Christopher Reeve: El accidente que le cambió la vida a Superman
Te contamos cómo ocurrió el accidente que cambió la vida de Christopher Reeve, e inicio una cruzada de activismo incesante en pro de las personas con discapacidad.
De un día para otro, todo cambió para un afamado actor que sacudió como pocos la industria fílmica y la cultura pop… En la primavera de 1995, un aparatoso accidente agarró desprevenido al estadounidense Christopher Reeve mientras hacía aquello que tanto le apasionaba: competir en eventos ecuestres. Reeve sufrió una fuerte caída de caballo y como resultado quedó paralizado del cuello para abajo, siendo ésta una noticia que impactó a nivel global. A fin de cuentas, se hablaba ni más ni menos que del intérprete de Superman en la homónima película de 1978. Es decir, ¿el hombre de acero, destinado a pasar el resto de su vida en una silla de ruedas? Inconcebible.
Claro que la leyenda sólo se hizo más grande. Christopher Reeve, el histrión que demostró que las cintas basadas en cómics pueden volverse éxitos taquilleros, impartió a raíz de su accidente una lección mucho más humana sobre cómo enfrentar la adversidad e influir positivamente en la vida de los demás. Abogó por las personas con discapacidad y presidió una organización dedicada a la investigación de la parálisis y a mejorar la calidad de vida de aquellos que la padecen.
Una pasión por los caballos devino una pasión por ayudar; un accidente, una oportunidad de generar un cambio favorable. Ahora bien, ¿qué ocurrió exactamente ese 27 de mayo de 1995 cuando la imagen de Superman adquirió un cariz distinto? A continuación, te contamos de dónde vino el amor de Christopher Reeve por la equitación y cuáles fueron las circunstancias del accidente que marcó el resto de su vida.
De actor a jinete
Once años antes del accidente, Reeve incursionó por primera vez en el mundo de los caballos. Fue para el papel de Aleksei Vronsky en Anna Karenina (1985), una película para la televisión cobijada por CBS y basada en la homónima novela de León Tolstói. En ella, Vronsky es un oficial de caballería, y Reeve se dio a la tarea de aprender a cabalgar para resolver por cuenta propia —y no por medio de un doble— varias de las escenas en que su personaje monta a caballo.
Un inconveniente era que el histrión había sido alérgico a estos cuadrúpedos desde la infancia. Sin embargo, no era nada que no pudiera solucionarse mediante antihistamínicos. Estos surtieron efecto y Reeve pudo tomar lecciones diarias de equitación en un establo de Massachussets. Transcurrido un mes de entrenamiento intensivo, el intérprete de Superman se había vuelto capaz de galopar de modo bastante encomiable.
Claro que las caídas y las lesiones fueron siempre una posibilidad. Por ejemplo, en otoño de 1984, cinco días antes de iniciar el rodaje de Anna Karenina en Hungría, Reeve se cayó de un caballo desbocado y terminó con una costilla rota. Por otro lado, esto en nada afectó su creciente pasión por la equitación. Cabalgar a toda velocidad junto a miembros del equipo nacional ecuestre de Hungría —fichados para la película— le había parecido una experiencia “absolutamente estimulante”.
“Me había picado el gusanito de la equitación, así que cuando volví a casa decidí dedicarme a este deporte en serio”, cuenta Reeve en su libro autobiográfico Still Me.
Para 1989, el neoyorquino ya se sentía listo para participar en eventos competitivos. Su insaciable deseo de cabalgar lo había llevado a entrenar en diferentes establos, con distintos mentores y caballos. Incluso cada que iba a un nuevo set de filmación, se aseguraba de que hubiera cerca un lugar donde practicar, y lo hacía con cierto disimulo, para no poner nerviosos a los productores y aseguradoras.
“Mis alergias desaparecieron. Me enamoré de la equitación y quería hacerlo tan a menudo y tan bien como fuera posible”.
El deseo de superarse
Para 1995, Christopher Reeve insistía en no quitar el pie del estribo. Si bien siguió haciendo cine y televisión, también dedicó mucho tiempo y esfuerzo a especializarse en tres disciplinas de equitación: dressage (doma clásica), cross-country (campo a través) y show jumping (salto de obstáculo). En conjunto, éstas conforman el denominado eventing, deporte dentro del cual el histrión anhelaba seguir subiendo peldaños hasta convertirse en un competidor del más alto nivel. Para ello, vertió su confianza en un purasangre estadounidense de doce años apodado Buck y que adquirió en California durante el rodaje de El pueblo de los malditos (1995). En palabras de Reeve, “Buck tenía experiencia, una actitud entusiasta y muchos kilómetros por delante”.
A mediados de aquel año, el entonces cuadragenario actor debía viajar a Irlanda para filmar la película Kidnapped (con Francis Ford Coppola como productor ejecutivo) y ansiaba formar parte de un último evento ecuestre en EE.UU. antes de cruzar el Atlántico. Originalmente, tenía el ojo puesto en una competencia en Vermont, agendada para el fin de semana correspondiente al Día de los Caídos. Sin embargo, un entrenador suyo le propuso destinar esas fechas a un eventing en Culpeper, Virginia, donde sus demás pupilos iban a participar. Reeve accedió y se inscribió de último minuto.
El sábado 27 de mayo de 1995, iban a celebrarse las pruebas de dressage y cross-country. La del show jumping estaba programada para el domingo; misma en la que Reeve ya no pudo participar por culpa del funesto accidente del día previo… El dressage se resolvió de manera casi impecable: el actor se posicionó en cuarto lugar y creía que él y Buck estaban en muy buena forma como para ganar la competencia. No obstante, apenas iniciada la fase del cross-country, el escenario tan optimista cambió drásticamente.
Un obstáculo infranqueable
A grandes rasgos, el cross-country consiste en un recorrido a campo abierto y con obstáculos que jinete y caballo deben realizar cometiendo la menor cantidad de errores. En Virginia, Christopher Reeve creía que los primeros seis saltos que le tocaban a él y a Buck serían pan comido. Sin embargo, algo sucedió en el tercer obstáculo… El caballo debía brincar una valla de un metro de altura en forma de zigzag que a primera vista no suponía demasiada dificultad. De hecho, Buck empezó a dar el salto con aparente seguridad, pero en un abrir y cerrar de ojos —y sin la más mínima advertencia— se frenó por completo.
“El juez reportó que no había nada que sugiriera que a Buck le preocupaba aquella valla. Simplemente se detuvo. Fue lo que los jinetes refieren como una parada sucia”, rememora Reeve en su autobiografía. “Alguien dijo que un conejo salió corriendo y asustó a Buck. Otro dijo que pudieron ser las sombras [las que distrajeron al caballo]”.
No hay claridad sobre qué hizo al purasangre detenerse abruptamente, pero una certeza es que el jinete se llevó la peor parte. A causa de la inercia, Reeve se fue violentamente hacia adelante y voló fuera del caballo, con todo y las riendas que arrancó del animal. Sus manos se le habían enredado (probablemente por intentar mantenerse sobre Buck) y esto ocasionó que le fuera imposible meter los brazos mientras caía.
Sin manera de impedirlo, el actor aterrizó al otro lado de la valla con la cabeza por delante. El impacto ocasionó que se rompiera el cuello; en específico, la primera y segunda vértebras cervicales. Había quedado paralizado e incapaz de respirar por su cuenta.
«Mi casco evitó daños cerebrales, pero el impacto del aterrizaje me rompió la primera y la segunda vértebras. Esto se llama ‘lesión del verdugo’ porque es el tipo de rotura que se produce cuando se abre la trampilla y la soga se tensa. Fue como si me hubieran colgado del cuello y enviado a un hospital. Me oyeron decir: ‘No puedo respirar’, y eso fue todo».
Cuando los paramédicos llegaron, Reeve llevaba ya alrededor de tres minutos sin poder llevar aire a sus pulmones. Una vez ahí, la atención médica le colocó un collarín para sostener su cuello y le dio oxígeno por medio de un resucitador manual. Inmediatamente fue trasladado en ambulancia a un hospital local y luego en helicóptero al centro médico de la Universidad de Virginia (UVA).
«Sigues siendo tú»
Cinco días después del accidente, Christopher Reeve recobró la conciencia. Se hallaba en la unidad de cuidados intensivos y no recordaba nada de la caída. Estaba conectado a un respirador y completamente inmovilizado del cuello. Afortunadamente, la falta de oxígeno no había dañado su cerebro. Podía hablar, y los médicos habían impedido que la comprensión de la columna se agravara y que la lesión comprometiera más nervios de la médula espinal.
El siguiente paso era atender la fractura ubicada entre su cabeza y la columna vertebral, lo cual sólo podía hacerse mediante cirugía. “En aquel momento no tenía ni idea de que la operación que me iban a practicar no se había hecho nunca”, escribe Reeve en su libro. El jefe de cirugía John A. Jane se encargó de tan arriesgado procedimiento, consistente en afianzar las dos vértebras cervicales laceradas (C1 y C2) por medio de alambres.
«[El Dr. Jane] tomó hueso de mi cadera y lo apretó para conseguir un ajuste sólido entre la C1 y la C2. A continuación, colocó un clavo de titanio con la forma de un pequeño palo de croquet y fusionó los alambres con la primera y la segunda vértebras. Por último, taladró agujeros en mi cráneo y pasó los alambres a través de ellos para conseguir una fusión sólida. Lo que Jane hizo, en resumen, fue volver a poner mi cabeza sobre mi cuerpo», explica el otrora Superman.
La operación se practicó el martes 6 de junio de 1995, posterior a que Reeve sanara de una neumonía provocada por la presencia de líquido en sus pulmones. El procedimiento duró seis horas y media; un poco más de lo que se tenía previsto.
“Ha salido bien y ahora él se encuentra bien”, declararía el Dr. Jane esa misma tarde en una rueda de prensa. “Es un paciente maravilloso y está ansioso por ser movilizado”.
Al principio, Reeve no estaba seguro de querer someterse a la cirugía. Aun si lograba sobrevivir, nada garantizada que podría volver a moverse. “Tal vez deberíamos dejar que me vaya”, expresó en días previos. No obstante, sus seres queridos lo convencieron de lo contrario. En una ocasión, Robin Williams le hizo una visita sorpresa y fingió ser un proctólogo con acento ruso para animarlo. “Por primera vez desde el accidente, me reí”, recuerda el intérprete. “Mi viejo amigo me había ayudado a saber que, de algún modo, iba a estar bien”. Por otro lado, las palabras que realmente salvaron su vida vinieron de su esposa, Dana Reeve.
«Sólo te lo diré una vez: apoyaré lo que quieras hacer, porque es tu vida y tu decisión. Pero quiero que sepas que estaré contigo a largo plazo, pase lo que pase», fue lo que ella le dijo en el centro médico de la UVA, según recuerda en su autobiografía. «Sigues siendo tú. Y te amo».
Un legado de acero
Tres semanas después de la cirugía, Christopher Reeve fue llevado al Instituto de Rehabilitación Kessler en Nueva Jersey, donde por cinco meses continuó su recuperación. Para noviembre de 1995, el neoyorquino había conseguido respirar durante treinta minutos por sí solo. Aparte, su estancia en Kessler le permitió conocer a otras personas con discapacidad y darse cuenta de que podía utilizar su propia fama para crear conciencia en torno a las lesiones de la médula espinal.
«Parecía que mi lesión había creado un nuevo nivel de apoyo público», expone Reeve en Still Me. «Nadie me dijo específicamente: ‘Podrías liderar la lucha contra los trastornos de la médula espinal’, pero escuchar a ciertas personas me ayudó a formular la idea».
Eventualmente, el histrión transmutó en una figura pública que abogaba por mejores prestaciones para personas con discapacidad. Asimismo devino un promotor de la exploración científica con enfoque en padecimientos del cerebro y del sistema nervioso central. Ligado a ello, Reeve buscó que se destinara más dinero a la investigación de células madre y su uso medicinal.
En 1999, forjó una alianza con la Asociación Estadounidense de Parálisis. De ahí surgió la Fundación Christopher Reeve, años después renombrada Fundación Christopher y Dana Reeve, en honor a la esposa del actor. Su misión —desde entonces y hasta ahora— ha sido generar mayor conocimiento sobre afecciones medulares y mejorar la calidad de vida de aquellos que las padecen.
Al final, Christopher Reeve salió adelante tras su accidente y por casi una década vivió entregado a sus labores altruistas. Falleció el 10 de octubre de 2004, a los 52 años de edad. Posterior a su caída, nunca volvió a caminar ni pudo prescindir enteramente de un respirador, pero voló tan alto como Superman en su lucha por mejorar las condiciones de personas con discapacidad y en la recaudación de fondos para la investigación de la parálisis y sus posibles tratamientos.
Para saber más del legendario actor detrás del Hombre de Acero, vean el documental Super/Man: La historia de Christopher Reeve, ya disponible en salas mexicanas.