Bohemian Rhapsody – Crítica
Rami Malek se apodera del papel de Freddie Mercury sin imitarlo o ser una copia que carezca de personalidad.
La figura de Freddie Mercury es, sin duda, una de las más enigmáticas no sólo del mundo de la música, sino de la historia. La inspiración que ha dejado en el público sigue vigente y continúa marcando a generación tras generación. Cualquier obra que busque reflejar su paso por el planeta invariablemente le va a quedar pequeña a tan enorme personalidad, un hecho que ha quedado demostrado en películas de otras personas, así sea María Antonieta, de Sofia Coppola, Frida con Salma Hayek, Capote con Phillip Seymour Hoffman o el Ghandi de Ben Kingsley. Sin importar la calidad de estas obras, ninguna va a estar a la altura de tan enormes figuras en la historia y Bohemian Rhapsody no escapa de ello.
Esto no quiere decir que la película de Bryan Singer sea la decepción que varios han señalado. Hay quienes, incluso, le han llamado abominación… lo cual parece sumamente injustificado. Bohemian Rhapsody es el reflejo perfecto de la banda Queen en la pantalla grande. En la vida real, ningún integrante de Queen jamás brilló tanto como Freddie Mercury, quien, con toda justificación siempre se llevó reflectores, pero esto no significa que el resto de los miembros no aportaron a construir una de las mejores bandas de rock de la historia. La película de Bryan Singer entiende esto y nos presenta una narrativa sobre la creación de Queen que los sigue desde sus inicios como la banda Smile, hasta el concierto que aún es catalogado como el mejor de la historia moderna: los 20 minutos de Queen en el Live Aid.
Bohemian Rhapsody es como una bala disparada al aire, pues sale a toda velocidad narrando los primeros pasos de la banda y su rápido ascenso –demasiado rápido para los más exigentes–, hasta que llega a su presentación en Río de Janerio, momento en que la cinta disminuye su ritmo para ahondar en la personalidad de Mercury. Este aspecto es quizás el que más «molesta» a los detractores, pues sí es evidente el límite que tuvo la producción para explorar el lado privado de Mercury y nos atrevemos a decir que es el mismo que el artista, de seguir vivo, hubiera puesto.
Hace unas líneas mencioné algunas biopics, pero en ninguna de ellas su protagonista tenía la actitud de Mercury frente a la vida privada: el británico nacido en Tanzania siempre quiso mantenerse al margen de los reflectores fuera del escenario. Tan evidente fue esto, que el público no supo de su situación de salud (el músico falleció de SIDA) hasta un día antes de su muerte. Bohemian Rhapsody respeta la eterna decisión del vocalista de Queen, pero tampoco pretende tapar el sol con un dedo, pues sí existen detalles de aquellas fiestas en exceso y se ve al protagonista batallando con su propia aceptación personal en relación a su orientación sexual. Incluso se llega a mencionar su amistad con el locutor Kenny Everett, aunque no se profundiza en ella.
Con 15 álbumes en total y 72 sencillos, era natural que no se abarcara todo en la película, sin embargo, ahí están las canciones más representativas de la banda, siempre apoyadas por secuencias que ayudan a avanzar la historia y llevarnos de la mano hacia diferentes capítulos en la vida de Freddie Mercury. La selección del reparto es un acierto. A pesar de que Rami Malek parece tardarse un poco en apoderarse del papel (irónico, porque la cinta filmó su conclusión antes que nada), al final de la cinta es indistinguible de Freddie Mercury.
El resto de la banda (Roger Taylor, Brian May y John Deacon) asume su personalidad de manera sólida aunque destacaríamos a Joseph Mazzello, quien interpreta a Deacon, el miembro más callado de la banda y quien, a los pocos meses de la muerte de Mercury, se retiró del negocio y ni siquiera los miembros de Queen saben mucho de él.
Sin embargo, algo con lo que lucha la película es con una falta de personalidad detrás de cámaras. Esto se debe, suponemos, a los problemas que tuvo Bryan Singer con la producción y los cuales le obligaron a dejar el proyecto en manos de Dexter Fletcher (quien el año que entra estrenará Rocketman, la historia de Elton John) a dos semanas de terminar el rodaje. Bohemian Rhapsody no termina por hilar diferentes momentos que se sienten abruptamente cortados o rápidamente editados uno detrás de otro –cuando las canciones no están–, dando la sensación de que pudieron existir escenas de transición o elementos que habrían ayudado al desarrollo natural de la narrativa. Aunque esté el crédito de Singer como director, existe una sensación de que algo faltó.
Las motivaciones del “villano” de la película no se perciben claras, ¿desea a Freddie Mercury? ¿quiere su dinero? ¿quiere la fama? y al final es una versión caricaturizada del elemento maligno dentro de la trama. Existen elementos como este mencionado o la creación de algunas canciones que son presentados de una forma muy cinematográfica, pero que probablemente no ocurrieron así en la vida real, sin embargo esto no le resta impacto al producto final. Vamos, no se sienten tan forzados como un Steve Jobs diciéndole a su hija, a minutos de la presentación de la computadora iMac en 1998, que le “diseñaría un aparato que guardaría 1000 canciones para ella” en la película de Danny Boyle con Michael Fassbender.
Al tener a dos de los cuatro miembros de Queen como consultores creativos, Bohemian Rhapsody, tiene un sentido más honesto. Probablemente algunos se quedarán con las ganas de ver aquel lado de excesos y drogas en la vida privada de Freddie Mercury, pero él nunca quiso que se le conociera por eso. No existe la biopic perfecta y esta película no lo es, pero lo que sí logra es hacernos vibrar con cada nota y recordarnos que lo más importante para Roger Taylor, Brian May, John Deacon y Freddie Mercury es la celebración a la música. Como dice en algún momento la película: “somos cuatro inadaptados sin nada en común, que tocan para otros inadaptados, para los marginados al fondo del salón, que saben que no pertenecen a ese lugar, pero nosotros les pertenecemos a ellos”.