Cartas de Van Gogh (Loving Vincent) – Crítica
Técnicamente hablando, es una pieza fina, sofisticada y que requirió de un esfuerzo monumental para crear un filme histórico.
Cartas de Vincent (Loving Vincent) es un clásico instantáneo, una película sin parangón, pues es la primera animación pintada a mano y con técnica al óleo en los casi 122 años de historia cinematográfica recorrida hasta el momento. Como si eso fuera insuficiente, cada uno de los cuadros que componen el largometraje es un homenaje a las obras maestras del pintor holandés, las cuales se trasladaron a otro conducto igualmente artístico: el cine.
Numerosas artes se dan cita en este poema visual –delicadamente musicalizado por Clint Mansell– que con cada fotograma destila el amor que sus realizadores tienen hacia el inigualable Van Gogh. Cada encuadre es una pieza viviente, se mueve con soltura y parece respirar a través del manejo de una iluminación centelleante, rasgo característico del impresionismo que impregna a este filme de principio a fin. Técnicamente hablando, es una pieza fina, sofisticada y que requirió de un esfuerzo monumental: siete años de trabajo, 125 artistas –entre ellos la animadora mexicana Mayra Hernández Ríos, única latinoamericana en el proyecto–, la realización de más de 65 mil cuadros y dos semanas de trabajo para culminar un solo segundo de película.
Este trabajo comunitario no da el menor viso de irregularidad a pesar de haber sumado a tantos talentos internacionales, más bien es homogéneo en sus trazos, colores y pinceladas, ya sean a través de dibujos a lápiz o en coloridas pinturas creadas mediante brochazos esparcidos, tal como lo hacía el atormentado pintor, y eso se debe a la cautelosa dirección del matrimonio compuesto por Dorota Kobiela y Hugh Welchman.
Su ojo clínico también cuidó que el movimiento de las bocas de los personajes acompasaran perfectamente sus palabras, obligando precisión por parte de los pinceles que les dieron vida. Asimismo, pese a que cada cuadro es una pintura aislada, al inyectarles movimiento capturan el dolor y la autenticidad que experimentan los personajes, entre quienes figuran varios de los protagonistas de las obras de Van Gogh: el doctor Gachet (Jerome Flynn), Louise Chevalier (Helen McCrory), Joseph Roulin (Chris O’Dowd), Adeline Ravoux (Eleanor Tomlinson) y Marguerite Gachet (Saoirse Ronan), inmejorablemente reencarnados –el casting en esta cinta es asombrosamente atinado y los créditos finales lo evidencian–.
Cartas de Van Gogh está lejos de la perfección. También es cierto que todo este portento visual encuentra su punto más débil en el guion, igualmente escrito por Kobiela y Welchman. La historia es una mescolanza entre realidad y especulación que sigue a Armand Roulin (Douglas Booth), el hijo del cartero de cabecera del impresionista, encargado de trasladar la correspondencia entre Van Gogh y su hermano Theo. Pese a una inicial renuencia, el chico es enviado por su padre a entregar la última carta escrita al hermano menor del genio incomprendido. Sin embargo, su misión se convierte en una investigación cuasi policial para descubrir los “misterios” que rodean a ese “loco” de deplorable reputación.
No obstante, pese al precario desarrollo de los personajes y su anecdótica trama, es imposible no enamorarse del artista a través de esta palpitante carta de amor que evoca directamente sus palabras: “sólo podemos hablar a través de nuestros cuadros”. Gracias a ellos redescubrimos sus intereses, sentimientos, obsesiones, especulamos sobre su último día de vida y terminamos –como dice el título original– amando a Van Gogh.