Amigos por siempre (The Upside) – Crítica
Amigos por siempre se une a esa larga lista de remakes que Hollywood realiza a partir de grandes historias de latitudes y que falla en emularlas.
Hay un momento en Amigos por siempre que te eriza la piel. Frente a un bello paisaje y sobre un automóvil deportivo –de esos que todos amaríamos manejar a toda velocidad alguna vez en nuestra vida–, una pieza de ópera comienza a sonar: se trata de “Nessun Dorma”, uno de los temas más icónicos de Luciano Pavarotti. Sin embargo, la voz que resuena en el vehículo no es la del tenor italiano sino la de Aretha Franklin, la reina del soul.
En 1998, durante la entrega número 40 de los Grammys, ocurrió uno de los momentos más estremecedores en la historia de la música. El Radio City Music Hall en Nueva York estaba listo para escuchar a Pavarotti interpretar su famosa canción. Sin embargo, 30 minutos antes del evento, el intérprete canceló su participación debido a un fuerte dolor de garganta que le impedía cantar. Desesperados por no saber qué hacer, la producción vio en Aretha Franklin la única opción para salvar la noche. La gran cantante, sin dudarlo, y con una actitud llena de absoluta confianza sonrió y dijo: “¡Claro! Puedo hacerlo”.
Muchas veces el aventurarse a lo desconocido ha cambiado la vida de millones personas. Si, como Aretha Franklin, eres poseedora de una de las voces más potentes y estremecedoras que han poblado este planeta, es posible que tengas un 99.9% de triunfar y hacer de esa interpretación improvisada uno de los momentos más icónicos en la historia de la música. Si eres como el resto de los seres humanos, comunes y corrientes, que habitan este mundo, es posible que ese espíritu rebelde termine con consecuencias desastrosas. Y eso es lo que le ocurrió a Amigos por siempre.
El director Neil Burger –cuya filmografía va de Entrevista con el asesino (2002) a Divergente (2014)– retomó el argumento de Intouchables (2011), filme nominado al Golden Globe y al BAFTA a Mejor película extranjero en 2013. La que actualmente es considerada la cinta francesa más taquillera en el mundo nos presenta la historia de un hombre cuyo destino lo convierte en el cuidador de un millonario que ha quedado cuadripléjico después de un accidente deportivo.
En aquel filme francés, François Cluzet (Philippe) y Omar Sy (Driss) se encargaron de encarnar a esa improbable pareja de amigos que, a pesar de la distancia económica y social que hay entre ellos, se encargan de mejorar la vida del otro y de convertirse en su mejor apoyo. En esta ocasión, Bryan Cranston y Kevin Hart asumen el reto de reinterpretar esta historia.
Con el enorme talento al que nos tiene acostumbrados, Cranston se convierte en lo mejor de esta cinta. El hombre responsable de dar vida a personajes como Dalton Trumbo –que le valió su primera nominación al Oscar– o Walter White –de la multipremiada y exitosa Breaking Bad– entrega en Amigos por siempre una actuación a la altura de su filmografía. A él se une un Kevin Hart que, una vez más, vuelve a su zona de confort y da vida a un personaje cínico e impertinente pero cargado de un gran encanto y sentido del humor. Ambos crean una química que traspasa la pantalla pero que apenas es suficiente para sostener a toda una película que fracasa en en emular aquel enorme corazón con el que Cluzet y Sy lograron conquistar al mundo.
El guion de Amigos por siempre toma el camino fácil de emular cada secuencia memorable de la película francesa. Aquí somos testigos de una réplica casi exacta varios momentos clave que nos hacen entender la esencia de la relación entre sus protagonistas: una persecución a toda velocidad por la ciudad o un vuelo en parapente con un bello paisaje de fondo. Incluso se replican algunos chistes famosos de la versión original, como la diversión alrededor de algunos estilos de barba y bigote así como las risas que interrumpen un espectáculo de Ópera.
Es posible que si proyectáramos ambas cintas en una misma pantalla veríamos casi al mismo tiempo –y de la misma forma– algunas de esas secuencias. De todas ellas, hay una que se convierte en la idónea para ejemplificar las diferencias entre las dos cintas y el principal problema de este remake: En ambas historias aparece una pieza de arte que ilustra a la perfección el ridículo mundo del arte sobrevalorado. Si en el lenguaje del arte Intouchables pudiera definirse como una «obra maestra», Amigos por siempre sería como una pieza abstracta que surge a partir de esa obra, que resulta interesante pero que exagera demasiado en algunos de sus elementos para diferenciarse de lo demás.
Aquí Neil Burger toma una pieza artística bien construida y busca reinterpretarla añadiéndole muchas de esas cosas que Hollywood disfruta incluir cuando realiza un remake. Aquí, por ejemplo, la cinta apuesta por explotar el drama de un padre desobligado que se da cuenta de lo abandonado que tiene a su hijo y se olvida de seguir explorando y afianzando la amistad que se desarrolla entre sus protagonistas. En pocas palabras, el filme prefiere conmover de forma fácil a su audiencia que construir a la perfección los cimientos de su historia.
A veces, el reinterpretar una obra de arte puede solidificar una obra maestra, así como lo hizo Aretha Franklin con aquel tema de Pavarotti. La mayoría del tiempo los resultados desastrosos. Aún teniendo una buena historia, protagonizada por un elenco que, además de Cranston y Hart, nos permite ver a Nicole Kidman y Julianna Margulies en pantalla, Amigos por siempre se une a esa larga, quizá interminable lista de remakes que Hollywood realiza a partir de grandes historias de latitudes y que falla en emularlas.