Memoria de mis putas tristes
Dirigida por Henning Carlsen, esta adaptación de la novela de Gabriel García Márquez resulta en una aproximación superficial a un relato complejo.
En la maliciosa novela corta Memoria de mis putas tristes, de Gabriel García Márquez, un anciano narra cómo el año en que deja de ser octogenario para plácidamente pasar a una nueva década, decide solicitarle a una vieja amiga, la matrona Rosa Cabarcas, quien regentea un burdel caribeño, los favores carnales de una adolescente virgen de catorce años.
Este hombre, a quien el relato denomina viejo sabio, refiere cómo en muy poco tiempo va perdiendo todo resto de sabiduría al sucumbir de lleno en una pasión crepuscular y absurda. Una obsesión pederasta que el novelista presenta, sin embargo, como la fábula de un casto amor contrariado por la imposible reciprocidad del deseo.
La versión fílmica de esta novela, a cargo del realizador danés Henning Carlsen, con un guión suyo y del veterano Jean Claude Carrière, frustra sus mejores intenciones con un improcedente tono de telenovela y con obviedades melodramáticas que vuelven la adaptación superficial e inverosímil. Poco ayudan los desvaríos de un casting que propone a una Geraldine Chaplin en papel de matrona tropical, una Angela Molina apenas convincente, un Emilio Echevarría que con grandes esfuerzos intenta cargar de años, humorismo y malicia al personaje atrapado en un guión poco inspirado, y una adolescente que por imperativos de censura se ve obligada a mostrar más años y mayor generosidad de carnes.
Muy poca buena suerte han corrido hasta hoy las adaptaciones al cine de la obra del Nobel colombiano. Memoria de mis putas tristes es un fallido intento por reparar ese largo desencuentro.