Anna: El peligro tiene nombre – Crítica
Besson sabe hacer un cine entretenido, pero en Anna: El peligro tiene nombre se mueve más bien por escenas que no consiguen concatenarse.
Divertimento en el que el cineasta francés Luc Besson remite a su propia filmografía, tal vez no para recrearla pero sí para inevitablemente evocarla. Así pues, Anna, el peligro tiene nombre refiere a Nikita (1990), ambas con personajes femeninos obligados a abandonarse en una soledad forzada al servicio de un Estado que únicamente persigue sus propios fines. Y junto con Léon (1994, aquí conocida como El perfecto asesino) se trata de historias sobre asesinos entrenados como máquinas letales a los cuales les ha sido arrebatada la identidad, todos personajes sin posibilidad de futuro aun cuando intenten forjárselo.
En ese sentido, Luc Besson es un cineasta al que siempre le ha interesado el futuro. Desde su ópera prima, Le dernier combat (1983), el tema ha sido constante en sus historias. Más allá de la temporalidad, su concepción de futuro transita por el camino de las ideas. Y aunque Anna se ubique en el pasado, en el crepúsculo de la Guerra Fría, coquetea siempre con el anhelante futuro que hace de la protagonista una traidora múltiple que, como sus personajes más emblemáticos, está dispuesta a sacrificarse por la construcción de un futuro, es decir, su libertad. El cineasta francés añade un elemento esperanzador, pues sus personajes principales persiguen ese anhelo aun cuando dejen un reguero de cadáveres a su paso.
Besson, guionista y productor de sus propios filmes, ha buscado siempre que sus protagonistas tengan un aura carismática que genere empatía con el espectador. Y más si son personajes femeninos fuertes aunque sojuzgados. No importa que la historia tenga un cariz decadente o que se desarrolle a partir de una violencia explosiva. Así fue con Anne Parillaud en Nikita, Natalie Portman en Léon, Milla Jovovich en El quinto elemento o Cara Delevingne en Valerian. Y así es con la actriz rusa Sasha Luss, que ya había actuado con el francés en Valerian y la ciudad de los mil planetas (2017) como la princesa Lïhio Minaa, en Anna.
Lamentablemente para Besson, el carisma no lo es todo. Y tampoco un reparto de lujo que incluye a una irreconocible Helen Mirren en el papel de la jefa de un grupo de élite del servicio de inteligencia soviético al que llega la bella Anna. Y mucho menos la utilización de una narrativa que quiere sorprender con sus recursos estilísticos de talante sardónico. Besson abusa de la analepsis para subrayar el absurdo que envuelve los tejemanejes del espionaje y la alta traición durante la Guerra Fría. Estos brincos temporales son un acento humorístico, sin duda, pero el recurso se vuelve cansino e incluso convierte a Anna casi en una comedia que no es ni satírica ni paródica como podrían haber sido las intenciones iniciales de Besson.
De hecho, el humor es uno de los elementos fundamentales en la filmografía del director francés desde sus primeros trabajos. Y cuando lo ha suprimido, como en Joan of Arc (1999), los resultados han sido desastrosos para un cineasta al que suele tildarse de comercial y poco profundo. Anna: el peligro tiene nombre demuestra que ponerle tanta atención a esos acentos puede tener exactamente los mismos resultados.
De lo que no hay duda es que Besson sabe hacer un cine entretenido. Las dos secuencias largas de acción, con una Sasha Luss en explosivas escenas de combate, resultan visualmente efectivas con un manejo del ritmo y los movimientos de cámara que muestran al cineasta como un narrador certero. Pero son simples accesorios que no forman el todo. Besson se mueve más bien por escenas que no consiguen concatenarse. Así, la escena del parque, cuando Anna está sentada entre sus dos mentores/amantes/enemigos (Luke Evans y Cillian Murphy, como jefes operativos de la KGB y la CIA respectivamente) es tremendamente divertida por su sencillez. Sin embargo, las vueltas de tuerca con las que se construye la trama la convierten en un logro aislado. Anna: el peligro tiene nombre tuvo la mala fortuna, además, de haber estado lista casi al mismo tiempo que Operación Red Sparrow (2018), la cinta protagonizada por Jennifer Lawrence que adaptó el bestseller de Jason Matthews y que en esencia, aunque con una ubicación temporal distinta, es muy similar, y de haber estado muy cercana a Atómica, también con un espía femenino al servicio del implacable Estado.