarlo todo cuando es necesario– continúa explorando la vida de Arthur en el mismo tono que volvió tan distintiva a la primera entrega. Si hace cinco años atestiguamos una shakesperiana y tóxica relación entre hermanos, y el accidentado acenso al trono de un rey que no sabía que era rey, lógicamente la siguiente movida era poner a esos dos hermanos en una aventura trotamundos en la que el villano arma un plan para hacerse con una gran cantidad de poderosas sustancias atlantianas que son capaces de acelerar el calentamiento global, todo esto para vengarse del protagonista, quien mató a su padre. ¡Ah, claro! Además de todo este conflicto, no podían faltar los tintes de creature feature con monstruos gigantes y ciencia ficción de la vieja escuela.

A sabiendas de que últimamente existe un gran debate sobre cuándo y cómo utilizar el término camp –que alude a cuando varios elementos de una producción, como las actuaciones, los diálogos y los vestuarios, son empleados de forma estrafalaria–, hay que decir que, para este filme, aplica a la perfección. Sí, el guion de David Leslie Johnson-McGoldrick a ratos quiere ser serio y darle a todo cierto peso dramático, razón de que se inserte una torpe subtrama en la que el estelar tiene un hijo que, más adelante, tendrá que proteger de fuerzas malignas. Sin embargo, el escritor no puede evitar sucumbir ante la diversión que supone estructurar un blockbuster basado en una comunidad de personas que controlan el agua y hablan con peces y montan caballos de mar.

Quizá por eso, la sensibilidad de Wan para entregar propuestas que abordan el absurdo de manera elegante –ahí está la divertidísima y rara Maligno (2021)– encaja con lo que se quiere para la cinta, y es de mucha ayuda que Momoa, Yaya Abdul-Mateen II, Nicole Kidman, Patrick Wilson, Amber Heard, Dolph Lundgren y compañía estén dispuestos a seguirle el juego. En estos tiempos sombríos, no hay nada más refrescante que ver a un montón de actores usando disfraces metálicos fastuosos y conviviendo con criaturas que parecen salidas del Star Wars de antaño. Incluso una versión submarina de la guarida de Jabba hace una aparición, con todo y una sirena que, claramente, hace un homenaje a «Lapti Nek«.

Para cuando a la mitad de la película Aquaman 2: El reino perdido se empieza a hablar de la existencia de magia negra en uno de los 7 mares –el que da el título–, ya estamos dentro, no hay vuelta atrás. Con todo y que la edición, a cargo de Kirk M. Morri, se siente dispareja y apresurada. Es evidente que muchas escenas no quedaron en el corte final.

Y viene la gran pregunta: ¿es un cierre potente para 10 años de la primera iteración del universo de DC en cines? Ni de lejos. Pero un conjunto que, en pleno 2023, se atreve a intentar replicar el espíritu de las producciones de Dino DeLaurentis, Roger Corman y, hasta cierto punto, George Lucas, es bienvenido. Es una inofensiva oda a la unidad familiar y de comunidad que, además, tiene mundos donde hay batallas con láseres, colores neón y una electrizante banda sonora compuesta por Rupert Gregson-Williams, que combina piezas orquestales con música de sintetizador. Ya no se hacen muchas cintas así. Que vengan más. No hacen daño.

Si tan sólo Aquaman pudiera quedarse en el nuevo DCU…

José Roberto Landaverde Me fascina escribir, escuchar, leer y comentar todo lo relacionado con el cine. Me encanta la música y soy fan de The Beatles, Fleetwood Mac y Paramore. Mis películas favoritas son Rocky y Back to the Future y obvio algún día subiré los "Philly Steps" y conduciré un DeLorean. Fiel creyente de que el cine es la mejor máquina teletransportadora, y también de que en la pantalla grande todos nos podemos ver representados.