Joy: El nombre del éxito
Un filme que dibuja una sonrisa y deja un mensaje de esperanza... pero nada más.
Los primeros minutos de Joy: El nombre del éxito son la recreación de una telenovela estadounidense. No sabes cuál es ni quiénes son los personajes, pero las mujeres con vestidos largos cubiertos de lentejuelas hablan con voces melodramáticas sobre asuntos del corazón, muy al estilo de las ochenteras Dallas o Dinastía. Joy (Lawrence) no es quien ve estas series, sino Terry (Virginia Madsen), su madre, quien lleva postrada en cama años. La vida de Joy, sin embargo, ciertamente tiene tintes telenoveleros y de fantasía.
La escena inicial, la cual nos deja un sabor cuasi lynchiano (pensemos en el mundo artificial de Terciopelo azul), es un gancho perfecto que nos mete a la trama y nos explica claramente que lo que veremos a continuación no es la clásica biopic al estilo de Ray (Taylor Hackford, 2004), sino un cuento de hadas basado en la vida de la entrepreneur Joy Mangano (quien dio la luz verde a Russell para realizar este proyecto y fungió como productora).
Mangano es una empresaria e inventora neoyorquina que en la década de los 90 logró comercializar el Miracle Mop en el popular canal de telemercadeo QVC. El trapeador que se escurre sin ensuciar le dejo ganancias millonarias y le permitió abrir su propia empresa, Ingenious Designs. Las ideas de Mangano, entre ellas ganchos de ropa para varias prendas y maletas de viaje para que la ropa no se arrugue, siguen generando millones. Pero no todo estuvo a favor de esta mujer en su atropellado ascenso. Mangano se casó, se divorció, tuvo tres hijos, estuvo a punto de declararse en bancarrota y hasta vendió su trapeador de puerta en puerta durante meses, mas nunca se rindió.
¿Pero qué hace que esta historia como tantas sea digna de ser llevada al cine? Bajo la mirada de Russell la historia de esta mujer es más que un ejemplo de perseverancia y una trillada historia de mendigo a millonario. El director la convierte en una especie de cuento de hadas moderno en donde la moraleja es sencilla: trabaja duro y vencerás.
La Joy creada por Russell fue una niña talentosa que día y noche creaba cosas nuevas, pero el divorcio de sus padres, su relación con su hermanastra, su romance con un cantante y la enfermedad de su madre, coartaron su creatividad. De tal suerte Joy dejó sus aspiraciones de lado y se convirtió en una mujer heróica que provee para los demás, pero no tiene espacio para procurarse a sí misma. Su abuela, interpretada por Diane Ladd, funge como una especie de Pepe Grillo y le recuerda a Joy sus sueños. Es Mimi, la abuela, la narradora de esta historia. Russell también coloca un hada madrina en la trama, una viuda millonaria interpretada por Isabella Rosellini – otro guiño a David Lynch. Pero como en todo buen cuento de hadas el costo será alto (basta con preguntarle a La sirenita). El padre (Robert DeNiro) y la hermanastra, que son tan avaros como la madrastra de Cenicienta, complementan el catálogo de personajes que dan a Joy un aire a los cuentos de los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen.
Desde luego, como si Russell supiera que a su Joy hay que despertarla de una pesadilla, hay una segunda hada madrina: el productor de televisión que le permite mostrar su producto en televisión, Neil Walker, interpretado por Bradley Cooper.
En esta ocasión la magia del duo Cooper-Lawrence se pierde y su relación carece de la química que tiene en Los juegos del destino (2012). Cooper parece un poco perdido en este rol, como si Russell no le hubiera explicado bien a bien cómo ser el catalizador para el final feliz de Joy. La actuación de Cooper, sin embargo, no es la única un tanto laxa. Este tampoco es el mejor rol de Lawrence, quien a sus 25 años no logra dar el ancho para interpretar a una mujer divorciada con dos hijos y a punto de la quiebra. Tal vez sea por eso que su mejor momento en la película viene justo cuando la familia y los hijos pasan a segundo plano.
Sin embargo, ahora que se acerca la época de premiaciones, no perdamos de vista a Joy, la cual tiene un elemento poderosísimo a su favor: un mensaje de esperanza para aquellas mujeres que se las ven duras día a día, pero luchan por alcanzar sus sueños. Y tal vez ese sea en realidad el punto de la película: de nada sirve el talento si no se trabaja duro para llegar a donde se quiere. Como en El peleador (2010), Russell glorifica a las clases trabajadoras y sus deseos de hacerse de un pedacito del Sueño Americano.