David Fincher: Un pasado zodiacal y su aproximación al thriller

De crecer al acecho de un asesino serial, a convertirse en una de las voces más fascinantes del thriller contemporáneo.
En una lista publicada hace años en torno a las que él considera las mejores películas de la historia, David Fincher aclara que los títulos ahí mencionados no respetan una jerarquía en particular. Sin embargo, al observar dicho texto manuscrito donde se aluden un total de 26 largometrajes, ¿cómo no darle mayor peso a aquél que figura por encima del resto? Aunque no, no es un thriller, se trata más bien del mítico western Butch Cassidy and the Sundance Kid (1969), que David Fincher asimismo ha descrito en más de una ocasión como la cinta que sembró en su corazón el deseo de hacer cine, sobre todo después de ver un documental acerca de cómo se filmó y que le permitió descubrir todo el arduo trabajo que hay detrás de la magia.
Sucedió entonces que a principios de la década de 1970, este niño criado en el pueblo de San Anselmo, California —donde poco después su vecino George Lucas filmaría American Graffiti, y Francis Ford Coppola, una escena de El padrino— pidió a sus padres que para su cumpleaños número ocho le regalaran una cámara Súper 8, sin tener ni la más mínima sospecha que para antes del siglo XXI, él ya se habría convertido en uno de los directores más despiadados de Hollywood, al menos en cuanto a la brutalidad de las historias llevadas con su firma a la pantalla grande. Nada sorprendente si consideramos que la alternativa de regalo de cumpleaños que el pequeño David Fincher propuso a sus progenitores, de no ser una cámara de 8mm, era una pistola (de balines, claro).

La sombra del mal
El pueblo de San Anselmo (integrado al condado de Marin) se ubica al noroeste del área de la Bahía de San Francisco. Ahí, a finales de los años 60, en los patios de juego, era normal que los niños hablaran con miedo y curiosidad del asesino serial que por aquel entonces acechaba en la región. “Era el boogeyman definitivo”, comentó David Fincher décadas después, haciendo referencia al asesino del Zodiaco, quien en menos de dos años, dio muerte a cinco víctimas confirmadas, además de que alcanzó mayor notoriedad debido a las inquietantes cartas que enviaba a los periódicos locales.
En octubre de 1969, el enigmático criminal mandó una misiva al San Francisco Chronicle donde amenazaba con disparar a niñas y niños de un autobús escolar. A partir de ahí y en el transcurso de seis meses, hubo patrullas que escoltaban (entre muchos otros) el autobús en que viajaban Fincher y sus compañeros de primaria. Y si bien, afortunadamente nunca ocurrió el prometido tiroteo, las acciones de prevención y todas las macabras noticias alrededor del Zodiaco hacían que la sensación de peligro fuera el pan de cada día.
“Fue entonces, muy claramente, cuando las cosas cambiaron para mí. Tomé consciencia del mal y de la muerte. También cambió California, y luego el país”, declaró el cineasta a W Magazine en 2012.
Bien sabido es que Fincher eventualmente dirigió la aclamada película Zodiaco (2007), basada en el caso del homónimo homicida que marcó su infancia. No obstante, cabe hacer hincapié que para entonces, este realizador formado en la escuela de los videos musicales era ya considerado una voz propositiva dentro del género del thriller; básicamente, desde el lanzamiento de su segundo largometraje Se7en, los siete pecados capitales (1995), cuyo antagonista interpretado por Kevin Spacey incluso encajaba perfectamente con el modo en que Fincher llegó a definir socarronamente al asesino del Zodiaco: “un pensador aberrante que reduce el rebaño”.

Los mecanismos del thriller de David Fincher
El legado de Se7en deviene evidente con cada nueva película que, sea que lo reconozca o no, bebe de su atmósfera sombría, sucia y desesperanzadora (Saw y The Batman, por mencionar algunos casos). Pero honestamente se antoja absurdo que pretendamos reducir el sello de David Fincher en términos del pesimismo latente —nada extraño en diversos exponentes de cine negro que le precedieron como Barrio Chino— o de los actos inhumanos y escenarios pavorosos que retrata. Sí, quizás algo del germen de su interés en las descarnadas narrativas detectivescas yace en el contexto “zodiacal” de su niñez, pero si por algo su cine ha trascendido, no es tanto por el tema, sino por la manera milimétrica con que emplea todas sus herramientas de creación cinematográfica.
Sumado a la manía de rodar muchas tomas y prestar atención a cada ínfimo detalle del material filmado, el director de El juego (1997) y El club de la pelea (1999) ratifica su perfeccionismo en el modo en que concibe los movimientos de cámara. Por ejemplo, es muy reconocible su tendencia a que cuando la cámara sigue a un personaje, cada paneo, tilt o tracking shot debe acoplarse con rigurosa exactitud al desplazamiento de dicho personaje.
“[La regla es que si un personaje] se desliza un poco hacia delante, nosotros nos deslizamos con él. Y si se detiene, nosotros nos detenemos”, ha explicado Jeff Cronenweth, cinefotógrafo y frecuente colaborador de Fincher (vía The New York Times). “David es muy inteligente a la hora de diseñar el movimiento con vistas a mejorar una escena. No se trata de mover la cámara por el simple hecho de moverla, sino para generar mucha más intimidad con los personajes”.

A juzgar por la enorme fascinación que provocan los thrillers de David Fincher, parece muy válido decir que efectivamente aquel recurso estilístico no nace del mero capricho, sino de un claro entendimiento de que el suspenso depende en esencia del lugar que ocupa el público con relación a los personajes. En el caso de Se7en, nuestra cercanía con los detectives Mills y Somerset mediante la cámara causa que nos sintamos más inmersos en la persecución del homicida. (Hay incluso quienes jurarían sí haber visto el contenido de “esa caja”, cuando en realidad nunca se muestra en la película).
Anticipa, no improvises
La máxima de Alfred Hitchcock en cuanto al suspenso es que el público no sólo acompañe de cerca a los personajes, sino que se encuentre en una situación más privilegiada de conocimiento; saber que debajo de la silla del protagonista desprevenido hay una bomba a punto de estallar. E incluso ante tan estricta noción del concepto, David Fincher —un fanático de La ventana indiscreta— ha sabido adaptarse y conducir sus historias por ese camino, metiéndose hasta la cocina literalmente. Basta recordar el “imposible” plano secuencia de La habitación del pánico (2002) donde la cámara viaja sin cortes desde el dormitorio de la protagonista hasta las distintas zonas de acceso de su casa para revelarnos que unos ladrones están a punto de irrumpir en ella.
Años después, independientemente de su incursión en otros géneros, David Fincher continuó volviendo al thriller una y otra vez. Después del drama El curioso caso de Benjamin Button (2008) y la biopic Red social (2010), se entregó de lleno a las adaptaciones de novelas policiales La chica del dragón tatuado (2011) y Perdida (2014). Y luego de su cinta de época en blanco y negro Mank (2020), que era a la vez un grandilocuente vistazo al viejo Hollywood y un íntimo homenaje a su padre, el tres veces nominado al Óscar optó por confeccionar El asesino (2023), otra película violenta, cargada de tensión y una buena dosis de acción sangrienta; proyecto que de hecho lo reunió nuevamente con Andrew Kevin Walker, mismo guionista de Se7en.

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En El asesino, el director insiste en cuidar la complicidad que los espectadores entablamos con el protagonista, que en esta ocasión, es un homicida a sueldo interpretado por Michael Fassbender. Una voz en off nos lleva a los recovecos de su mente, mientras que el sonido ambiente y la perspectiva de la cámara nos colocan en sus zapatos de modo recurrente. Es Fincher otra vez haciendo uso de todas sus facultades para engancharnos en un santiamén y sorprendernos/angustiarnos/intrigarnos a partir del personaje. Lo que sabe y hace, y lo que no.
Curiosamente, sus largometrajes más alejados del thriller son los únicos que le han valido nominaciones a David Fincher al Premio de la Academia por Mejor Dirección. Pero para este realizador criado en tiempos del Zodiaco, está bien no ser el que hace películas sólo para conseguir los más prestigioso galardones. Según dijo a The Guardian lleno de orgullo en octubre pasado: “Nunca seré un cineasta más maduro. Llevaré conmigo a mi yo de 12 años vaya donde vaya”.
