París puede esperar
Eleanor Coppola prueba suerte en la ficción con este road trip culinario que nunca lograr “cuajar”.
Anne (Diane Lane) está casada con Michael (Alec Baldwin), un famoso productor de cine que le presta muy poca atención y la trata como si fuera su asistente. Por azares del destino, un día se ve obligada a viajar de Cannes a París con Jacques, el socio de su marido (Arnaud Viard). Sin embargo, lo que debería ser un viaje de siete horas se convierte en una aventura de dos días repleta de paisajes encantadores, buena comida, confesiones, humor y mucho vino. Anne se dará cuenta de lo insípida que era su vida hasta ese momento, y todo gracias a Jacques. ¿Surgirá algo más que una amistad?
Este es el primer proyecto de Eleanor Coppola, esposa del cineasta Francis Ford Coppola y madre de Sofía, quien después de una exitosa carrera como documentalista debuta en la gran pantalla con su primera historia de ficción (curiosamente inspirada en una vivencia real suya en donde un viaje corto se convirtió en un road trip culinario de un fin de semana). La cinta tambalea en su inicio al presentarnos su premisa y personajes, condición que se mantiene durante todo el filme. Es hasta bien entrado el viaje de los protagonistas que la cinta logra captar la atención del espectador. Aquí es donde la película logra destacar, al ofrecernos un viaje sensorial en donde la comida se vuelve un personaje más. Mientras Anne (a quien Jaques apoda Brûlée, como el postre) y Jaques cruzan la campiña francesa en un Peugeot convertible, hacen paradas en los mejores restaurantes y lugares turísticos. Durante una hora y media, vemos un platillo suculento tras otro (ver esta cinta acompañado de unas mundanas palomitas, no será suficiente) y a través de las conversaciones en la sobremesa propiciadas por el vino, vamos conociendo a los personajes. Esto combinado con los paisajes bañados de sol y las referencias a obras de paisajistas franceses como Monet y Renoir, hacen de la cinta un viaje visualmente muy atractivo.
El filme recuerda a una de las cintas más conocidas de Diane Lane, Bajo el sol de Toscana, en donde una mujer también se vuelve a enamorar de la vida a través de los sabores y placeres de un país. En este caso, es la campiña francesa y un francés seductor y locuaz los que la regresan a la vida. Queda claro, una vez más, que este tipo de cintas le sientan muy bien a Lane, sin embargo, ese tiempo que acapara la comida y los placeres terrenales lo resienten los personajes y el arco narrativo de la película, la cual nunca logra ofrecernos una narrativa sólida y un desenlace contundente. En muchas ocasiones, la trama cliché se siente tan sólo como una excusa para llevarnos de un pueblo pintoresco francés a otro y hacernos envidiar la cocina francesa. Un filme fugaz, que lamentablemente dejará a las audiencias insatisfechas (y hambrientas).