J. Edgar
Tan caótica como la vida de Hoover.
La muy anticipada versión de Clint Eastwood de la vida de uno de los personajes más infames de la historia moderna de Estados Unidos tiene sus cimientos en la sentimentalidad trágica y no en un temple verídico, lo que, curiosamente, la vuelve plana. Las biopics siempre son subjetivas, pero incluso esa misma palabra denota un punto de vista pero que es algo que se encuentra ausente en este trabajo gris. Como materia de estudio fue un personaje tan fascinante que incluso una representación fallida de su persona y sus abusos del poder es suficiente para brindarnos algunos momentos fílmicos entretenidos. El filme ofrece algo de contexto histórico: muestra, por ejemplo, las bombas que detonaron los anarquistas en 1919 y que fueron una base real del temor hacia los comunistas (conocido como “Red Scare”) que motivó la carrera temprana de Hoover.
Sin embargo, aunque vemos cómo crece su poder motivado por la paranoia, el guión de Dustin Lance Black (Milk) nunca se mete de lleno a la creación de un retrato tridimensional. La único exploración profunda es la del coqueteo velado entre Hoover y su mano derecha, Clyde Tolson (su versión anciana muestra un pésimo maquillaje). Otros elementos clave son un tanto caricaturescos: vemos cómo la amorosa pero dominante madre de Hoover, Anna Marie (Judi Dench), le dice a su hijo que preferiría tener un vástago muerto a uno que fuera un “floripondio”; en este mismo tono se muestra el inicio de la relación que J. Edgar tuvo con su secretaria leal Helen Gandy (Naomi Watts), así como vistazos al secuestro de Linderbergh, el asesinato de JFK, su lucha personal en contra de Martin Luther King Jr. y su obsesión con la vida personal de Eleanor Roosevelt. Uno no puede evitar imaginarse lo diferente que este filme hubiese sido en las manos del antiguo Oliver Stone.