El juego de la fortuna
Sorpresiva historia de redención que va mucho más allá del baseball.
Más que una historia real en torno al baseball, El juego de la fortuna (basada en la novela Moneyball de Michael Lewis) es la radiografía de un personaje complejo, atormentado y fascinante. Billy Bean (Brad Pitt) es el golden boy que creció para extraviar sus sueños. Ante el dilema de estudiar en Stanford o aceptar el llamado de los Mets de Nueva York para convertirse en beisbolista profesional, el joven opta por lo segundo.
Ahí empiezan las desilusiones.
En seis temporadas Beane jugó para cuatro distintos equipos, sin poder cumplir las expectativas, hundiéndose en la desesperación y terminando por ser un jugador fracasado en el mundo del deporte profesional.
La primera secuencia del filme nos muestra escenas del juego de postemporada que los Atléticos disputaron ante los Yankees en 2002. Beane es el general manager del equipo y sufre cada jugada, intuyendo que la derrota implicará vender a sus estrellas, dejándolo con pocas opciones para contender en la siguiente temporada.
Beane escucha el partido en la radio. Solo. Prendiéndola y apagándola, incapaz de soportar otra herida infligida por el baseball. Su equipo pierde, lanzando al personaje a la lucha que de primera impresión sustenta el filme entero: ¿qué hacer para ganarle a los equipos con nóminas diez veces mayores que la suya? Hay una secuencia en la que Beane escucha a su equipo de asesores: viejos que han armado docenas de alineaciones, tomando en cuenta atributos físicos y porcentajes de bateo. Después Beane cuestiona su método y desata el caos en la organización: para obtener resultados diferentes, hay que hacer cosas diferentes…
Buscando una alineación distinta, Beane conoce a Peter Brand (Jonah Hill interpretando a un personaje basado en Paul DePodesta, ex manager de los Dodgers), un analista introvertido que terminará siendo su gran contratación; un economista que vive de revisar las estadísticas de cada jugador. Su hipótesis: además de las superestrellas, hay jugadores “olvidados” a los que nadie quiere contratar, pero que saben llegar a primera base. Y pese a la crítica de sus asesores, Beane arma un atípico equipo de indeseables, basándose en las predicciones numéricas de Brand y retando a la lógica tradicional de los grandes equipos.
La química entre Pitt y Hill funciona a la perfección y el filme mantiene el interés de principio a fin, pese a la aparente aridez del tema. Conforme la trama avanza el espectador comprende que la lucha de Beane no es por un título de Serie Mundial, ni por ganar más dinero (con frecuencia con lo que se determina el éxito o fracaso de un individuo); la verdadera batalla es por desafiar al mismo sistema que tanto le prometió y tanto le quitó durante su juventud. Una lucha entre un hombre solitario y un fascinante juego.
Bajo la dirección de Bennett Miller (Capote) y con guión a cargo de Aaron Sorkin (Red Social) y Steven Zaillian (Hannibal), la narrativa y personajes de la película cautivarán a aquellos a los que no les interese el baseball y resultará un festín para los amantes del deporte que podrán ver una mirada a las entrañas de su operación aderezada con cifras, estadísticas y la mención de jugadores que hoy ya son leyenda.
El único pecado del filme es dejar a medio camino subtramas y conflictos que pudieron ser muy interesantes entre Beane y diversos personajes: su grupo de asesores, el dueño del equipo y el coach Art Howe (un impecable Philip Seymour Hoffman). Pero pese a esto El juego del triunfo convence y comienza a sonar como una de las nominadas en el próximo circuito de premios