Chicos buenos – Crítica

Disparatada y divertida comedia, que toma como personajes centrales a tres preadolescentes, con un humor fresco dirigido a un público maduro.
Desde niño me encantaba ver todo tipo de cine de género: ciencia ficción, fantasía, horror. Pero constantemente me topaba con los obstáculos de la clasificación por edades y la consecuente restricción de mis padres. Me resultaba frustrante. Sobre todo cuando había niños actores en las películas: «¿Cómo que no puedo ver El resplandor, El exorcista o La profecía? ¡Pero si allí salen niños como yo! ¿O qué? ¿Ellos tampoco las ven?»
Mis reclamos y clamores fueron escuchados, pero no atendidos. Tuve que esperar años para ver algunos de esos filmes clásicos. Todos estos recuerdos se agolpaban en mi mente durante la proyección de Chicos buenos (Good Boys, 2019), ópera prima de Gene Stupnitsky, quien lleva una trayectoria como productor televisivo y guionista de series como The Office (2005-2013).
En el filme que Stupnitsky coescribió con Lee Eisenberg, narra las aventuras de tres estudiantes de sexto año de primaria -interpretados con enorme gracia por Jacob Tremblay (La habitación), Keith L. Williams y Brady Noon- que pugnan por obtener permiso para ir a una fiesta. Una serie de obstáculos se interpondrán en sus esfuerzos. Impedimentos e inconvenientes no particularmente propios para jovencitos de su edad, pero que con ingenio narrativo y ocurrencias bien planteadas, que resultan en momentos muy divertidos. Es decir, aunque la película esté protagonizada por personajes de entre 11 y 12 años, el humor está dirigido a un público más maduro que identifique las referencias en temas de sexualidad o consumo de drogas, entre otros. Aspectos que cobran fuerza y comicidad, gracias a la ingenuidad, bondad y curiosidad de los muchachos.
Regreso a mis recuerdos. Después de algunas décadas, ahora yo soy el padre de un niño de 9 años. Y no dejo de reflexionar sobre cómo la vida invierte los papeles. Como espectador, disfruté plenamente este nuevo filme en pantalla, pero a la vez reconozco que el público para esta comedia es distinto al de los actores que la interpretan.
De hecho, esto de alguna manera se vuelve una broma recurrente en la narrativa. «Pero si son unos niños», les dicen en más de una ocasión. A lo que ellos responden con cierta resignación: «Somos tweens«. Tween o tweenager, es un término en inglés para describir personas entre 9 y 12 años. Preadolescentes pues.
La camaradería entre los tres chicos protagonistas ineludiblemente nos remite a Cuenta conmigo (1986) de Rob Reiner. Aunque los improbables, exagerados y divertidos aprietos en que se meten recuerdan la cinta Una noche por la ciudad (1987) de Chris Columbus, que a su vez derivaba de la delirante Después de hora (1985) de Martin Scorsese. Sin embargo, en espíritu Chicos buenos está más cerca de Supercool (2007) de Greg Mottola, que de Buenos muchachos (1990). Aunque el juego de palabras es evidente.
Un aspecto notable de Chicos buenos es que asienta su anécdota y comicidad en nuestro presente, haciendo referencia a inquietudes actuales. ¿Cómo reaccionan los jóvenes educados en un entorno social que pretende subrayar la corrección política? ¿Cuáles son las dinámicas y estructuras de poder en los entornos escolares? ¿Cómo intentan resolver sus inquietudes a través de la inmediatez informativa? ¿Cuál es la influencia de las redes sociales? ¿Cómo responden al bullying? Claro, todo tratado con la ligereza inherente de una comedia comercial contemporánea. Pero el simple hecho de reconocer estos aspectos, e integrarlos en la historia, tiene su mérito.
El ineleudible «coming of age«, el crecimiento personal y madurez a partir de ciertas experiencias, está presente en un filme como este. Y abarcando distintos aspectos: la amistad. El primer amor. La vocación. Pero todo aderezado con su peculiar y refrescante sentido del humor. ¿La verá mi hijo pronto? Espero que no. Yo se la recomendaré. Pero tendrá que ser algunos años después de que deje de ser «tween«.
