Terror profundo (Cage Dive) – Crítica
Terror profundo (Cage Dive) es una película que aporta muy poco... en términos de forma, trama, suspenso o terror.
Si bien la cámara subjetiva ha vuelto a utilizarse con solvencia para las historias de suspenso y terror, repetir la fórmula que hace dos décadas popularizó El proyecto de la bruja de Blair no le sienta nada bien a Terror profundo, película australiana dirigida por Gerald Rascionato (no confundir con Terror en lo profundo…) en la que un par de hermanos y la novia de uno de ellos viajan desde Estados Unidos a Australia con tal de filmar una audición para poder ser aceptados en un concurso de actividades extremas que entregar un premio millonario.
Así es como Jeff (Joel Hogan), Josh (Josh Potthoff) y Megan (Megan Peta Hill), la novia del primero, contratan un tour en Adelaida para bucear, metidos en una jaula, entre tiburones blancos. La película es el recuento de su viaje, pues alguien ha encontrado la grabación que han hecho de su aventura luego de que la embarcación ha naufragado, pues han filmado todo para hacer el corto de siete minutos que les piden para entrar al concurso. De ahí que el estilo de falso documento verídico –mezclado con el falso documental con la entrevista al primo de Jeff y Josh intercalada– esté en todo el relato.
Así pues, Rascionato se toma algunas licencias, como hacer tomas y planos descuidados para darle a su historia un aura de trabajo amateur. Pero nunca se decide a volcarse plenamente hacia allá, ni a ningún otro lado. Cuando parece que se decide por hacer una película serie B en toda forma, el realizador se detiene en seco. Así, no se decide a mostrar la sanguinaria voracidad de los tiburones y opta por sustituir eso con elementos de suspenso. El problema está en que sus recursos son limitados y la habilidad no le alcanza para generar tensiones. El hecho de ubicar buena parte del metraje en los preparativos del viaje, por un lado, y luego en la noche, por otro, más bien parecen una forma de hacer crecer una historia que tenía la intención de ubicarse enteramente en el mar pero cuyo presupuesto no fue suficiente para que así fuera.
Y Rascionato lo suple con decisiones pueriles. Las tomas nocturnas, hechas con el ojo de gato de la cámara, no aportan suspenso y más bien terminan resultando cansinas. Así las hayan filmado en medio del océano, dan la impresión de haberse hecho ya no digamos en una alberca, sino en una tina de baño. Y los hechos que llevan al trágico desenlace de los personajes están sacados de un manual que podría haber sido propiedad de Miguel Marte: haber encontrado un bote salvavidas inflable y luego quemarlo resulta tan inverosímil como el triángulo amoroso que desencadena que todo se vaya al traste. La tragedia griega hecha jirones.
Solamente faltaba que llegara Hugo Stiglitz a rescatar a los chicos y que en los créditos finales se diera algún tipo de agradecimiento a la asesoría de René Cardona.