Buñuel en el laberinto de las tortugas – Crítica
La cinta empalma animaciones de los sueños del cineasta y el proceso de rodaje de uno de sus filmes para construir un retrato tan cariñoso como crítico del autor.
Hablar de Luis Buñuel es tan tramposo como lo es hablar de cualquier autor icónico en la historia del cine –o del arte–. El enaltecimiento de los autores en función de su obra los coloca en un estante lejos de todos los demás, los convierte en una especie de seres sobrehumanos, infalibles, incuestionables. Para colocarlos de vuelta en la tierra es preciso tomar distancia de esa imagen que conocemos y replicamos, ver qué hay más allá. Buñuel en el laberinto de las tortugas logra esto a través de una animación que, paradójicamente, nos presenta a un Buñuel de carne y hueso, lejos del pedestal.
El arte es una manera de sublimar pulsiones, miedos, inseguridades, debilidades; crear algo que se separe de ello y se convierta en algo más. Como espectadores, vemos un producto terminado y rara vez alcanzamos a asomarnos –o a imaginarnos, al menos– a lo que sucede detrás. En el cine, esto es parte de la convención a la que asistimos: acordamos que estamos viendo cine y nos entregamos a la experiencia. En el caso de Buñuel, las motivaciones detrás de las imágenes son, por decir lo menos, crípticas. Y esto, sin duda, define la manera en que vivimos sus películas.
Habiéndolo colocado en aquel estante de genio extravagante, nos acercamos a su cine dispuestos a jugar el juego. Pero, ¿cuáles son los elementos que operan cuando hablamos de su obra documental? ¿Pudo Buñuel realmente hacer algo que podamos llamar documental? ¿Es posible acercarnos a ella del mismo modo que a la ficción? ¿Pudo Buñuel realmente hacer algo que podamos llamar documental? Buñuel en el laberinto de las tortugas en cierto modo pone todos estos temas sobre la mesa cuestionando el proceso detrás del complicado rodaje de Las Hurdes, tierra sin pan (1933), un documental hecho, supuestamente, con el objetivo de dar a conocer la precariedad de este pueblo español y, de alguna manera, ayudar a sus habitantes.
Este proceso abre un sinfín de preguntas sin respuesta alrededor del quehacer documental y los límites de un cineasta cuando se realiza este tipo de trabajo. El personaje de Ramón Acín, poeta, escultor, amigo de Buñuel y productor accidental de la cinta tras ganar la lotería, es un elemento clave para desmantelar el halo de divinidad y de genio incomprendido alrededor de la figura de Buñuel. Su cercanía con él le permite cuestionar sus decisiones y señalar sus incoherencias, poniendo en jaque –de manera cariñosa y respetuosa– toda la obra del cineasta frente a los ojos del espectador actual.
Buñuel en el laberinto de las tortugas empalma animaciones de los sueños del cineasta y del proceso del rodaje con fragmentos de Las Hurdes para construir un retrato tan cariñoso como crítico del autor. Sin traicionar en ningún momento al Buñuel que respetamos y admiramos, lo retrata con una óptica que no disimula las fallas, sino las convierte en nuevas herramientas para una relectura de su obra. Después de verla, queda una inquietud, ¿no será hora de revisitar a nuestros íconos desde nuevos ángulos? Es posible que ahí haya toda una historia paralela del cine que no hemos explorado.