Una Chihuahua de Beverly Hills
Éste es el epítome de una cinta infantil, con todo lo bueno y todo lo malo que implica.
Cuando me dijeron que sería parte del grupo selecto que vería Una Chihuahua de Beverly Hills por primera vez, tengo que aceptar que la niña en mí se emocionó de sobremanera por la película. Desde que vi aquél avance donde centenares de perros bailaban al son de “Chihuahua”, decidí que tenía que verla, y así, con expectativas por los cielos –porque sí, a mí sí me hizo reír el trailer–, me embarqué en la aventura de una perrita chihuahueña snob de Beverly Hills llamada Chloe (Drew Barrymore).
Ella está acostumbrada a visitas al salón, compras en Rodeo Drive y a usar vestidos y botitas, sin embargo todo cambia cuando la dejan encargada con Rachel (Piper Perabo), una chava irresponsable que la pierde durante unas vacaciones a México. A partir de este suceso, Chloe viajará por todo el país en su intento por regresar a su hogar dulce hogar, mientras que Papi (George Lopez), su eterno enamorado chihuahueño, emprenderá su búsqueda.
Si de plano ya los perdí con la sinopsis, quizá esta película no sea para ustedes; deben mantener la mente abierta para todo los eventos que se desenvolverán, a fin de cuentas ésta es el epítome de una cinta infantil. México es representado con una visión de lo más romántica: todos los días hay desfiles, las delegaciones funcionan igual que las estaciones de policía gringas, los malos son muy malos y los son buenos son muy buenos.
Al final, aún cuando haya talento de la talla de Andy García (Delgado), Edward James Olmos (El Diablo) y Jesús Ochoa (Oficial Ramírez), el filme no logra despegar de esa fantasía a la que Disney nos tiene acostumbrados.