Pinocho
Esta nueva versión del clásico cuento de Pinocho tiene poco qué rescatarle y difícilmente será entretenida para los niños y, mucho menos, para los adultos.
Por más que uno quiera ver esta versión de Pinocho, tomando en cuenta sus buenas intenciones y lo poco pretencioso de la propuesta en general, conforme avanza, uno termina por convencerse de que no hay ni como ayudarle. El clásico relato escrito por Carlos Collodi y publicado en 1882, que nos cuenta cómo un anciano juguetero desea tanto tener un hijo que un hada decide darle vida a su recién fabricada marioneta –aunque ésta sigue siendo de madera– y a la que cada que dice mentiras le crece la nariz, ha sido llevado a la pantalla grande en múltiples ocasiones, de las cuales sin duda la más referida (y más afortunada) es la versión animada perpetrada por Disney en 1940. Por desgracia, esta vez termina por convertirse en un panfleto sentimentaloide, muy en el estilo de las películas mexicanas de Caperucita de los 60. Claro que aquellas al menos eran conscientes de sus alcances técnicos y no apostaban por tratar de sorprender a un público que de por sí tiene muy conocida la historia -y lo que le interesa principalmente es la forma en que ahora van a contársela-. La cinta cuenta con efectismos malogrados, entre ellos el uso de CGI, que aquí se convierte en uno de sus principales problemas. Y es que la versión digital de la marioneta protagonista no sólo no termina de estar bien integrada al resto del concepto visual, sino que en ciertas escenas –como cuando es sacada del circo por el titiritero– evidencia muy malos acabados en lo que a perspectiva y dimensiones se refiere. Esto, aunado a una falta de encanto en el diseño del mismo, que más bien resulta totalmente genérico y olvidable. Mismo caso al del otrora “Pepe grillo”, ahora convertido en una pequeña dama insecto –un detalle que parece ser sólo con la intención de “variarle un poco”– quien le acompaña en toda su travesía, funcionando como una especie de conciencia, y que apenas resulta algo simpática.
En contraste, el elemento humano es de lo más rescatable. Sin ser precisamente brillantes, los actores entregan interpretaciones un tanto frívolas pero consistentes, y respetan los arquetipos propios de lo que no es otra cosa que una simple ilustración. Solo los bribones que Pinocho se encuentra en el camino, la Zorra y el Gato, se perciben algo fuera de tono debido a su caracterización –acertada en lo que a manufactura se refiere-, aunque irónicamente, son los menos artificiosos y los más carismáticos.
Otro gran problema de la película es el nulo desarrollo de las atmósferas, por lo que en el universo que plantea saltan muchísimo los ingredientes de corte fantástico. Y lo mismo con algunas de las apariciones totalmente gratuitas del hada azul, el interior de la ballena que nunca parece tal cosa y, bueno, no hablemos de lo descuidado de las transformaciones de los niños en burro o la del mismo Pinocho cuando le toca aparecer de carne y hueso. A esto hay que agregar el mal manejo de varias de las convenciones –algunas sumamente teatrales–, que no hace sino evidenciar la incapacidad del director debutante Stepan Gajdos, a la hora solventar con ingenio y lenguaje cinematográfico, la falta de recursos técnicos.
En fin, poco se puede rescatar de esta deslavada interpretación de Pinocho, que será estrenada en su mayoría doblada al español, con la idea de enfocarse al público infantil, al que quizás podría llegar a resultarle medianamente entretenida, aunque lo dudo. No así al público adulto, para el que no ofrece atractivo alguno, ni siquiera como una mera curiosidad.