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Cine

Vive por mí

20-07-2017, 9:52:08 AM Por:
Vive por mí

Vive por mí es una película que, más allá de abordar el tema de la donación de órganos, es sobre la familia y cómo la afecta la enfermedad.

Cine PREMIERE: 2.5
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El cineasta español Chema de la Peña, un tipo que ha combinado el trabajo de ficción con el documental (Isi/Disi. Amor a lo bestia y Sud Express, respectivamente), dirigió su primera película en México: Vive por mí. Se trata de un filme precedido por una fuerte campaña en pro de la donación de órganos, pues uno de los temas del filme, de hecho el detonante, es el trasplante de órganos, en este caso de riñón.

Las historias de varios personajes se entrecruzan en un lapso de un mes. Por un lado la de Ana (Martha Higareda), una chica de una disfuncional familia de clase alta en bancarrota, que tiene un padecimiento de riñón y que espera el trasplante. Justo la llaman el día de la boda de su hermana, pero le dan el órgano a alguien más: a don Chayo (Rafael Inclán), una especie de líder espiritual de un barrio marginal de la ciudad. Ahí mismo está Valentina (Tiaré Scanda), la dueña de una fonda que también espera el órgano pero desea embarazarse a pesar de la reticencia de su marido (Juan Manuel Bernal). Desesperada, Ana, quien se acaba de mudar sola, convence a Valentina de que la acompañe cada noche a la caza de accidentes tratando de conseguir el donante. Entre estas historias se desarrolla la de Mariluz (Margarita Rosa de Francisco), la madre alcohólica de Ana (a quien de hecho ella recoge en una poderosa escena inicial en la que el cineasta saca a colación sus referencias fílmicas y que auguraba una película mucho mejor), quien se cruza con el recién aparecido hijo de Chayo, Gavilán (Tenoch Huerta), primero en el estacionamiento del hospital y luego en la casa a la que han tenido que mudarse tras las complicaciones financieras de su pusilánime marido (Odiseo Bichir) para empezar una complicada relación guiada por los impulsos sexuales.

Así pues, lejos de centrarse únicamente en la donación de órganos, De la Peña y sus coguionistas (Juanma Romero Gárriz y Enrique Urbizu) apuestan por abordar las relaciones familiares a partir de cómo se ven afectadas por la enfermedad y por las ausencias y carencias. Si bien en el caso de Ana, Valentina y Chayo la ausencia es la de una “vida normal” en la que las rutinas no incluyan dializarse cada tanto ni estar pendientes de la llamada para irse a hacer pruebas de compatibilidad, o no poder pensar en un embarazo deseado, en los otros casos las ausencias y carencias van más allá: es una mirada crítica hacia una forma de vida autodestructiva en la que no hay una preocupación por el otro ni por uno mismo (es decir, mientras unos buscan estar sanos los otros hacen lo posible por no estarlo). Así vive Mariluz, empeñada en dejarse caer en una espiral decadente con la única esperanza de encontrar el punto de no retorno. Pero toca fondo, y a eso la ayuda Gavilán, quien parece dispuesto a hacer frente a un pasado oscuro y asumir al fin la responsabilidad que le toca, y la redención parece posible.

El esposo de Valentina, en tanto, vive en la desesperanza, a punto de llegar al límite por haber dedicado su vida al cuidado de su mujer enferma. A esta, la ausencia de salud plena que le impide embarazarse la hace dejarse llevar por Ana y, también, recurrir a rituales que solo la hacen tener problemas con su marido.

A pesar de tantos entrelazamientos, De la Peña no se pierde ni pierde al espectador. Hace malabares para que las historias mantengan su coherencia. Sin embargo, la película no consigue ser consistente y va perdiendo fuerza conforme avanza en todos los aspectos. La fotografía de Alberto Anaya, por ejemplo, de principio interesante, va abusando del enfoque dirigido hasta hacerlo un mero elemento ornamental que no aporta lecturas adicionales como las que auguraba en la escena inicial. La música no es de ninguna ayuda. Y si a eso sumamos que la desesperación de Ana no es convincente, como tampoco las casualidades que llevan a Mariluz y a Gavilán a estar juntos, tenemos una película que no acaba de cuajar del todo. Mucho menos con ese final aleccionador en el que parece que el director acaba pidiendo: sé mejor padre, sé mejor madre y, en general, sé mejor persona y tendrás tus recompensas. Hay otras formas de decirlo.

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autor Nadie quiere acompañarlo al cine porque come palomitas hasta por los oídos e incluso remoja los dedos en el extraqueso de los nachos. Le emocionan las películas de Stallone y no puede guardar silencio en la sala a oscuras. Si alguien le dice algo, él simplemente replica: "stupid white man".
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