Güeros
La ópera prima del director mexicano Alonso Ruizpalacios, Güeros, es un estreno en cines que da muchas carcajadas, aderezadas con crítica social.
No hay nada en el cine mexicano que se asemeje a Güeros y la manera en que utiliza una fotografía en blanco y negro como instrumento para hablar de temas como el clasismo, la discriminación y hacer una crítica al sistema educativo. Tampoco en la forma en que aprovecha el lenguaje cinematográfico al jugar con el sonido, el silencio, la música, los movimientos de cámara, la edición y el ambiente. Pero lo más importante es que detrás de todas sus bondades técnicas hay una entretenida y buena historia.
Todo comienza cuando un niño llamado Tomás (Sebastián Aguirre) es enviado a la Ciudad de México a vivir con su hermano mayor, “Sombra” (Tenoch Huerta), aunque el joven Tomás no puede llamarlo de esa manera si quiere conservar intactas sus piernas. “Sombra” vive con su amigo “Santos” (Leonardo Ortizgris) en un departamento enmohecido al igual que su vida. No hacen nada porque se encuentran a la mitad de una huelga estudiantil en la UNAM —inspirada en la que ocurrió en 1999—, de hecho, podrían trabajar o hacer la tesis, pero nunca parece ser un buen momento.
Este trío de ninis, que no estudian ni trabajan, encarnan a la perfección el ingenio mexicano con chistes sobre la raza, el color de piel o incluso al verle el lado bueno a las cosas cuando todo anda mal. Esa es la constante en la ópera prima de Alonso Ruizpalacios: un humor ligero que sirve de contrapunto a temas serios. Además de criticar la fanfarronería de ciertos movimientos organizados, la supuesta inexistente discriminación, el director también se burla de su propia película y de la industria del cine mexicano. Éste es un filme audaz.
En medio de la nada que rige la vida del triplete protagónico, un anuncio en la recóndita esquina de un periódico les da propósito: ir en busca de un músico desconocido para el mundo, Epigmenio Cruz, al que admiran casi al punto de la idolatría. Entonces comienza un roadtrip citadino en el que también se ve envuelta Ana (Ilse Salas), una joven vinculada con el movimiento, de alma revoltosa pero aspecto de “niña bien”. Esta parte es tan crucial que la misma ciudad se convierte en un personaje con sus peligros, sus bellezas y hasta su tráfico.
Pese a su estética retro, Güeros es vanguardista por la forma en que mezcla todos los elementos que componen una película, el guión es casual, desenfadado y muchas de las discusiones en las que se enganchan los protagonistas no tienen conclusión o sentido. Son pláticas como las de cualquier joven que en ocasiones se da sus aires de grandeza y pretensión. Para ello la química juega un papel crucial y la dinámica Sombra-Santos-Tomás es una que augura muchas carcajadas aderezadas con un poco de crítica social.