Conan El Bárbaro
Entretendrá a un público que sólo busca sangre, sexo y darle descanso a su cerebro por dos horas.
Advertencia: si después de leer esta crítica decides ir a ver la cinta, deberías dejar tus neuronas en casa.
Y, aunque parezca un insulto, en realidad es la forma más sincera de poder disfrutar este festín de sangre, mitología, erotismo y acción: con la única consigna clara de que los elementos que verás en pantalla, no pretenden ser una revolución en terrenos de efectos especiales (y mucho menos en 3D), ni tampoco elevar a estándares artísticos a un género en decadencia como es la aventura épica. No, Conan El Bárbaro es entretenimiento visceral y primitivo: aquel que apela a nuestros sentidos sin tener que utilizar la razón para comprenderlo.
De ahí que te sugerimos dejar los puntos de tu IQ en casa.
Desde los primeros minutos, donde la voz de Morgan Freeman narra el inicio del filme, nos podemos dar cuenta que los músculos y el gore bélico serán los protagonistas de la obra. Al director, Marcus Nispel, quien ya ha realizado remakes de La masacre de Texas y Viernes 13, no le interesan los adjetivos con que presenta esta nueva versión, simplemente trata de contar la historia de este guerrero desde el Punto A: cuando propone vengar la muerte de sus padres, hasta el Punto C: cuando se encuentra con su Némesis (encarnado por el villano de Avatar; sí, ahora entienden que lo que en esta producción sobró fueron los equipos de gimnasio). Claro que entre estos dos puntos narrativos, hay decenas de batallas, decapitados, magia sin sentido, muchos, muchísimos huecos, así como pechos desnudos… tanto de hombres (evidentemente), como femeninos (que tampoco sorprende).
A diferencia de la cinta origina de 1982, donde un incomprensible Arnold Schwarzenegger encarna a este héroe cuasi-prehistórico, en esta cinta, Jason Momoa (Khal Drogo de Game Of Thrones) se muestra mucho más cercano y estético: su cabello permanece intacto ante los fluidos que vuelan a su alrededor, sus ojos delineados parecen estoicos en el campo de batalla. Este esfuerzo premeditado en que los personajes lucieran como arquetipos de videojuegos, le roba mérito y credibilidad a una película que de por si, carece de una narrativa elocuente, actuaciones decentes y originalidad. ¿De verdad queremos ver a un Conan que después de cercenar la nariz de sus enemigos, se limpia unas cuantas gotas de sangre y besa a su perfecta y al parecer recién-salida-del-salón-de-belleza esclava? Ese encanto del cine de serie B donde los pequeños y más sutiles detalles marcan la diferencia, están ausentes en esta producción donde el presupuesto se le salió de las manos a Nispel.
Aún así, con tantas deficiencias, un guión inverosímil y una edición amateur… Conan El Bárbaro cumple cabalmente su objetivo mercadológico: entretener a un público que sólo busca sangre, sexo y… darle descanso a su cerebro por dos horas.