En la mente del asesino
Un bien logrado thriller dramático que combina elementos de criminalística con aspectos sobrenaturales.
Anthony Hopkins, quien fuera el temible doctor Hannibal Lecter en El silencio de los inocentes, ahora abandona el papel de victimario y se convierte en John Clancy, un hombre con dotes sobrenaturales que sigue la pista de un criminal y trata de introducirse… En la mente del asesino (Solace), serial que parece elegir a sus víctimas de forma azarosa. Para entender y descubrir a este individuo que siempre parece ir tres “jugadas” adelante, Hopkins cuenta con la guía de dos agentes del FBI, Joe Merriweather (Jeffrey Dean Morgan) y Katherine Cowles (Abbie Cornish).
El elenco, en el que también figura un intenso Colin Farrell, es uno de los mayores aciertos de este thriller dramático que combina elementos de criminalística con aspectos sobrenaturales y paranormales. Justamente por el tipo de trama que propone, el filme corría el riesgo de caer en obviedades o ser un completo churro, pero los actores son clave para llevar la película a un puerto enigmático y entretenido.
Cuando los agentes Merriweather y Cowles se topan con un callejón sin salida y no saben cómo detener al asesino que persiguen ni anticiparse a sus pasos, buscan la ayuda del recluido John Clancy. Negado a tener contacto con el mundo desde la muerte de su hija, poco a poco se ve envuelto en el peligroso “juego” de vida y muerte. Clancy debe tratar de darle orden y lógica a las desorganizadas imágenes que llegan a su cabeza y sólo una vez armado el rompecabezas logrará que su David se enfrente al astuto y desconocido Golliat.
Este duelo mental entre los protagonistas y el antagonista consigue que la cinta de Alfonso Poyart se mantenga en movimiento mientras se desenvuelven los misterios que rodean al extravagante y tétrico villano. Anthony Hopkins interpreta a un hombre en constante pugna interior y con una responsabilidad moral que recuerda la atormentada actuación que ofreció en El rito (The Rite), sólo que En la mente del asesino es rodeado por un montaje que llega a lucir melodramático por el reiterativo uso de flashbacks y flashforwards.
No obstante, se agradece que el director se tome su tiempo para encausar la historia y la misión de cada uno de los personajes pese a los tropiezos que encuentra en el planteamiento, pues de lo contrario la producción se hubiera derrumbado como un endeble castillo de naipes. Además, los giros (por exagerados o pretenciosos que puedan parecer) sirven para mantener tensión e interés a la par de que se plantean dilemas éticos sobre el término de la vida de un ser humano. ¿Vale la pena interrumpirla para contrarrestar un sufrimiento innecesario o es el sufrimiento el que hace que la existencia tenga sentido y valga la pena? Esa es la pregunta que en el fondo Alfonso Poyart quiere contestar.