Bob Marley: La leyenda – Crítica de la película
A medio camino entre comentario social y tributo al máximo exponente del reggae, Bob Marley: La leyenda es una cinta biográfica con buenas intenciones, pero que no explora a fondo al mítico artista titular.
La fórmula de las biopics hollywoodenses ya es ampliamente conocida por quienes gustan de ver historias basadas en hechos reales. No sorprende que la película Bob Marley: La leyenda llegue ahora que la práctica de recrear las vidas de músicos está gozando de una gran popularidad. En este punto, ya no se puede pedir que no se hagan estas cintas, pues seguiremos teniendo producciones por el estilo. Lo que queda es sentarse a ver los resultados finales deseando que, por lo menos, la figura central sea bien retratada por el actor o la actriz en turno. En este proyecto, ése es el caso. Si por algo hay que acercarse al conjunto, es por Kingsley Ben-Adir.
El metraje tiene como propósito ofrecer una mirada a lo que fue la vida de Robert Nesta Marley, el mayor exponente de la música reggae en el mundo. Se agradece que, para lograrlo, no recurre al truco de presentarse como una “historia de origen”. Es decir, no vemos a Marley crecer hasta convertirse en una estrella. Aquí ya es un cantautor celebrado, al menos en su natal Jamaica. Sí, se muestran algunos flashbacks a su adolescencia, pero no estamos ante algo cien por ciento cronológico.
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Al principio de la cinta, Marley se prepara para dar el emblemático concierto por la paz conocido como “Sonríe, Jamaica”. Es el proceso previo a este evento lo que sirve para mostrarle al espectador cuál es el tono en el que se desarrollarán los eventos dramatizados. El concierto se planea en medio de un terrible conflicto político en el país.
Como parte de las tensiones, Bob y su esposa Rita (Lashana Lynch) son víctimas de un atentado en el que reciben disparos. Por ello, después de tocar ante un público pequeño con una herida abierta y sangrando, el músico decide que es momento de exiliarse en Londres. Ahí, grabará un álbum con mensajes de paz que, además, se convertirá en uno de los más exitosos de la historia. Una vez que la narrativa está situada en tierra británica, la película Bob Marley: La leyenda se pone en piloto automático. Las escenas de guerra interna se usan de forma muy efectiva para evocar la forma en la que el arte puede servir como protesta, pero pronto, la veracidad y el realismo que se prometían en la introducción se cortan sin previo aviso.
No obstante, en cuanto Marley y su banda, The Wailers, ponen manos a la obra para crear Exodus —el disco que les dio reconocimiento en el planeta entero—, el guion, escrito por el director Reinaldo Marcus Green junto a Terence Winter, Frank E. Flowers y Zach Baylin, se va por el camino fácil y los altibajos de la carrera del grupo se presentan de la forma más genérica posible.
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En medio de montajes sin vida en los que asistimos al ascenso de Marley en las listas musicales de Europa y Norteamérica, se arrojan algunos de los éxitos más comerciales del mítico artista. Estas son “Jamming”, “Is This Love”, “I Shot the Sheriff” y “No Woman, No Cry”. Después, llegan los problemas maritales por la fama y, por último, Marley es diagnosticado con cáncer de piel a principios de los 80 y regresa a Jamaica a morir. Todo es plano.
Lo que pudo ser un contundente recuento del activismo social de Bob y Rita, y cómo la filosofía del movimiento Rastafari inició una verdadera revolución, se convierte en una inofensiva cinta con estructura por demás predecible. Claro, el diseño de producción es de primer nivel y las recreaciones de famosos pasajes de la vida del artista quitan el aliento por su precisión. Sin embargo, todo es similar a filmes previos del mismo subgénero.
Quitando los primeros 45 minutos, sólo hay un relato artificial que no le hace justicia a la efímera, pero fructífera, trayectoria del protagonista. Por todo lo anterior es que ver a Kingsley Ben-Adir interpretar a Marley se vuelve tan satisfactorio. Con mucha energía y respeto, el intérprete captura los matices de un hombre cuyas emociones se tambaleaban.
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¿Gritar por la justicia en su hogar o sucumbir al ritmo de las percusiones en el escenario? Bob encontró la forma de hacer ambas cosas, y presenciar el retrato que hace Ben-Adir, sin caer en la caricatura, es apabullante, sobre todo en un proyecto tan convulso, que sin duda se hizo como tributo al legado del artista —esta es una producción aprobada por la familia Marley—. Aunque, en realidad, la oferta termina ahí.
Entonces, si lo que se quiere es sentir la esencia completa de la música de Marley, lo más recomendable es ponerse unos audífonos, dejar que Exodus corra y cerrar los ojos. Ésa es una experiencia que nadie debería dejar pasar.