El lobo seductor
A pesar de que Le Grand Méchant Loup explota el estereotipo del mujeriego hombre francés, la historia está bien armada.
Había una vez 3 hermanos que se sentían muy mal tras la tercera hospitalización de su madre, detonante de dudas existenciales en el mediano de sus hijos. Y así, al punto y sin rodeos comienzan los conflictos en El lobo seductor (Le Grand Méchant Loup) o la “verdadera” historia de los 3 cochinitos, como aclaran los créditos iniciales.
No se trata de una puesta literal de la fábula que, tal como el cuadrúpedo, nos persigue desde el siglo 18. Aquí los «cerditos» no tienen que construir una casa, ya sea de paja, madera o ladrillo para sobrevivir, pero sí son confrontados por sus decisiones y posteriores consecuencias.
La película de Nicolas Charlet y Bruno Lavaine es una modernización de la idea original llevada a los terrenos de la sensualidad. Aborda temas como la tentación, la infidelidad, la muerte, la frustración, el cinismo y la doble moral, mientras cada uno de los protagonistas juega con su muy particular fuego al borde de la quemazón.
Los hermanos Delcroix, Philippe (Benoît Poelvoorde), Henri (Fred Testot) y Louis (Kad Merad) están en plena crisis de la mediana edad. Y cuando a, Phillipe, el segundo del trío, la tragedia familiar lo cachetea en el rostro, se replantea el propósito de su vida.
Poco le dura la reflexión, pues de golpe, literalmente, conoce a su lobo feroz. Se trata de una sensual mujer de 27 años, que usa vestidos, tacones y es una maestra en el arte de la seducción. El cuarentón se deja llevar por sus deseos más primitivos para sentar un precedente familiar.
Esta historia es mucho más compleja que la fábula y hace del 3 su número cabalístico. Son 3 los hermanos que durante 3 actos lidian con sus respectivas (¿3?) tentaciones; y la batuta de la narración pasa de uno a otro dependiendo de quién es el turno de compartir sus aventuras y desventuras.
Si bien la película podría parecer predecible, tiene elementos sorpresivos. Usa el Palacio de Versalles como escenario, rinde homenajes al cineasta Ernest Lubitsch con el significado que le imprime a los fuegos artificiales que aparecen en cierto momento, y, eventualmente, con el giro final.
En medio, los realizadores aprovechan todo tipo de recursos para que la comedia se prolongue. Aciertan en cuándo exagerarla para acercarla a la sátira y enfatizar su crítica social pero no tanto para fomentar la introspección. Echan mano de videos caseros, momentos de tensión, sutiles guiños y loables planos secuencias con claros propósitos narrativos. Sin embargo, hacia el final del 3er acto el ritmo se ve claramente afectado.
Tal vez el mayor contratiempo de El lobo seductor radica en que entre los problemas que crecen como bola de nieve, se explota el estereotipo del mujeriego hombre francés. Los protagonistas no embonan del todo en la categoría, pero nos dejamos llevar por lo bien armada que está la historia.
Asimismo, es una lástima ver poco tiempo a cuadro a Valérie Donzelli, protagonista, directora y guionista de Declaración de guerra (La guerre est déclarée), ahora en otro campo de batalla.