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Cine

Blanca como la nieve – Crítica Tour de Cine Francés

06-09-2019, 9:05:30 AM Por:
Blanca como la nieve – Crítica Tour de Cine Francés

Blanca como la nieve es un testamento del rompimiento generacional que existe entre los nacidos en los últimos veinte años del siglo pasado y sus padres.

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Nacida en 1959, la franco-luxemburguesa Anne Fontaine es hoy por hoy uno de los valores más destacados de la cinematografía gala. Además de emplearse como actriz en un puñado de películas -una de ellas es Pas de scandale, de 1999, en la que curiosamente compartió pantalla con Isabelle Huppert-, se ha empleado en la escritura -el guión de Coco antes de Chanel, por ejemplo, está signado por ella y por Camille Fontaine, con quien comparte únicamente el apellido- y en su haber tiene asimismo algún crédito como productora. Si bien, de varios años para acá, el área en la que Fontaine ha explotado su excepcional talento ha sido el de directora, lo cual quedó más que demostrado hace tres años, cuando Les Innocentes acaparó tres de las nominaciones más importantes de los premios César.

Mencionar a Les Innocentes viene a cuento no sólo porque, al igual que Blanca como la nieve, se halla protagonizada por la imponente Lou de Laâge, sino también, y de manera especial, porque ambas ofrecen una mirada tan interesante como legítima de la feminidad. En el caso de la primera, Fontaine recurre a un relato con fundamento histórico -las violaciones realizadas por soldados soviéticos a una innumerable cantidad de polacas una vez concluida la 2a Guerra Mundial, en este caso, a las monjas de un convento- para subrayar las ilimitadas posibilidades de solidaridad, de ponerse en el pellejo del otro, que se genera entre mujeres llevadas a situaciones límite.

Tal es el caso de la enfermera de la Cruz Roja Francesa a la que encarna de Laâge y quien está inspirada en Madeleine Pauliac, una verdadera heroína de la época. Curada de espantos ante el horror, pero a la vez arreciada por su propio don de servicio, no le importará desafiar la autoridad y arriesgar su propia integridad física con tal de auxiliar a esas religiosas que han quedado embarazadas en contra de su voluntad. Blanca como la nieve, por su parte, no es sostenida por el bagaje de la Historia pero sí por el de la fábula. Como el título lo sugiere, su esencia es el cuento de hadas tradicional europeo que los hermanos Grimm popularizaron y que en los treinta Disney brindó al mundo en versión edulcorada.

En manos de Fontaine, sin embargo, el texto pasa por una deconstrucción tan novedosa como arriesgada que lo deja convertido en un fresco retrato de mujer. Al menos de la mujer joven contemporánea, esa que los doctos y los no tan doctos acostumbran etiquetar como millennial. De Laâge, gracias a sus innegables tablas como actriz y al candor natural que posee su físico, mismo que complementa con gestos aniñados, primero, y con una elocuente sensualidad, después, encaja a la perfección en el rol de Claire, una chica que, pese a ser todo bondad e inocencia, no tarda en ser el blanco de la envidia. Ésta proviene, por supuesto, de una madrastra que no soporta los sentimientos que Claire despierta en los otros y que Isabelle Huppert interpreta con su acostumbrada perfección, ello pese a que su sobrexposición como Femme fatale comienza a antojarse un poco cansina.

El mayor acierto de la película, pues, reside en que, aun atenida a los dictados de la obra original -hay siete “enanos”, bosque, animalitos, manzanas, etc.- se atreve a utilizar el despiadado destierro de Claire como símbolo no de la incertidumbre sino, por el contrario, de una profunda liberación -anímica, laboral, sexual- que la heroína paulatinamente abrazará sin tapujos ni reservas, con esa intensísima hambre de vivir que tanto parecen cultivar, al menos en sus autorretratos cinematográficos, los franceses. Pero además, y contrario a lo que podría esperarse, ese impulso será admirado e incluso respetado por los hombres que la rodean, aun si no la entienden o la querrían sólo para sí. Son más bien los adultos más adultos, representados por Maude, la madrastra, los verdaderos enemigos de las revelaciones de juventud. Incapaces de ver con buenos ojos aquello que no entienden, impermeables ante conductas que sobrepasan sus preceptos morales, su impulso es destruirlas o anularlas, incluso en los casos en los que ni siquiera actúan en su prejuicio. De allí que Blanca como la nieve sea también un testamento del rompimiento generacional que existe entre los nacidos en los últimos veinte años del siglo pasado y sus padres. Y a la vez, casi de rebote y vía la bella fotografía de Yves Angelo, emite una clara invitación a regresar al campo y a las rutinas de tipo bucólico, aquellas en la que no había celulares y el bosque era una fiesta.

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