La evolución de los extraterrestres en las películas de ciencia ficción
El cine ha dotado a los extraterrestres de un alto valor simbólico que va de fuerzas invasoras a mesías con secretos sobre nuestra propia existencia.
El término alienígena funciona como sinónimo de extraterrestre, un ser u objeto “supuestamente venido desde el espacio exterior a la Tierra” [vía]. Sin embargo, la palabra proviene del latín alienus que significa “perteneciente a otro”, lo que explica que también se utilice como sinónimo de extranjero, “natural de un país que no es el propio”. Por esto, no debería sorprendernos que las películas haya dotado estas criaturas extraterrestres de un altísimo valor simbólico a lo largo de toda su historia que en muchas ocasiones ha apuntado a los foráneos.
Alienígenas mudos
La tendencia empezó con el cine silente, con menos de una decena de producciones que sentaron las bases de uno de los subgéneros más importantes de la ciencia ficción y que fungieron como un crudo reflejo de la propia humanidad. Tal fue el caso de Viaje a la Luna (1902), la cinta más emblemática de George Méliès, inmortalizada por la mítica escena del cohete clavado en el ojo derecho del satélite y que marcara el primer encuentro alienígena del celuloide en la figura de los selenitas.
Esto resulta en un simpático, pero violento enfrentamiento en el que los humanos salen victoriosos a base de su ingenio y su fuerza física, lo que incluso les permite capturar un espécimen para traerlo al planeta en medio de grandes festejos. Hoy en día, algunos autores consideran que este desenlace vino acompañado de una dura crítica anti-imperialista del director, quien también laboró como caricaturista político en el diario La Griffe.
Cineastas como Segundo de Chomón, Bruce Gordon y J. L. V. Leigh siguieron los pasos del francés de un modo más banal, con aventuras espaciales enfocadas de lleno en la espectacularidad visual. Por su parte, el danés Holger-Madsen y el soviético Yakov Protazanov tuvieron un aprovechamiento mucho más profundo con Himmelskibet (1918) y Aelita (1924): la primera mostró marcianos de apariencia humana que buscaban transmitir un mensaje de paz a la humanidad, lo que tuvo un valor agregado si consideramos que estrenó hacia el desenlace de la Gran Guerra; la segunda es considera una cinta propagandística donde la joven Unión Soviética debe acudir al llamado de rescate de una princesa marciana bajo la tiranía de su padre. Uno de los mayores exponentes del sci-fi silente y que suele ser equiparado con clásicos como Metrópolis (1927) y L’inhumaine (1924).
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Empieza la invasión
La era dorada de la ciencia ficción cinematográfica empezó justo en la segunda mitad del siglo XX, favorecida por el miedo de la posguerra. Al respecto, Moffitt asegura que “a partir de Hiroshima se hizo implícito un trasfondo psíquico que era fruto de la toma de conciencia de que la ciencia y la tecnología podían dominar negativamente el destino de la raza humana”.
El temor incrementó con el sistema bipolar surgido durante la Guerra Fría e hizo que los alienígenas se convirtieran en un reflejo directo de la amenaza soviética dispuesta a todo para terminar con el estilo de vida americano. Uno de los primeros exponentes de esto es The Flying Saucer (1950), que representó la primera aparición de un OVNI en forma de platillo volador, aun cuando realmente era un invento terrestre codiciado por la URSS para imponer su ideología.
Otro factor que influyó al desarrollo del subgénero fue el llamado caso Roswell de 1947 y que desató toda clase de teorías de conspiración sobre la presencia alienígena en nuestro planeta, lo que, aunado a la posterior carrera espacial entre las dos superpotencias mundiales, se convirtió en la metáfora perfecta para explorar las amenazas foráneas. Esto explica que las aventuras espaciales se redujeran al mínimo para que las reemplazaran invasiones desde diferentes partes del cosmos, con las que se emulaba un posible ataque desde el bloque comunista.
Estos temores pueden verse en cintas como The Thing from Another World (1951) y la adaptación de La guerra de los mundos (1953), donde los extraterrestres estudian minuciosamente sus objetivos para luego embestirlos con todo su poder. No conforme con ello, estas producciones demostraron su rechazo al extranjero con alienígenas de apariencia monstruosa que pretendían exaltar las diferencias culturales e ideológicas de los rojos.
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No menos perturbadoras fueron las cintas que cambiaron la espectacularidad visual por infiltraciones secretas, siendo La invasión de los usurpadores de cuerpos (1956) el ejemplo por excelencia. Esta temática se atribuyó a a la paranoia suscitada por la caza de brujas ejecutada por el senador Joseph McCarthy contra todos aquellos a los que consideraba una amenaza contra la seguridad nacional.
Aunque fueron épocas oscuras, algunos creativos también aprovecharon las libertades de la ciencia ficción para enviar mensajes esperanzadores. Tal fue el caso de Robert Wise con The Day the Earth Stood Still (1951) sobre un extraterrestre que llega a la Tierra con un mensaje de paz, pero se le recibe con la hostilidad humana. El filme batalló con la censura de la época ante las similitudes del visitante con Jesucristo, pero también sentó las bases de una tendencia que sigue apreciándose hasta nuestros días.
Estos usos simbólicos seguirían por dos décadas, favorecidos por la Guerra de Vietnam y el creciente impacto de la televisión con series que reflejaron el peligro de todos aquellos que son diferentes (The Invaders, 1967), pero también los beneficios de la hermandad entre razas (Star Trek, 1966). Sólo unos años después, Star Wars (1977) mantendría esta misma línea para mostrarnos como una criatura más de la galaxia.
Una nueva generación de extraterrestres en películas
La década de los 70 representó el salto más importante de la iconografía alienígena del cine. Clásicos como Encuentros cercanos del tercer tipo (1977) y Alien (1979) moldearon la apariencia de estos seres en el imaginario colectivo para los años venideros: el primero con un humanoide inteligente de cabeza y ojos grandes; el segundo con una bestia mortífera y diseñada para sobrevivir a todas las adversidades del espacio. Más significativo aún fue que estos filmes enviaron un mensaje de que el enemigo no provenía de otros mundos, sino que siempre fuimos nosotros mismos, con el gobierno haciendo todo lo posible por ocultar su existencia para apropiarse de su tecnología y sus conocimientos.
El subgénero continuó por este camino durante el resto del siglo XX, con películas como E.T., el extraterrestre (1982), Día de la independencia (1996) y Hombres de negro (1997), sin olvidarnos de la serie Los expedientes secretos X (1993) con su tagline “quiero creer” que equiparó el interés en la vida extraterrestre con una auténtica religión.
Este hilo argumental se redujo de manera importante tras los ataques del 9/11, pues la ciencia ficción priorizó otros subgéneros para reflejar los distintos temores de la época, como el ataque repentino (Cloverfield, 2008), el exterminio (Soy leyenda, 2007) e incluso la excesiva vigilancia de las autoridades (Minority Report, 2002; A Scanner Darkly, 2006).
Esto no significó que los seres de otros mundos desaparecieran. Con La guerra de los mundos (2005) se retoma la metáfora del alienígena como fuerza invasora, algo irónico si consideramos que el filme es de Steven Spielberg, uno de los mayores referentes del extranjero pacífico.
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El mensaje puede palparse en todo momento, con diálogos que cuestionan si los ataques los llevaron a cabo terroristas e imágenes verdaderamente terroríficas que remiten a la apariencia de los que estuvieron presentes en la zona cero. La respuesta no tardó en llegar con un remake de El día que la Tierra se detuvo (2008) que poco aportó a la mitología interestelar.
El rol del alien cinematográfico ha cambiado desde entonces. Títulos como Sector 9 (2009) y Avatar (2009) aprovecharon la espectacularidad visual para mostrar una sociedad consciente de la existencia de estos seres, lo que fue bien se aprovecho para cuestionar nuestra poca humanidad con alusiones directas a las crisis de refugiados, la nula conciencia ecológica y el capitalismo convertido en una nueva forma de imperialismo.
La tendencia fue breve pero fundamental para la concepción de cintas como Prometeo (2012), Under the Skin (2013), La llegada (2016) y Annihilation (2018), que aumentaron el valor simbólico del subgénero con tramas sobre vida interestelar cuyos acercamientos con la humanidad buscan ahondar en nuestra propia existencia al cuestionar nuestros orígenes, la turbulenta actualidad y las incertidumbres del futuro. Todo ello sin perder de vista los mayores logros que nos han caracterizado como especie, así como nuestra capacidad de autodestrucción que pone en riesgo nuestra propia existencia.
Una visión altamente filosófica que, sin generar plenamente consenso por el grueso de la audiencia, pretende mostrarnos como parte de un universo complejo para arrojar reflexiones de enorme valor con la pregunta que nos ha aquejado por generaciones: ¿hay otras formas de vida en el universo?
Resulta irónico que el cine, que tanto se empeñó en hacernos soñar con otros mundos, ahora recurra a la vida extraterrestre no sólo para ayudarnos a comprender el nuestro, sino para darnos un poco de esperanza sobre el futuro