Restaurante AKA: American Curious – Crítica
La ópera prima de Gabylu Lara no se atreve a ser incisiva, su cometido es hablar del perdón y apelar al sentimentalismo.
Mientras que en la política el mandatario del vecino del norte sigue empeñado en crear barreras con nuestro país –ya sea mediante muros retóricos, amagues relacionados con la Guardia Nacional o empecinamientos en torno al Tratado de Libre Comercio–, el cine procura crear vínculos, remarcar sincretismos y compartir raíces. En medio del tenso clima político entre ambas naciones se han suscitado varias coproducciones entre Estados Unidos y México, las cuales buscan establecer nexos argumentales entre ambas culturas. Tales son los casos de La boda de Valentina, la próxima Hombre al agua y American Curious, filme que ahora nos atañe.
David Green (Jordan Belfi, actor de Entourage) es un mediocre standupero estadounidense, de gracia escurridiza y sobrevolado por malas compañías con dudosas intenciones. ¿Su pretexto para navegar por la vida sin vela ni compás? Es adoptado, estigma que lo carcome aunque trate de convertirlo en un punchline tan poco atractivo que hierve en patetismo. Sin embargo, de pronto un investigador privado le revela que su madre biológica –a quien creía muerta– acaba de fallecer, era mexicana y le heredó su casa, su coche y un restaurante. La notica detona un cataclismo emocional en David, quien viaja a tierra azteca para recolectar su fortuito premio y saldar sus deudas. Para su sorpresa se topa con Sol (Ana Claudia Talancón), chef del restaurante, quien le ayuda en su excéntrico peregrinaje para descubrir por qué fue dado en adopción y reconstruir piezas del rompecabezas de su niñez.
La ópera prima de Gabylu Lara entrecruza los dramas del descubrimiento de uno mismo, la búsqueda de identidad, la aceptación de las raíces propias y las bifurcaciones del perdón con chispazos de romance, el cual a veces parece ser el epicentro de la historia y a veces un aspecto tangencial, lo cual genera indefinición y una fluctuación errática en la historia. El filme presta particular atención al factor emotivo y la directora se rehúsa a enfatizar gratuitamente las emociones a través de manipulaciones con el uso de la música. No obstante, el filme sí llega a caer en lugares comunes –se vislumbra claramente hacia dónde se perfila y lo que ocurrirá– e incluso presenta una que otra pulsación de cursilería.
Entre sus mayores fortalezas recaen los cuestionamientos sobre qué debió pasarle a una mujer para dar a su hijo en adopción, cómo fue capaz de vivir con las consecuencias y las secuelas que el niño lidió pese a contar con una buena familia que lo cuidara. Tal vez esto se debe a que la cineasta escribió el guion junto con Ricardo Aguado a partir de su propia historia de reconciliación con su madre, que aunque no es similar al argumento de American Curious, tiene detalles colindantes.
Pero la mayor diferencia con otras películas que han mezclado talento local con estadounidense radica en Jordan Belfi, quien tiene una amplia oportunidad de hablar en español, lo cual le da un valor añadido a su producción. Sin embargo, de ella se desprende una de las nimias incongruencias del filme: el hecho de que al principio el personaje dice hablar poco español y de pronto se suelta diciendo demasiados diálogos y con conjugaciones correctas que no empatan con las limitaciones de lenguaje planteadas en un principio.
David se enfrenta además a un antagonista intangible: la ausencia y la imposibilidad de resolver sus dudas, lo que le ayudaría a enfrentarse con sus propias inseguridades. No obstante, como segundo antagonista tenemos a un individuo cuya presencia encandila a los protagonistas a visitar lugares típicos de la Ciudad de México pero sin caer en las estereotipadas zonas de siempre (la Condesa, la Roma, Polanco); éste es un hombre que se traiciona a sí mismo al sufrir un cambio de “corazón” gratuito porque la cinta no se atreve a ser incisiva, su cometido es hablar del perdón y apelar al sentimentalismo.