Animales fantásticos 2: Los crímenes de Grindelwald – Crítica
Después de Animales fantásticos 2, J.K. Rowling debe evaluar el camino que seguirá su mundo mágico y analizar qué voces deben contar lo que viene. Si seguimos repitiendo la fórmula de esta cinta y la anterior, es posible que la paciencia del público se vaya agotando.
«No son las habilidades lo que demuestra lo que somos, son nuestras decisiones”, le dice Albus Dumbledore a Harry Potter al final de La cámara secreta. Previo al estreno de la adaptación fílmica de Animales fantásticos y dónde encontrarlos, se anunció que J.K. Rowling escribiría en solitario los cinco guiones de esta nueva etapa en su mundo mágico. El talento y la visión de esta destacada escritora británica –que le ha permitido conquistar al mundo– les daba esperanza a sus millones de seguidores de que lo que venía sería por demás emocionante. Tras conocer Animales fantásticos 2: Los crímenes de Grindelwald parece que fue ese mismo talento el peor enemigo de esta expansión de la saga.
Por años hemos visto el problema que significa que una sola persona esté a cargo de todo un universo fílmico; especialmente de uno tan querido y admirado como el de Harry Potter. George Lucas y su saga de precuelas de Star Wars; Peter Jackson y el control absoluto de la trilogía de El Hobbit; incluso la figura intocable de Kathleen Kennedy a cargo de Lucasfilm bajo el régimen de Disney, son algunos ejemplos de lo que el poder supremo de una visión, una pluma o una billetera pueden hacer en una saga, sea cual sea. Con esta nueva cinta, parece que J.K. Rowling cayó en los mismos excesos.
Animales fantásticos y dónde encontrarlos se presentó como la primera incursión a una expansión de su mundo mágico iniciado en 1997 con La piedra filosofal. En su papel de productora y única guionista, J.K. por primera vez decidió qué camino transitar, qué personajes presentar y qué elementos mostrar al público en la pantalla grande. El primer filme no fue una adaptación de ese pequeño y fascinante libro enciclopédico “escrito” por Newt Scamander, sino el pretexto perfecto para explorar caminos que sólo se habían mencionado –o que ni siquiera figuraban– en los libros de Harry Potter.
Si bien el resultado no fue decepcionante, sí quedó a deber a los espectadores que no pudieron conectar a profundidad con el elenco ni con la historia presentada. La cinta, con sus fallas, fue la oportunidad de Rowling de cimentar las bases, con sus propias reglas, de una nueva aventura dentro de su mundo. Era lógico que esta secuela aprovechara el camino ya iniciado y se diera la libertad de continuar su rumbo, mientras se acompañaba de los elementos y personajes más icónicos. Si bien el filme deja la sensación de que ésa fue la intención que guió esta nueva producción, Animales fantásticos 2: Los crímenes de Grindelwald se pierde en su propia ambición. Rowling trata de contar distintas historias sin lograr consolidar ninguna y llega, incluso, a traicionar en algunos momentos las reglas establecidas por ella misma dentro de su propio universo.
Nada ayuda la presencia de un David Yates que sigue sin brillar como director. Quizás ahogado en su propia ambición de ser el único director de la saga –lo ha hecho desde La orden del Fénix (2007)–, con esta cinta, el británico demuestra lo necesitada que está la saga de visiones distintas en la silla de dirección; voces que se atrevan a explorar los caminos trazados pero añadiendo su estilo, quizá como lo hizo Alfonso Cuarón con El prisionero de Azkabán (2004). Ahora, más que nunca, Yates figura como el simple ejecutor de una serie de órdenes que, al parecer, no tiene intenciones de atreverse a levantar la mano y proponer nuevas ideas.
Es posible que ahora más que nunca –incluso peor que en la infame adaptación de El misterio del príncipe– Animales fantásticos 2: Los crímenes de Grindelwald trate con menos respeto que otras cintas al universo al cual pertenece. De nueva cuenta tenemos a un Newt –interpretado por el ganador del Oscar Eddie Redmayne– que tiene muy pocas oportunidades de brillar y de mostrarse como ese poderoso mago amante de las criaturas mágicas. Si bien Katherine Waterston, como Tina Goldstein, logra imprimirle un poco más de carisma y emoción a su personaje, su interpretación se sigue sintiendo plana, sin un arco dramático claro y provocando que se vuelva invisible dentro de un mar de historias que terminan por ahogar a casi todos sus personajes.
Hay algo cierto dentro de toda la polémica y las críticas del público y los medios especializados hacia Johnny Depp. Con una carrera que no ha destacado en años, el actor no logra elevar su papel de Gellert Grindelwald al nivel de lo hecho por Ralph Fiennes con Voldemort. Pero no todo es su culpa. Es ahí cuando volvemos al guion de Rowling, que no permite que ninguna de las historias presentadas terminen de consolidar su camino en la pantalla; que, si bien al principio muestra a Grindelwald como un ser sumamente poderoso y hábil, poco a poco va olvidando eso y va llenado a su antagonista de un discurso de doble moral y bastante político, a ratos confuso y hasta incongruente con este universo.
La relación entre Grindelwald y Dumbledore –polémica y emocionante, muy esperada por la audiencia– es muy poco explorada y hasta injusta si pensamos que se trata del que es posiblemente el personaje más importante de toda la saga, sólo después de Harry Potter. Dumbledore que, como alguna vez nos dejó ver la amarillista Rita Skeeter, posee una historia apasionante que no requiere de tanta paja como de la que se está llenando esta saga. Ahí mismo entra lo ocurrido con Credence Barebone –interpretado por un decepcionante Ezra Miller– o las relaciones de amor complicadas entre varios personajes protagónicos que convierten a toda la trama en una auténtica telaraña de conflictos y subtramas que enredan a la audiencia y dejan muchas más incógnitas que respuestas.
Desde luego que se agradece mucho la oportunidad de ver otros rincones de este mundo mágico en distintas eras y situaciones. Ahí está, por ejemplo, nuestro regreso al castillo de Hogwarts; la posibilidad de ver a Dumbledore como el profesor de Defensa contra las artes oscuras –algo de lo que Snape estaría orgulloso–; la aparición de ciertos personajes claves, esta vez más jóvenes y poderosos y que desearíamos tuvieran un papel mucho más importante –que duraran más que unos cuantos segundos– en las próximas entregas.
Tanto los libros como las películas de Harry Potter son, en esencia, el arquetipo del viaje del héroe; una historia que se basa en las aventuras de un personaje principal de llegar de un punto a otro y de superar todas las adversidades para triunfar. Con Animales fantásticos 2: Los crímenes de Grindelwald todavía no queda claro si eso eso es lo que busca J.K. Rowling, ya que ni todo el talento y carisma de Eddie Redmayne ha sido suficiente para entender hacia dónde va esta pentalogía.
Vale la pena repetir esa frase de Dumbledore que inició este texto: «No son las habilidades lo que demuestra lo que somos, son nuestras decisiones”. Animales fantásticos 2: Los crímenes de Grindelwald quizá nos lleva a ese momento en que J.K. Rowling –así como David Yates– deba evaluar el camino que debe seguir su mundo mágico y analizar qué voces deben contar lo que viene. Si seguimos repitiendo la fórmula de esta cinta y la anterior, es posible que la paciencia del público se vaya agotando y llegue muy lastimada al desenlace de esta nueva era en su mundo mágico.