Historia de un matrimonio (Marriage Story) – Crítica
Noah Baumbach crea un relato profundamente humano sobre el lado más doloroso del amor.
Que difícil es aceptar que el amor se ha acabado. Que frustrante es sentir que, a pesar de todo tu esfuerzo y entusiasmo, ese mismo amor que te ensanchaba el corazón, hoy se te escapa rápidamente de las manos. ¿Pero cómo es que aquellos sueños del pasado se han transformado en nuestras pesadillas del presente? Con Historia de un matrimonio, Noah Baumbach trata de responder a esa pregunta tan compleja.
La forma de averiguarlo, sin embargo, no es nada placentera. El cineasta escribe y dirige un largometraje que se atreve a jugar con nuestros sentimientos mientras nos demuestra cómo es que el amor –y sobre todo el desamor– transforma y define tu vida para bien y para mal.
Así como sus protagonistas se encuentran frustrados, impotentes y con el corazón destrozado, nosotros también comenzamos a sentir el dolor y la desesperación que los asfixia. Porque lo que inicia con el retrato de un matrimonio perfecto y maravilloso, en instantes se transforma en un recuerdo doloroso de algo que no existe más.
Es ahí cuando aquella primera pregunta se transforma en varias interrogantes: ¿qué fue lo que sucedió? ¿Aquello realmente es imperdonable? ¿No pesa más el amor que los unió al principio? El filme, una vez más, manipula nuestros sentimientos para plantearnos un cuestionamiento mucho más profundo y desolador: ¿qué pasa cuando la felicidad de uno se convierte en una pesadilla egoísta para el otro?
“Dejé de vivir mi vida para alimentar la suya”, dice Nicole –una brillante Scarlett Johansson– con una voz llena de dolor. Luego nos explica cómo fue que, en el momento en el que su carrera como actriz pudo alcanzar las estrellas, ella decidió abandonarlo todo para formar una familia y llevar su profesión por otros terrenos.
Pero ahí, a su lado, está un impotente Charlie –un también extraordinario Adam Driver–, quien no puede ocultar la sorpresa de sentirse como el responsable de la tragedia que ha golpeado a su familia. Quizá lo haya sido, o quizá no. Pero es aquí donde la cinta triunfa en no señalar a ninguno como el héroe o como el villano de esta dolorosa situación. El guion de Baumbach opta por mostrarlos como dos seres humanos, llenos de virtudes e imperfecciones, de aciertos y muchos errores, mismos que poco a poco fueron construyendo su camino, para bien o para mal.
Pero como todo ser humano, hay un momento en que uno se siente acorralado y la única salida es explotar, liberando todo lo malo que uno lleva dentro. Es ahí donde la cámara del cinefotógrafo Robbie Ryan captura uno de los momentos más humanos de la cinta. Lo que comienza como una pelea más entre Nicole y Charlie termina siendo una escena llena de gritos, de lágrimas y de mentiras que dejan a uno en el suelo, frustrado, impotente, arrepentido de todo lo que acaba de decir.
Es ahí que Historia de un matrimonio se consolida como una buena pieza de arte capaz de tocar el corazón de su público; de permitirles sentirse identificados con lo que está frente a sus ojos; de brindar la oportunidad de exorcizar sus propios demonios y de curar sus viejas heridas. Porque no se necesita haber atravesado por un divorcio para conectar con los personajes aquí presentados.
Desde luego que el filme tiene momentos dramáticos estratégicamente colocados para enaltecer el sentimiento que permea todo el metraje. La mayoría de estas secuencias logran su cometido. Quizá lo único que llega a sentirse exagerado y no acorde a la historia sea el score de Randy Newman, cuyo estilo es tan icónico y difícil de olvidar que rompe un poco con el dramatismo de la historia. Sin embargo, la forma en la que se desenvuelve este drama en la pantalla nos permite sentir que, aquí, cualquiera puede ser Nicole, Charlie o hasta Henry, el pequeño hijo que logra sacar lo mejor de sus padres, incluso en sus momentos más oscuros.
Al final, Historia de un matrimonio nos demuestra que ese amor que creíamos extinto realmente sigue ahí, dentro de nosotros. Y que uno seguirá amando a alguien de alguna u otra forma, aunque no tenga sentido seguirlo haciendo.