Semana Santa
Semana Santa es una película mexicana de apariencia sencilla, pero que logra una exitosa profundidad temática.
Dentro de la filosofía del cristianismo, la Semana Santa se considera una época de recogimiento y sacrificio. Algo similar viven un trío de personajes que se enfrentan a su muy particular calvario emocional en el largometraje de ficción de Alejandra Márquez. Su filme intimista —pero no religioso—, con una cámara poco traviesa y de presupuesto moderado es un ensayo sobre un núcleo familiar postizo, parchado y disfuncional que trata de hacer un paréntesis en su cotidianidad.
Tenoch Huerta se convierte en Gil Chávez, un hombre aferrado a que un viaje familiar con su novia (Anajosé Aldrete Echeverria) y el hijo de ésta (Esteban Ávila) sirva para curar heridas y comenzar un nuevo capítulo. Ella parece deambular por la vida como un ente sonámbulo con insípidas aspiraciones. Viuda y madre soltera, su refugio se encuentra en la autodestrucción a la que la conducen las drogas y el alcohol. Por su parte, su hijo “Pepino” oscila entre las enseñanzas religiosas de su abuela (quien le aconseja que rece a las 15:00 porque fue la hora en que Jesús murió, por ejemplo) y su carácter rebelde que coquetea con las infracciones a los mandamientos. El pequeño miente, roba y desobedece, síntomas de un grito desesperado para llamar la atención. “Pepino” no está contento con Gil y lo recalca en cada uno de sus desplantes.
Su madre se esfuerza por convivir, pero está sumida en la vorágine de la adicción. Si no puede cuidar de ella misma mucho menos de él. Entumida interiormente no parece dispuesta a trabajar en reconstruir su vida amorosa ni su relación con su hijo, quien constantemente evoca a su abuela, su verdadera figura matriarcal. Semana Santa es un proyecto pequeño, una cinta coral de tres personajes, pocos diálogos, tomas largas; construida a partir de evidentes simbolismos y que avanza a través de acciones y reacciones que muestran unas vacaciones poco aventureras, cuasi monótonas pero ideales para que Gil y compañía se encuentren a sí mismos, se autodescubran.
Huerta, ganador del Ariel por Días de gracia, ofrece una actuación natural, sin pretensiones y antimetódica al igual que su colega femenina; no obstante, al pequeño Esteban es a quien le cuesta trabajo embonar en esa marea casual. Tal vez su inocencia le impide meterse en la piel de un pequeño con signos de abandono que no supera la muerte de su padre ni tampoco acepta del todo al novio de su madre. “Pepino” es un pequeño víctima de una media orfandad indispuesto a facilitarle las cosas al hombre que piensa, bajo sus ojos, usurpar el lugar de su papá.
A las actuaciones les falta un poco de cohesión, probablemente por la falta de diálogos. No obstante, esta triada muy paulatinamente emprende un viaje personal en el que, a su manera, sanan y encuentran lo que buscaban. Además, una fotografía nutrida por los paisajes de Acapulco enmarca el escenario, la playa, como un personaje más; es confidente y testigo de los encuentros y desencuentros de los protagonistas creados por Alejandra Márquez, también guionista de la cinta.
El suyo es un filme sencillo, retrato de la familia moderna pero también de las interacciones convencionales al interior de su dinámica. Por muy sencillo que parezca, aborda temas complejos de forma sutil. Es un proyecto que pide la cooperación del espectador para que descifre las penas de un hombre trabajador que también le «echa ganas» a su relación pese a su arisca pareja y un niño poco consciente de la oferta de familia que le están haciendo.