El listón blanco
Este filme tiene que verse en cine: hacerlo en formato casero sería el equivalente a apreciar el Guernica en una monografía deslavada.
Nadie sabe quién perpetra estos crímenes: el doctor del pueblo, en apariencia beato pero de talante dictatorial, se accidenta; alguien provoca incendios y destruye cosechas; un menor con síndrome de Down es golpeado; alguien muere de asfixia. En su más reciente disección de la violencia, Michael Haneke explora los extraños sucesos que se desencadenan en una aldea alemana durante los meses previos al estallido de la Primera Guerra Mundial. En este poblado ideal –hay ecos de Von Trier y su Dogville–, un barón lo controla todo, cual señor feudal. Así, Haneke teje una historia inyectada de suspense pero carente de pistas, y toma como guía los recuerdos de un maestro de primaria quien años después reflexiona sobre las inquietudes que brotan en la generación teutona que después formaría el régimen nazi –el director ha negado que esta relación sea intencional, pero extender un parangón es, sin embargo, todo menos ocioso. Es esta ambivalencia, este andar a ciegas por el lodo, lo que, como en Terciopelo azul de Lych, hace más terrorífica a la agresión. Hay un monstruo que acecha a plena luz del día, que se cuela por las puertas, ventanas y coladeras de una sociedad fincada en la racionalidad pero dominada, como todo lo humano, por el artero instinto. Para apreciar a esta criatura sólo hay que verse al espejo. En esta parábola, el espíritu inquisidor se disfraza de fervor religioso mientras las estructuras cuasifeudales que aún dominaban a la Europa del temprano siglo XX se derrumban de forma inadvertida y sangrienta.?
Como en Observador oculto (2005), la voz del autor es sutil, más filosófica que sensorial, y se aleja del gore cafeinado de Juegos sádicos (2007) o la morbosidad erótica de La pianista (2001). Es, también, el filme más preciocista de uno de los mejores directores de la actualidad. Hay que destacar la labor tras la lente de Christian Berger: cada uno de sus fotogramas, de contrastante blanco y negro, podría colgarse en un museo. Este filme tiene que verse en cine: hacerlo en formato casero sería el equivalente a apreciar el Guernica en una monografía deslavada.
–César Albarrán