Oppenheimer: Christopher Nolan filma la osadía humana a gran escala
Para su nueva película, el director británico utilizó el formato IMAX, el más grande que existe, para explorar la humanidad y las contradicciones del hombre que creó la bomba nuclear.
“¿Apostamos a ver si la atmósfera se enciende en llamas?”, preguntó al resto del equipo el físico Enrico Fermi.
El grupo de científicos y militares parados a su alrededor lo voltearon a ver con sonrisas. Estaban a punto de detonar la primera bomba nuclear de la historia y bromeaban con los riesgos de destruir el mundo. Un momento de levedad en medio de la tensión: los humanos siendo humanos.
Sin embargo, la probabilidad de que una catástrofe así sucediera ya había sido calculada. Las posibilidades de generar una reacción en cadena que encendiera la atmósfera terrestre, como resultado de una detonación nuclear, eran menos de una en tres millones. O lo que es lo mismo: estadísticamente imposible. Según los expertos, seguir adelante con un experimento que tiene este tipo de improbabilidad sólo impresiona a quien no entiende de estadística.
Aún así, ésa fue la leyenda que pasó a la historia. Aún hoy se cuenta que los científicos creadores de la primera bomba nuclear, liderados por el físico teórico J. Robert Oppenheimer, llevaron a cabo esa prueba aún cuando existía un ínfimo peligro de que la atmósfera del planeta quedara envuelta en llamas. Es una leyenda que expone esa mezcla de temeridad y arrogancia humana que tanto nos gusta comprobar, y fue la misma que capturó la imaginación del director Christopher Nolan para la película Oppenheimer.
Aquel 16 de julio de 1945, al doctor Oppenheimer no le preocupaba la posible destrucción de la atmósfera. De acuerdo con las entrevistas que él mismo dio después, el físico en realidad pensaba en otra cosa. Parado frente al botón rojo de detonación, reflexionaba sobre la importancia histórica de lo que estaban a punto de hacer. Ubicados detrás de un muro de concreto, a unos nueve kilómetros de la estructura que sostenía al “aparato”, él y el resto de los involucrados en la prueba Trinity miraban la culminación de años de trabajo teórico, de meses de experimentación, en los que habían estado inmersos en una apabullante disonancia cognitiva.
Lo que pasaba por la mente del notable físico, simpatizante de izquierda, amante de las artes y experto en sánscrito, era un verso del texto sagrado hinduista Bhagavad-gītā: “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.
Nolan ha dicho que antes de iniciar su investigación, en realidad no sabía mucho del científico que, según él, “es la persona más importante que jamás ha vivido”. El génesis de su filme tuvo lugar en las páginas de su película pasada: Tenet.
En aquella cinta, uno de los personajes hace referencia a esa leyenda mencionada y usa la “temeridad” e “irresponsabilidad” aparente de Oppenheimer precisamente para justificar el no continuar con sus propios experimentos. Más adelante, cuando el rodaje de Tenet terminó, Robert Pattinson le regaló a su director un libro con los discursos de Oppenheimer. Esos escritos eventualmente le llevaron a descubrir la biografía Prometeo americano, de Kai Bird y Martin J. Sherwin. Con ese enorme tomo de 700 páginas como base, el cineasta británico se embarcó en la tarea de filmar su primera película biográfica.
Para Christopher Nolan, la de Oppenheimer es una historia llena de dilemas éticos y morales; paradojas y contradicciones. “Me siento muy atraído por los personajes ambiguos y cuyas fallas resultan muy humana”, nos dijo el director, cuando nos reunimos con él en Nueva York a unos días del estreno mundial. “Y creo que la historia de Oppenheimer está muy definida por esas fallas y esas ambigüedades”.
En la vida real, después de comprobar el poder de un arma nuclear y, más específicamente, después de ver lo que EE. UU. (innecesariamente quizás, pues hay una buena posibilidad de que Japón estuviera ya cerca de rendirse) había hecho en Hiroshima y Nagasaki, Oppenheimer se volvió una voz importante en la lucha por la regulación de este tipo de armamento y un opositor vocal de la construcción de la bomba de hidrógeno, una de las llamadas armas nucleares de segunda generación.
Como resultado, en plena época del macartismo, el científico fue falsamente acusado de ser comunista, de ser un espía ruso y fue humillado en público en una serie de audiencias que resultaron en la revocación de todas sus autorizaciones de seguridad.
Revisando la filmografía de Christopher Nolan es claro que el hombre en conflicto con sus decisiones ha sido un hilo conductor en su carrera, desde el Leonard de Guy Pearce en Memento y la problemática decisión que toma al final/principio, y hasta Matthew McConaghey, llorando frente a la pantalla al ver que se perdió la vida de su hija en Interstelar. “No eres lo que dices, eres lo que haces”, le sentenciaba Rachel Dawes (Katie Holmes) al atormentado Bruce Wayne (Christian Bale) en Batman inicia. Esa línea bien podría aplicar para el hombre que, por muy letrado, empático y racional que se presente, decidió armar una herramienta de genocidio.
Además de esta exploración, el cineasta (al menos desde que le entró de lleno al blockbuster y Hollywood le dio prácticamente una carta blanca con sus presupuestos) siempre ha estado interesado en el espectáculo. Como Robert Oppenheimer, quien sentía una responsabilidad por descubrir y mostrarle al mundo los secretos del universo, en las respuestas de Nolan se comprueba su deseo por apelar a lo grande, al asombro que nos provoca lo grandioso, a fin de capturar nuestra atención y dirigirla hacia las ideas e historias que considera importantes.
Sus secuencias épicas han sido siempre parte de la narrativa que acompaña a sus filmes. Así sea con un tráiler volteado a la mitad de Chicago (El Caballero de la Noche), el pasillo de un edificio que puede rotar (El origen) o hacer explotar un Boeing 747 (Tenet). En Oppenheimer, que él mismo describe como una mezcla de thriller y un “drama de la corte”, el espectáculo llega de otra forma.
La inesperada intimidad del formato IMAX
Oppenheimer se aleja un poco de lo que hoy entendemos como espectáculo veraniego (entretenimiento escapista y secuencias de acción) para relatar una historia que principalmente se desarrolla en habitaciones cerradas y entre pláticas densas, llenas de términos científicos. De forma quizá poco intuitiva, su decisión de filmar completamente en IMAX –el formato fílmico de mayor tamaño que existe– lo que son esencialmente conversaciones resulta en un espectáculo que pretende mostrar cada detalle de la ambigüedad en aquellos rostros, así como la claustrofobia sofocante de alguien que se tiene que defender de acusaciones absurdas diseñadas específicamente para no poderse defender.
La libertad presupuestal de la que goza Nolan le permitió en esta ocasión innovar con el uso de esas enormes cámaras y su material de 70 milímetros (en comparación con los 35mm de la película tradicional). Lo común es aprovechar esas pantallas de 16 metros sobre las que se proyecta el IMAX para mostrar vistas panorámicas espectaculares (de hecho, en donde más de usa este formato es en documentales sobre naturaleza).
En Hollywood usualmente así vemos las hazañas de Tom Cruise, los paisajes de Pandora o las secuencias adrenalínicas cuyo principal propósito es (perdonen el término) apantallar. Sin embargo, aquellas cintas casi siempre se hacen en formato IMAX Digital (es decir, no en celuloide) o, si sí usan material fotosensible, es sólo para secuencias aisladas. De hecho, desde El Caballero de la Noche, Nolan ha filmado algunas escenas de sus películas en IMAX, pero nunca tantas y nunca para retratar conversaciones y espacios cerrados.
Pero la aproximación de Christopher Nolan fue distinta: Oppenheimer está casi totalmente filmada en material de gran formato y, aunque sí hay vistas abrumadoras del desierto y una explosión hipnotizante al centro de la narrativa, su gran innovación fue utilizar el enorme formato para darle mayor fuerza a los rostros y las emociones. De alguna forma, hasta la habitación donde sucede gran parte del metraje se siente más claustrofóbica.
Cabe mencionar que en el mundo sólo hay alrededor de 60 salas cinematográficas con posibilidad de proyectar material celuloide IMAX: aquellas que proyecten Oppenheimer además tuvieron que adaptar sus proyectores para acomodar los 17.7 kilómetros de película que ocupan sus tres horas de duración. En México únicamente podremos verla en IMAX digital y en 35mm en la Cineteca Nacional.
“Lo que este tipo de escala te da [como cineasta] es la habilidad para hablarle a una audiencia más amplia”, responde Christopher Nolan, al preguntarle qué buscaba lograr con este formato. “Cuando la película se vuelve más grande, puedes retratar todos los eventos de una manera más inmediata, mucho más visceral. Tienes el drama humano y la intensidad del mismo. Parte de lo que hace al Proyecto Manhattan tan cinematográfico y fascinante es que [Robert Oppenheimer y el grupo de científicos] se fueron a la mitad de la nada, en este paisaje desértico, y crearon una comunidad, crearon un pueblo entero. Y hacer eso a gran escala, impresionar a una audiencia que de por sí es difícil de impresionar, es una parte importante de involucrarlos en una historia que es de gran envergadura”.
Si Christopher Nolan se decantó por el formato grande para apelar al asombro y la fascinación de las audiencias, también excluyó desde el inicio la posibilidad de recrear la escena de la detonación de la bomba con CGI. En lugar de eso, el director trabajó de la mano del cinefotógrafo Hoyte van Hoytema y los supervisores de efectos especiales Scott Fisher y Andrew Jackson (los ganadores del Óscar por su trabajo en Interestelar y en Tenet) para encontrar una forma de representar la explosión sin recurrir a gráficos generados por computadora. De acuerdo con un comunicado sobre el asunto, el cineasta buscaba generar en la audiencia la sensación de una amenaza real, que no te da el CGI.
La forma en que lograron aún es un misterio: un secreto de magos como el que el cineasta cuenta en una de sus películas más famosas, El gran truco. Durante esa plática en Los Ángeles, Christopher Nolan aún se niega a hablar demasiado sobre esa escena, pero al parecer, el equipo hizo experimentos con soluciones luminosas de magnesio que filmaron primero con pequeñas cámaras digitales. Posteriormente, desarrollaron un lente especial que se pudiera acoplar a las cámaras IMAX. Se trata de una ilusión óptica que consiste en filmar de cerca algo pequeño para que parezca grande.
Una interpretación de Oppenheimer, según Christopher Nolan
Oppenheimer, la película, está dividida en dos partes: el desarrollo de esa primera bomba nuclear y las audiencias de su creador algunos años después. Nolan estaba interesado en no caer en el reduccionismo casual al que es sometida la historia muchas veces en el cine, por lo que se lanzó a desmenuzar cada una de las acciones que culminaron en el ostracismo de Oppenheimer. Pensó en diseñar una película que, a través de su espectacular presentación, nos metiera a lo más íntimo de la psique de un personaje brillante, contradictorio y enigmático.
“Él era una persona muy consciente de sí misma, era muy teatral”, explica Nolan sobre su fascinación con el personaje que interpreta Cillian Murphy (es su sexta participación con el realizador, pero la primera como protagónico). Esta película es mi interpretación de él, es la interpretación de Cillian de él, es nuestra interpretación dramática de cómo pudo haber sido”.
El interés del realizador por serle fiel a la historia le llevó también a no amalgamar a ningún personaje, una práctica común en películas históricas, en la que varios personajes son convertidos en uno solo. Así, su cinta tiene un elenco envidiable: Robert Downey, Jr., Emily Blunt, Florence Pugh, Rami Malek, Benny Safdie, Casey Affleck, Josh Hartnett, Kenneth Branagh, David Krumholtz, Matthew Modine, Alden Ehrenreich, Jack Quaid, Josh Peck, Olivia Thirlby, Dane DeHaan y Gary Oldman.
“Quiso meternos en su mente”, nos comenta, por su parte, Matt Damon. El actor interpreta al general Leslie Groves, quien en la vida real quedó a cargo de la construcción del Pentágono y dirigió el Proyecto Manhattan, como se le llamó la iniciativa de investigación que resultó en la bomba nuclear. “Incluso el guion lo escribió en primera persona desde el punto de vista de Oppenheimer. ‘Yo hice esto, yo veo aquello’, así. Nunca había visto algo igual”.
Para Damon, su llegada a la película fue en sí misma una pequeña bomba que alteró sus planes familiares. Según le relató el actor a Entertainment Weekly, él estaba a punto de tomarse un descanso de hacer películas. “Estuve en Interestelar y luego Chris [Nolan] me puso a descansar un par de películas, yo no estaba en su rotación. Y de hecho había negociado en terapia de parejas que la única excepción al descanso que me iba a tomar, era si me llamaba Chris Nolan. Y eso fue sin saber si estaba él trabajando en algo o no. Fue todo un evento en mi casa”.
“Es la llamada que todos queremos recibir, que un director como Nolan, uno de los mejores del momento, te diga: vas”, nos confesó también Robert Downey Jr, quien aquí se transforma completamente para darle vida a Lewis Strauss, el académico que contrató a Robert Oppenheimer como director del prestigioso Institute for Advanced Study después de su trabajo con la bomba.
Reivindicación de Oppenheimer
“Más allá del extraordinario ascenso y caída en términos de prestigio y poder de Oppenheimer”, escribió en su libro Danger and Survival: Choices About the Bomb in the First Fifty Years el asesor de seguridad nacional y académico McGeorge Bundy, quien trabajó con Oppenheimer en el panel de consultores del Departamento de Estado norteamericano, “su carácter tiene dimensiones completamente trágicas, las cuales se demuestran en su combinación de encanto y arrogancia, de inteligencia y ceguera, de conciencia e insensibilidad y, quizá sobre todas las cosas, de osadía y fatalismo”.
Al final, tuvieron que pasar 68 años desde la audiencia y 55 de la muerte de Oppenheimer para que el gobierno norteamericano anulara la decisión de revocar su autorización de seguridad y oficialmente reconocer que los cargos que le imputaron eran falsos.
“Trato de no ser didáctico en mis películas”, explicó Nolan sobre el impacto que tuvo la persecución de Oppenheimer –un científico que “se atrevió” a utilizar su plataforma pública para expresar una opinión informada sobre precisamente su área de experiencia–. “Si hice mi trabajo bien (…) creo que mi esperanza es que las preguntas que hace la película vivan en la mente del público”.