Pasión por las letras
Genius es una cinta que, aunque sufre un poco por el tono de sus actuaciones, resulta una excelente historia y homenaje al arte literario.
Durante mucho tiempo, el director teatral ganador del Tony, Michael Grandage, buscó la manera de dar el salto del proscenio al séptimo arte, pero no encontraba una historia que realmente quisiera contar, hasta que llegó a sus manos el guion de Pasión por las letras (Genius) escrito por John Logan (Gladiador, La invención de Hugo Cabret), según explicó en conferencia de prensa en el marco del Festival de Cine de Berlín 2016, donde se presentó la película. Para la confección de la historia, Logan adaptó el libro Max Perkins: Editor of Genius, de A. Scott Berg, pero también retomó el trabajo del escritor estadounidense Thomas Wolfe -uno de los dos personajes centrales-, tanto sus novelas con elementos autobiográficos, sus constantes misivas y el libro que sirvió como base de todo.
La película está intrínsecamente ligada a otra de las bellas artes, la literatura. Es un bosquejo de la relación que existió entre el editor Maxwell Perkins (Colin Firth) y Thomas Wolfe (Jude Law) –es importante no confundirlo con el periodista y novelista Tom Wolfe, que no sólo tuvo auge décadas más tarde, sino que junto con Truman Capote y Norman Mailer fue uno de los impulsores del nuevo periodismo, una forma de novelar la información para enriquecerla ante la frialdad de las notas informativas–.
Cuando comienza la historia estamos en Nueva York, en el año de 1929, en vísperas de la Gran Depresión. Wolfe escribió una novela y espera que el afamado editor que descubrió a F. Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway, interpretados por Guy Pearce y Dominic West, respectivamente, le dé su veredicto sobre si la publicará o no, después de que todos los editores de la ciudad lo habían rechazado. Así comienza el trayecto y un estira y afloja entre los protagonistas para poner en las repisas El ángel que nos mira.
El hilo conductor de la cinta es la relación laboral-personal que se desencadena entre Perkins y Wolfe, personajes de personalidades opuestas. Mientras que el primero es recatado y serio -rol que hemos visto interpretar a Firth una y otra vez y que tiene más que dominado-, el segundo es un efervescente, locuaz y extravagante hombre que no puede contener sus palabras ni al hablar ni al escribir, lo que desencadena la presencia de un sobrecargado Jude Law que termina siendo una caricatura del novelista. Estos problemas de tono probablemente se deban a los antecedentes teatrales de Grandage, pues en el escenario las actuaciones tienden a ser más desbordadas, mientras que el cine lo usual es que se apueste por la sutileza. Grandage narra con un ritmo envolvente la dinámica del par mientras trabajan en la edición de los escritos de Wolfe, pues su segunda novela comienza siendo un borrador de 5 mil páginas. Uno estaba empeñado en condensar y hacer coherentes las historias, el otro se empecinaba en no borrar sus ideas e incluso en extenderlas, ingredientes que generan frenéticas y divertidas escenas de pugna intelectual.
Pese a lo convincentes que pueden resultar estas escenas, lo cierto es que la película es un conjunto de viñetas sobre la vida del dúo protagonista que se queda en el mero anecdotario y se distancia del relato profundo. El retrato que se ofrece de los personajes es superficial, ya que se desconocen sus antecedentes y verdades intrínsecas. Se ven afectados por un reduccionismo narrativo y no únicamente Perkins y Wolfe, las presencias de Laura Linney como la esposa de Perkins y Nicole Kidman como la amante de Wolfe son desperdiciadas, son presencias tangenciales que poco aportan al filme o que incluso le añaden innecesarios melodramas poco sustentados. ¿De dónde vienen las neurosis e inseguridades de Aline Bernstein (Kidman)? Por como está planteado el filme nunca lo sabremos. Lamentablemente, ése es el común denominador de los personajes, sin importar su grado de protagonismo, no consiguen trascender la anécdota.
No obstante, a pesar de la teatralidad del eufórico e incrédulo Law, el repetitivo argumento -el tema de Fitzgerald y Hemingway se reitera demasiado- y la superficialidad de los personajes, la bellamente filmada película si bien no está exenta de clichés, resulta novedosa por su temática. Pone en la palestra el rol que juegan los editores en el mundo de la palabra escrita. ¿Cuántas veces al leer nuestro libro -o revista- favorito pensamos en ellos? Seguramente la cifra es cercana a cero. Sin embargo, juegan un papel vital al esculpir la obra final que en el caso de la literatura ha inmortalizado a muchos autores; son héroes anónimos e invisibles que finalmente saltan al primer plano en esta informativa y reflexiva adaptación. Es una oda a esa silente genialidad humana y es crucial conocer a uno de sus más grandes representantes en este episodio histórico.