Cuates de Australia
El documental del mexicano Everardo González es un retrato poético y empático de un pueblo que lucha por sobrevivir.
El laureado documental de Everardo González (Los ladrones viejos), que se llevó el premio al Mejor documental mexicano en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, retrata a los habitantes del pueblo Cuates de Australia, ubicado en un árido ejido del estado de Coahuila. Con un estilo poético y sencillo, nos adentra en la cotidianidad de estos vaqueros de la vida real, justo durante la difícil temporada de sequía, que los obliga a desplazarse cada año en busca de un poco de agua.
El paraje desértico del noreste de México, tan asociado hoy a la militarización y al crimen organizado, se presenta aquí más bien como el inhóspito y bello hábitat natural de una historia de espera: sobre la esperanza de las primeras gotas de lluvia y, con ellas, de la supervivencia. Sin llegar a ser del todo contemplativo, el filme cuenta con diversos planos de exteriores que nos sumergen en el árido paisaje, pero que duran lo suficiente como para que no se nos olvide que en este poblado la vida no tiene nada de plácida o poco eventual.
Una de las mejores cualidades del documental, cuyo recorrido por festivales internacionales ha sido bastante exitoso, es que logra crear mucha empatía hacia esta sonriente colectividad (de tan sólo 140 habitantes), además de que nos muestra otra cara de la vida en la sierra. La existencia solidaria y austera de Cuates de Australia (en donde no hay electricidad, ni televisión, ni radio o refrigeradores) difiere de la imagen de violencia que tenemos del norte del país. El poblado, en su burbuja de aislamiento, parece ser ajeno a la guerra de carteles que se desarrolla no muy lejos de ahí.
A pesar de las condiciones de pobreza, este no es un filme sobre la miseria de la comunidad. Más bien, registra el espíritu recio, las inagotables energías y la inmensa calidez de lo que cualquiera pensaría es un pueblo desolado a simple vista. Las historias individuales (tal como la de una pareja que espera el nacimiento de su bebé, con un embarazo de alto riesgo), mezcladas con el problema climático colectivo dan como resultado un relato de no ficción muy humano, universal e incluyente. Como espectador te conviertes en testigo invitado, al mismo tiempo que logras ponerte en los zapatos de los habitantes. Los observas esperar el agua y, a la vez, esperas con ellos.
¿Por qué no se van de ahí? ¿Cómo es que, en condiciones tan extremas, la gente sigue riendo, casándose, teniendo bebés, jugando y bailando? ¿Cómo es que son tan felices en medio del desierto? Estas son las preguntas que revolotean en la cabeza mientras observas a la comunidad subir a sus camionetas y dejar sus hogares atrás por la falta de agua.