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“Jugando se llega a la violencia”: el filtro del (video)juego en Una jauría llamada Ernesto

13-11-2023, 12:48:47 PM Por:
“Jugando se llega a la violencia”: el filtro del (video)juego en Una jauría llamada Ernesto

¿Cómo es que la violencia se cuela en la vida de los jóvenes? ¿qué papel tienen el juego y la simulación en las actitudes del ejercicio del poder? En su docuficción, el director Everardo González utiliza un personaje colectivo, Ernesto, para indagar en estas preguntas.

Vivimos en una sociedad apática y violenta, donde “como jugando” poco a poco los atisbos de agresividad se tornan en actos atroces que estremecen. “¿Tu primer conejo o tu primera persona?”, le cuestionan casualmente a un joven en cuyas manos han puesto un arma de fuego, insinuando que de la respuesta depende hacia qué o quién irá la bala. Y los desafíos irán escalando, dependiendo de cuántos gatillos más decidan jalarse, al no haber brújula moral ni temor a las represalias. Son éstos los «juegos» a los que apunta el largometraje documental Una jauría llamada Ernesto, donde su director Everardo González (La libertad del diablo) reúne nuevamente testimonios que ilustran una nefasta realidad mexicana. Y lo hace de nuevo con una interesante propuesta de estilizada discreción.

Una jauría llamada Ernesto (2023).

¿De qué se trata?

El documental Una jauría llamada Ernesto, selección oficial del Festival Internacional de Cine de Guadalajara (Mención especial del jurado) y del Festival Internacional de Cine de Morelia, cuenta la historia de un personaje que en lugar de “inexistente”, es más acertado calificar como “colectivo”. A fin de cuentas, está construido a partir de testimonios muy veraces, de distinta procedencia, pero que coinciden en ser anécdotas o reflexiones en torno al tráfico ilegal de armas y el modo en que algunos jóvenes ejercen violencia y eventualmente cometen actos criminales. De tales experiencias diversas y anónimas, nace un reflejo colectivo del malestar, de la incertidumbre y del remordimiento que, en este caso, es Ernesto.

Filmada en distintas zonas del país, incluidos el estado de Chihuahua y la Ciudad de México, esta película surgió de una muy particular propuesta del director. Él decidió que los sujetos de su documental llevaran la cámara a sus espaldas, por medio de un mecanismo colocado sobre ellos y que asemeja a una cola de escorpión. De esta manera, en pantalla nunca vemos ningún rostro; sólo nucas y siluetas que seguimos vertiginosamente como si fueran personajes de videojuego.

En entrevista exclusiva con Cine PREMIERE, el aclamado realizador Everardo González platica justamente sobre los vínculos entre Una jauría llamada Ernesto y los videojuegos. Habla también de qué lo inspiró a realizar este largometraje, cómo influye la ética en su visión estética y cómo él distingue entre periodismo y cine documental.

Una jauría llamada Ernesto: Una plática con Everardo González

En tus palabras, ¿quién es Ernesto en esta película? ¿O de dónde viene este personaje que es más bien un colectivo de voces?

La intención era trabajar un personaje ficticio, contado por medio del coro de muchas voces y que de alguna manera diera cuerpo a eso que hoy conocemos como el sicariato. En paralelo, también quería contar cómo las armas llegan a las manos de los jóvenes. Trabajé con un perfil de muchachos que no necesariamente vienen de los espacios devastados. Aunque pertenecen a entornos rotos por la violencia, de alguna u otra manera conservan mucho de la cotidianidad afín a cualquier otro joven de su edad. No necesariamente vienen de familias rotas y no necesariamente pertenecen a brazos de la corporación criminal. Son muchachos construidos del mismo modo que muchos de nosotros en la juventud, en la adolescencia, que “como jugando”, se nos enseña el ejercicio de la violencia y el ejercicio del sometimiento al otro.

En este país, al menos los de mi generación, todos pasamos por ese tipo de juegos. Un día, “como jugando”, las armas están al alcance. Y un día, “como jugando“”, también se jalan los gatillos. Entonces si la pandilla [el grupo criminal] ve potencial y frialdad en aquel que lo hizo, éste puede ser reclutado para ahora sí convertirse en un brazo armado de la corporación criminal. Eso es Ernesto. Es un muchacho que va a jalar el gatillo deseando no encontrar a la víctima.

Una jauría llamada Ernesto (2023)

La historia del personaje llega a sentirse atemporal y fuera de una región en específico. Sin embargo, me quedó la duda de si estos testimonios verídicos vienen de una variedad de lugares azotados por la violencia o de alguna zona en específico.

Muchos de ellos están en la Ciudad de México. Pero sí, vienen también de otros lugares: del altiplano mexicano, de la Ciudad de México y del noreste mexicano. Los traficantes vienen de zonas como Chihuahua, otros son chilangos de la SEDENA, de otros barrios también de la periferia de la ciudad… Vienen de varios lados y ese coro de voces fue convocado a través de varias fuentes. Una de ellas —muy importante— fue uno de los músicos de la película, que es además de los que porta la cámara en muchos momentos. Él llamó a sus amigos para que hablaran conmigo y ese es el coro mayoritario que da voz a la película.

¿Dirías que fue una historia en específico la que te inspiró a recopilar todo este conjunto de testimonios? ¿O de dónde vino la inspiración?

Este compendio de historias se inspiró en una crónica que escribió Óscar Balderas [en 2012] que se llama “La matachilangos y sus cómplices”. Eso es lo que detonó la posibilidad de hacer esta película. Pero la idea llevaba rondando desde el año 2000, más o menos, entre el 2000 y el 2003, cuando leí La Virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo. O sea, que viene no solamente de la necesidad de retratar la realidad y la cotidianidad mexicana, sino también viene de la literatura, de cómo esa problemática ha sido narrada en la literatura.

Además de la literatura, pienso en el nuevo periodismo, que es también donde se han empleado personajes ficticios para hablar de circunstancias reales.

Exactamente. Somos muy hermanados. De una u otra manera, hay parecido entre lo que hace el nuevo periodismo y lo que hago yo.

¿Por qué escoger una docuficción, y no un documental tradicional, para hablar de una problemática tan lacerante como lo es el tráfico de armas y la incursión de los jóvenes en el crimen organizado?

Porque aunque mi película comparte cosas con el periodismo, yo parto de la idea de que no somos lo mismo. Se parecen pero no responden a la misma necesidad. El periodismo responde a la necesidad de informar. El cine documental deja registro y tiene —sobre todo el que empezó a producirse con mucha fuerza en mi generación— mucha más cercanía con lo cinematográfico y lo narrativo que con lo periodístico, lo antropológico, lo etnográfico, lo sociológico o lo político. Si bien todo es político, el cine documental sostiene una búsqueda cinematográfica, una búsqueda creativa que lo acerca más a un brazo de las artes que a un brazo de las ciencias sociales.

Mis necesidades son primero éticas ante el problema de darle voz a menores infractores sin poner en riesgo su identidad. Luego viene la propuesta estética que sucede en términos personales, autorales y cinematográficos. Mi intención era hacer una película más “performática”, en donde el espectador acompañara permanentemente a los personajes, que caminara detrás de ellos. Eso generó una película muy vertiginosa en muchos sentidos.

Una jauría llamada Ernesto (2023)

Entiendo que crearon un mecanismo para que la cámara estuviera pegada a los personajes. ¿Podrías platicarme un poco de cómo fue su concepción?

Es una especie de cola de escorpión que un ingeniero trabajó con nosotros. Habían ciertos fierros que se parecían en el mercado, pero no servían para lo que nosotros queríamos hacer. Entonces se inventó desde cero. Hicimos una especie de cinturón con una cola que tenía diferentes extensiones para poder alejar o acercar la cámara y que permitía distintos formatos de cámara en el soporte hidráulico, que fue la parte más complicada que se trabajó. En fin, resultó ser un trabajo interesante de ingeniería industrial.

La película básicamente se logra contar a través de la óptica, la profundidad de campo y el trabajo de hiperfocales. El foco permanentemente se halla a un rango de metro, metro y medio, por lo que lo demás a cuadro sólo se intuye, ya que la profundidad de campo no permite que entre en foco. Esto nos ofreció la posibilidad de filmar en espacios donde se trafican las armas o en espacios donde las pandillas custodian los territorios de las corporaciones criminales.

En otra entrevista, te escuché decir que Una jauría llamada Ernesto daba la sensación de un videojuego en primera persona. No obstante, yo inmediatamente pensé, por ejemplo, en la cámara de Darren Aronofsky en Réquiem por un sueño. ¿De ahí también vienen tus referentes para esto o de alguna otra película?

Viene de Gaspar Noé, pero viene también de querer expresar que jugando se llega a la violencia. Es parte también de la fractura social. Es lo que nos condiciona como mexicanos violentos. Hay una parte lógica de nuestro ejercicio de la violencia que tiene que ver con el juego. Yo no creo que el videojuego haga a alguien violento. Pero definitivamente empieza a poner ciertos filtros que nos hacen sentir que lo que ocurre en la realidad, ocurre sólo en un plano virtual. Entonces estos filtros que se nos han colocado —que nos hacen sentir que lo que pasa no pasa— nos han hecho una sociedad muy indolente.

Los muchachos entran al mundo de la violencia con ese mismo filtro. Y para mí fue muy importante que uno de ellos me hablara sobre el día en que tenía que ir a matar a alguien. Él rogaba por no encontrarlo porque había entendido que la espiral de violencia sólo ocurre cuando se jala el gatillo de nuevo, de regreso contra otra persona, pues eso detona una necesidad de venganza y la espiral crece, crece y crece. En el fondo, eso es parte de muchos de nuestros problemas. No sólo es el tema de la desigualdad, no sólo la falta de acceso educativo. No sólo eso. Es que como sociedad y en política pública no se nos ha sensibilizado para hacernos entender que la única manera de lograr la paz es no jalando el gatillo.

Hasta parece sencillo pero tristemente cuesta aprenderlo.

¡Claro! Y luego imagínate cuando tienes 15 o 16 años. Es complejo. Por eso fue importante encontrar a un muchacho que aunque lo hizo [jalar del gatillo], tenía plena conciencia de que eso iba a desatar mayores problemas. Y después viene en lo que desemboca la película: la paranoia, el miedo a salir, los actos de venganza contra los otros del grupo, etc., y potencialmente la escalada para formar parte ahora sí del brazo armado del crimen organizado.

Una jauría llamada Ernesto
Una jauría llamada Ernesto (2023)

Acerca del anonimato, algo que confirmas aquí y que ya se veía desde películas anteriores como La libertad del diablo, es tu deseo de no caer en los mecanismos convencionales. Por ejemplo, desenfocar un rostro o pixelearlo. En su lugar, encuentras una manera para que la protección de la identidad sea parte también de tu expresión visual.

Yo creo que la estética es consecuencia también de las posturas éticas de un cineasta. Entonces, a veces las posturas éticas son las que impulsan las decisiones estéticas. Cuando empiezo a preguntarme cómo hago para poder hacer este registro sin estigmatizar ―porque también eso es duro, estigmatizar y poner en riesgo a menores― vino a mí esta idea.

Viene también de las maneras en las que yo aprendí a ser violento, como muchos otros. No al grado de la hiperviolencia pero sí definitivamente en actitudes del ejercicio del poder. E insisto, tiene que ver con el juego. Yo quiero hablarle a una generación que hoy está entre sus 18 y 25 años mayoritariamente. El juego es una manera en la que se vive también la violencia dentro de las casas. Por eso la lógica de tratar de emular esta sensación de acompañar a aquél que está jalando gatillos y seguirlo por los pasillos. 

También me parece que es un momento importante para que el cine documental empiece a tomar un cariz más performático en muchos sentidos. Al llegar a plataformas, en mi opinión, está teniendo una serie de regresiones donde lo único que importa es el tema pero no las maneras narrativas. Yo quiero seguir experimentando sobre las maneras narrativas, a pesar de los riesgos que implica.

Claro, experimentar y mantener incluso esta empatía que hay en seguir a los personajes, sin descuidar la parte estética y la parte del mensaje.

Pasa algo interesante. A nosotros en general nos han contado cómo es el rostro de los malignos, que ya era una preocupación que yo tenía desde La libertad del diablo, el cómo se nos ha contado que son aquellos que cometen actos atroces. A veces la necesidad del espectador por encontrar los rostros de estos jóvenes tiene más que ver con reafirmar si el mal se parece a lo que le dijeron que es o no, y pues no va a llegar a esa conclusión. No vamos a entregarle herramientas para que concluya que el mal tiene sólo un tono de piel o tiene un rostro particular.

Una jauría llamada Ernesto (2023)

Una jauría llamada Ernesto puede verse en el catálogo de la plataforma de streaming ViX desde el viernes 10 de noviembre de 2023.

autor Tengo muy mala memoria. Por solidaridad con mis recuerdos, opto por perderme también. De preferencia, en una sala de cine.
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