Apuesta maestra (Molly’s Game) – Crítica
Aaron Sorkin no construye un drama sobre excesos ni cae en conmiseraciones innecesarias en su debut como director.
Fiel a su estilo autoral, en la nominada al Oscar Apuesta maestra (Molly’s Game) Aaron Sorkin vuelve a crear una historia donde los diálogos caen cual cascadas, son directos y tienen un ritmo tan intrépido que impiden la más diminuta distracción, pues uno podría perderse un punchline gratificante, alguna reacción ácida o una broma inteligente. Este devenir de palabras –recordatorio de la screwball comedy de los años 30 y 40– y conocido como walk-and-talk, se aterriza mediante el incesante recuento de su protagonista, Molly Bloom (una brillante y elocuente Jessica Chastain), sobre los hechos que la regresaron a los titulares noticiosos tras su vida como deportista, pero sin abusar de la narración en primera persona; nunca se siente excesiva, sino adrenalínica.
Con un inicio que sacude, conmociona y crea una empatía automática con la protagonista, vemos a una atleta olímpica en plena competencia de esquí, lugar donde se accidenta frente a la mirada de un público expectante y congelado por la tragedia, cuya culpable fue –ironías de la vida– una simple rama escarchada. Doce años más tarde, Molly descubre un mundo de apuestas desbordadas y egos de riquillos –estrellas de cine como Matt Damon, Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire y Ben Affleck; del deporte, la tecnología–, quienes dilapidaban sus fortunas en una partida de póker semanal. Eventualmente, ella encuentra la manera de conducir el juego clandestino más exclusivo de Nueva York, al menos hasta que un desliz la convierte en objeto de interés del FBI.
A diferencia de la Molly Bloom de James Joyce –así se llama la esposa del protagonista de su más famosa novela, Ulises, quien traiciona a su esposo con otro hombre–, la de Chastain es una mujer preocupada por su integridad y renombre, conducta contrastante con el tipo de ropa, maquillaje y peinado que utiliza, los cuales le dan una apariencia frívola y sexualizada. No obstante, a partir de esta audaz, emocionante y electrizante biopic conocemos su perspicacia, ingenio, basto conocimiento; vemos a una mujer sabedora de cómo desenvolverse en un mundo liderado por hombres y que, por lo mismo, eventualmente paga su osadía.
Bloom es el vehículo mediante el cual Sorkin debuta como director y ahonda –hasta cierto punto– en temas como el sexismo y la discriminación a partir de escenas fulminantes. Da un paso contundente como cineasta, pues a leguas se nota visión y claridad en la ejecución de su guion y fue el candidato ideal para hacerle justicia. No sólo obtuvo actuaciones loables por parte de Chastain, Idris Elba (el abogado de Bloom), Michael Cera (inspirado en Tobey Maguire) y Kevin Costner (el padre de la protagonista), entre otros; su montaje es una puesta de perfecta sincronía entre imagen, diálogos y elementos didácticos, fuentes de perplejidad en más de una escena, tanto por los diálogos y acciones de los personajes, como por la aguerrida interpretación de Chastain. No obstante, también es cierto que su conducta belicosa opaca el bagaje emocional de Molly, éste no tiene la misma exposición y queda a medio profundizar.
En Apuesta maestra Sorkin no construye un drama sobre excesos –de hecho los aspectos deleznables de la protagonista son tibiamente explorados– ni cae en conmiseraciones innecesarias. Mediante una edición trepidante, los problemas graves son diluidos y aligerados para generar un aire cómico que tampoco es peyorativo ni superficial. Por el contrario, es un trabajo cercano a lo que David Fincher consiguió en Red social –escrita por Sorkin, y esquematizada con base en la misma estructura de flashbacks–, o el tono implementado por Martin Scorsese en El lobo de Wall Street –aunque sin mostrar tan abiertamente las exuberancias de un estilo de vida donde hay tanto dinero sobre la mesa, literalmente–. Si Sorkin sigue por este camino, bien podríamos verlo figurar en los Premios de la Academia en un abrir y cerrar de ojos. El tiempo nos dará la respuesta.